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Diario de una cuarentena con niños: Día 37

El día en que los adolescentes menores de 16 años se bajaron el manual de Photoshop para aprender a falsificar el DNI

El enfado del niño era tal que le han salido pelos del pecho y unos colmillos gigantescos y se ha convertido en el Demonio de Tazmania
El enfado del niño era tal que le han salido pelos del pecho y unos colmillos gigantescos y se ha convertido en el Demonio de TazmaniaLa Razón

Desde que el viernes por la mañana, la consellera de Salut, Alba Vergés, avanzó que estudia un plan para que los niños y adolescentes puedan abandonar unas horas al día su confinamiento domiciliario, en casa se viven muchos nervios. Mis sobrinas (17, 15 y 12 años), que además de familia son vecinas del rellano, me confiesan que no han dormido esta noche esperando más detalles sobre el anuncio. No me han escuchado cuando les he advertido de que el gobierno catalán no tiene competencias para dejarlas salir. Son adolescentes y oyen lo que quieren oír.

Sobre todo, las mayores, que viven la crueldad de estar ennoviadas y confinadas. “Estoy acostumbrada a no ver a mis amigas del colegio en verano. Y a mi grupo de verano, durante el curso escolar. Pero nunca había estado tanto tiempo sin ver a mi novio”, exclama la de 17 años poniendo ojitos de dibujo manga enamorado. Llevan año y medio de noviazgo y este año, además de tener la Selectividad, tenían ya organizado el viaje de fin de curso a Ibiza. La agencia de viajes les ha propuesto un cambio de fecha, ir en septiembre a las fiestas de cierre con las que las discotecas despiden la temporada, aunque ya veremos si los clubs llegan a abrir.

A mediodía, Vergés ha ofrecido más detalles del plan.

Los menores entre cero y 16 años deberían salir acompañados. Los adolescentes entre 16 y 18 años podrían salir sin necesidad de un adulto, pero siempre bajo el cumplimiento de las medidas de seguridad y bajo la responsabilidad de sus padres o tutores. Insisto, utilizo el condicional porque sin competencias sólo es una propuesta. Pero Emma, la sobrina de 15 años a la que el coronavirus ha separado de su primer amor, antes de que acabara la rueda de Prensa estaba ya ante el ordenador falsificando su DNI con photoshop. No tiene intención de esperar a diciembre para cumplir los 16 años. Mientras hace ir al ratón arriba y abajo, llama a su novio para urdir el encuentro “casual” en la calle. La propuesta de la Generalitat no permite organizar encuentros, pero si casualmente te cruzas por la calle con un amigo o conocido, se le podrá saludar y mantener una conversación de diez minutos manteniendo la distancia de seguridad. Su plan tendrá que tener una segunda parte para ver cómo se besan y se tocan sin que les caiga una sanción.

Hablábamos con unos amigos de cuál es la peor edad para pasar el confinamiento. Aunque mi sobrina de 17 años cuente con una sonrisa que aún se ducha y se maquilla para hacer telellamadas con el novio, que la crisis del coronavirus te coja en el último año de colegio es una jugada. Todo el mundo merece despedirse de sus amigos antes de ir a la universidad o dónde quiera que uno vaya cuando alcance la mayoría de edad con una, dos o diecisiete juergas memorables, de las que seguir hablando 50 años después.

Hasta los tres años, los niños no recordarán el confinamiento. Pero a partir de los tres, la presión para los padres es extrema: debemos hacer lo posible por llenar la infancia del niño de buenos recuerdos porque los entendidos dicen que son un crédito de confianza para toda la vida. Y aunque nos esforcemos, la vida de cofinados 24 horas juntos es una montaña rusa.

Como es sábado, te despiertan dos niños besuqueándote. En eso nos parecemos a una pareja sin hijos, aunque ellos se despertarán con otro tipo de carantoñas, dos horas más tarde. Hoy no hay trabajo, todo es más fácil. El asalto a la cocina para desayunar está controlado por adultos. Y piensas que no van a tener tanto tiempo solos para aburrirse y matarse. Pero hay un dedo de polvo sobre los muebles, la nariz me pica a rabiar, y los calcetines se enganchan en el suelo de la cocina. Hay que limpiar. Y hay que hacer lavadoras. Temo abrir “la habitación de los horrores” y acabar sepultada por un alud de ropa sucia. Antes, los pantalones de los niños estaban marrones de la arena del parque, ahora, tengo camisetas manchadas de pintura, rotuladores, huevo, mantequilla y otros ingredientes para hacer pasteles.

Cogemos el guante de Francesco Tonucci, un psicopedagogo italiano que propone que consideremos nuestra casa como un laboratorio para los niños, donde puedan descubrir cosas como poner una lavadora, tender la ropa o cocinar. Lo de pasar el aspirador y fregar, les ha hecho gracia. A mi no tanta, porque en vez de limpiar, parece que haya llovido dentro de casa. Pero no vale enfadarse, que estamos aprovechando este tiempo precioso que el encierro nos ha dado para disfrutar en familia.

Después de dejar la casa como los chorros del oro, nos merecemos un aperitivo. Patatas, berberechos con salsa Espinaler y euforia. Los niños están entusiasmados y aprovecho el momento para escaparme a la cocina a hacer la comida. Pero cuando he acabado de rebozar los filetes, se ha acabado la tregua. Bruna se ha comido la última patata y la ira de Marc se ha desatado. Lloros, patadas al aire, los juguetes que habíamos recogido volando. Está destrozando la casa. Hay que intervenir, pero no sé cómo. Estoy paralizada. Los gritos no funcionan, lo he comprobado estas semanas. Si lo echamos de casa, nos pueden multar por sacar al niño a la calle. Cuando me estaba poniendo la bata de judoca, el padre ha tenido una idea. Ha cogido los cromos de de una colección que compila jugadores de la Liga Española (tiene más de 500 y muchos repetidos porque acumula dos temporadas) y ha roto uno. El niño se ha enfadado aún más. Le han salido pelos del pecho, unos colmillos enormes y se ha transformado en Demonio de Tazmania de los Loney Tunes. Los insultos han subido de tono. “Cochino, marrano, cerdo americano”. Entonces, el padre ha hecho pedazos el segundo cromo y un tercero y un cuarto. Al sexto cromo, la fierecilla indomable ha entendido la dinámica, ha callado, se ha sentado en la mesa y ha empezado a comer. La idea del padre funciona y carne rebozada también. “Eso es, eso es to, eso es todo amigos”, he pensado.

Por la tarde, hemos tenido juegos, abrazos, risas y exaltación contenida cuando después de los aplausos, esta vez, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha constatado que a partir del 27 de abril se aliviará el confinamiento de los niños. El día de la Virgen de Montserrat.

Para Bruna y para mi será un regalazo de santo.