1622: el año que la Iglesia católica ganó el pulso al protestantismo
Se publica “Cinco santos para la Reforma Católica” en conmemoración de 1622, fecha trascendente para el catolicismo en la que Gregorio XV elevó a los altares a cinco personajes en un hito histórico
Madrid Creada:
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Desde finales de la Edad Media, en Europa se sentía la necesidad de emprender una profunda reforma religiosa que acabara con ciertas prácticas de la Iglesia que indignaban a muchos cristianos. Lutero fue el primero en romper con el dogma haciendo públicas en 1517 las 95 tesis con las que pretendía debatir todo el sistema penitencial de la Iglesia, pero lo que empezó sólo como una crítica y un intento de reforma, acabó poniendo fin a la unidad de la cristiandad occidental, Europa se fracturó en dos partes contrapuestas destinadas a combatirse durante siglos. La propia Iglesia también tenía anhelo de reforma, Erasmo de Rotterdam (1469-1536) realizó una crítica interna, pero la verdadera reacción sólo tuvo lugar al comprobar la imposibilidad de acuerdo con los protestantes. El resultado fue la Contrarreforma, el Concilio de Trento (1545-1563) fue convocado por el Papa Paulo III para fijar el dogma católico y crear nuevos medios de difusión de la doctrina, entre ellos, intensificar la labor misionera de la Iglesia.
La ruptura fue un hito fundamental y una de las primeras reformas de las nacientes iglesias protestantes fue el claro rechazo al culto de los santos. “La santidad se convirtió en uno de los grandes campos de batalla de las relaciones entre el centro de la catolicidad y el protestantismo. Fue con la contrarreforma que la santidad martirial de antigua memoria cristiana volvió a estar en boga, adaptada al nuevo contexto de la “Ecclesia militans”, no solo en relación con la herejía protestante, sino también con el paganismo y la idolatría, haciendo referencia a la imponente obra de propagación de la fe en todo el mundo”, escribe el profesor Paolo Broggio, de la Università Roma Tre, en el prólogo del libro “1622. Cinco santos para la Reforma Católica” (CEU, Dykinson) del catedrático Emilio Callado Estela sobre las primeras canonizaciones de la Contrarreforma y sobre otros santos que pudieron ser y no fueron.
El 12 de marzo de 1622 fue una fecha histórica y trascendente para el catolicismo, ese día eran elevados a los altares Isidro Labrador (1082-1172), Ignacio de Loyola (1491-1556), Francisco Javier (1506-1552), Teresa de Jesús (1515-1582) y Felipe Neri (1515-1595), cuatro españoles y un santo –al decir popular romano de la época– protagonistas de la primera gran canonización de la reforma católica que marcó un antes y un después en materia de santidad. Cuenta Callado Estela que el libro surgió con motivo del cuarto centenario de esta efeméride, “instituciones de toda índole desarrollaron diferentes iniciativas en recuerdo y conmemoración, entre ellas, la Fundación Herrera Oria, que junto al Instituto CEU y la Cátedra Casa de Austria, organizó unas jornadas divulgativas sobre los procesos de los nuevos santos por distintos investigadores, cuyas ponencias ampliadas son el origen de esta publicación”.
La obra se estructura en tres partes, la primera se ocupa de los cinco procesos por los profesores: María José del Río, Javier Burrieza, Eduard López, Julen Urkiza y Fermín Labarga. La segunda se adentra en los festejos que se dieron en ciudades, villas y demás lugares del orbe católico por estas canonizaciones, así como la imagen e iconografía con la que pasarían a la posteridad, por Inmaculada Rodríguez y Rafael García. Y la tercera está dedicada a otros candidatos a la santidad, pero que corrieron peor suerte, personas de la talla de Tomás de Villanueva (1486-1555), Pedro de Alcántara (1499-1562) y Luis Bertrán (1526-1581), cuyas canonizaciones aún debieron esperar, como cuentan respectivamente Francisco Javier Campos, José Antonio Calvo y Emilio Callado Estela.
“Pocos fenómenos históricos ofrecen tantas posibilidades de análisis e interpretación como el de la santidad cristiana –explica Paolo Broggio- Entre 1540 y 1770 se elevaron a los altares 32 personas, 27 hombres y 5 mujeres. Su origen geográfico es revelador: 18 italianos, 14 españoles (incluida la primera santa americana, Rosa de Lima, canonizada en 1671). A los demás países católicos les quedaron –por así decirlo– las migajas: 3 franceses, 1 alemán, 1 polaco, 1 saboyano. De ellos –matiza-, seis eran seculares, los demás pertenecían a órdenes religiosas”. Según esto, el perfil del santo tridentino y post-tridentino era: “Clérigo o religioso, italiano o español, claro reflejo del proceso de clericalización de la vida religiosa, estos santos formaban parte del selecto cuerpo de religiosos a quienes, entre la baja Edad Media y la temprana Edad Moderna, se les encomendó la tarea de preservar la doctrina, defender la ortodoxia y difundirla palabra de Dios a través de la predicación y la confesión, ubicados en el eje geográfico Roma-Madrid entre los siglos XVI y XVIII”, escribe .
La importancia simbólica de 1622 como efemérides de la santidad moderna no tiene parangón, “la canonización simultánea en una ceremonia única de cuatro santos españoles es de tal magnitud, que representa un hito en el complejo camino de las relaciones entre el Papado y la Monarquía española –señala-, fue un triunfo español en Roma y, en particular, de la Compañía de Jesús, que se convirtió en el instrumento más eficaz de los pontífices para los proyectos de la contrarreforma. Sus dos almas fueron Ignacio de Loyola, fundador y promotor de las misiones planetarias de la orden y Francisco Javier. Junto a ellos era canonizada Teresa de Jesús, reformadora del Carmelo, que acabaría siendo la primera mujer proclamada Doctora de la Iglesia”, concluye Broggio.