Goya, dibujante del horror
El Prado celebra hoy su bicentenario mostrando la absoluta contemporaneidad del pintor en una ambiciosa exposición sobre su obra más irónica y crítica: los dibujos
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Aquí están la beatería, el hambre, la prostitución, la pobreza, la crueldad, los mirones de jovencitas, los torturadores, la venganza, la ruindad, la burla obscena, el disparate de la vida, en resumen. Lo comentaba, junto a unas láminas de reos encarcelados, Miguel Falomir, director del Museo del Prado: «Ahora mismo Goya es uno de los artistas más demandados para las exposiciones en todo el mundo. En especial sus dibujos, porque reflejan muchos de los temas que hoy están de actualidad. En ellos aparecen asuntos con los que el público está familiarizado en este momento: la desigualdad social, la miseria, la ignorancia. No recuerdo ahora mismo ningún artista contemporáneo que haya tratado la violencia contra la mujer como él lo hizo en esta parte de su trabajo, ni tampoco las consecuencias de los conflictos bélicos o que refleje con mayor acierto las pesadillas que atormentan al hombre moderno».
José Manuel Matilla, jefe de conservación de Dibujos y Estampas de la pinacoteca madrileña, coincidía con él y subrayaba además otro aspecto que rodea la genialidad de estos aguafuertes: «Existen algunos discursos que son axiales en este artista, que todavía sigue siendo de una deslumbrante contemporeanidad, como es el control ideológico de las multitudes por parte de las élites, la violencia innata, la ancianidad... pero lo esencial, lo relevante, es que está abordando lo que resulta esencial en el ser humano. Si hemos querido celebrar nuestro bicentenario con él es porque aporta continuidad a las colecciones por la manera en que refleja los vicios, los errores y los comportamiento de los hombres, que, desgraciadamente, siguen siendo los mismos ayer que hoy».
Goya descubrió en el dibujo, en el apunte urgente y apresurado, una manera de glosar la sociedad y, al contrario que otros artistas, no solo un medio para trazar los primeros esbozos de obras de mayor envergadura, como óleos o tapices. El lápiz y la aguada inmediata se convirtieron para él en unas herramientas eficaces para retratar unos horrores, que, como recalca Manuela Mena, no son propios de los españoles, sino de todas las personas, algo que tiene más que ver con la condición del hombre que con los rasgos de una nación. «Le interesa el ser humano universal. No son figuras de sus días únicamente. Se han creado contra los vicios, las vulgaridades y las equivocaciones de la humanidad. Es un tema que le interesó a él desde el principio hasta el final de su trayectoria. Ahí está desde la bondad hasta la maldad diabólica. Y lo logra con la delicadeza y exquisitez que cualquier otro artista, pero con una economía de medios única y una expresividad que llega a convertirse en una de sus principales riquezas y talentos».
El Museo del Prado ha dedicado la exposición más amplia y numerosa a los dibujos del artista de Fuendetodos (se han reunido más de trescientos). Un recorrido doble, cronológico por un lado y temático por otro, que tiene como núcleo, y joya de la corona, el famoso Cuaderno C, un álbum que fue deshojado en el pasado y que contenía 142 apuntes de una calidad y agudeza radical. De ellos se han conservado 125, y 120 de estos los conserva precisamente el Prado. Ahora se ha montado una sala exclusivamente con todos ellos. Una ocasión única que probablemente tardará mucho en volver a repetirse.
Pero este montaje, novedoso, con las paredes blancas (algo que ha permitido bajar la intensidad de la luz para conservar mejor este legado), que recoge tanto los «Caprichos» como los llamados «Desastres de la guerra», sirve para ilustrar diversos aspectos, como los relacionados con la propia formación del artista. De hecho se han reunido a propósito las copias que hizo de «Los borrachos» y «Las meninas» de Velázquez. «En los ámbitos ilustrados –contextualiza Matilla, comisario de la exhibición al lado de Manuela Mena– se quejaban de la escasa difusión que tenían los maestros españoles. Uno de sus propósitos era difundir sus nombres a nivel internacional, porque consideraban que estaban olvidados, a través de los grabados y las copias. Cuando Goya estuvo en palacio pudo observar estos cuadros e hizo estampas, en concreto aguafuertes, lo que resultó controvertido y fue criticado por ello. Pero lo hizo con mucha inteligencia, porque, al mismo tiempo, rubricaba esa labor como pintor de corte y le ayudaba a difundir su firma. Le servía, por decirlo de alguna manera, de propaganda». Matilla aporta un dato más y asegura que «esa tarea también le sirvió para aprender de Velázquez y cuando observas su obra como retratista te das cuenta de todo lo que asumió de él, algo que se ve en su manera de profundizar y dar hondura a su pintura».
Manuela Mena ha resaltado otro aspecto fundamental de la exposición. Un punto que aporta novedad y que sirve para derribar tópicos o ideas falsas que a lo largo de la historia se han difundido y que no son ciertas. «No existe costumbrismo en Goya. Lo que hace él es reinventar la realidad. Como habían hecho antes Rembrandt o Miguel Ángel, aprovecha las escenas que ve para transformarlas y darlas un valor simbólico o universal. De esta manera se puede también ver como un filósofo o un pensador. Pero en lo que no coincido es en la idea que se ha extendido por ahí. La imagen de que es un reportero de guerra. En estas escenas se manifiesta sus ideas ilustradas, en la tauromaquia, por citar un ejemplo, donde puede verse su oposición a la violencia. Son imágenes que toma de los toros de Burdeos, pero enseguida anota, “diversión de España”. Y es que esa violencia va más allá de un país». Manuela Mena, una de las especialistas de mayor renombre en este pintor, asegura que «todos los que miramos estas obras nos reconocemos solamente por ser ser humanos. Por esta característica es un artista moderno. Le interesa lo que somos. Ahí radica parte de su valor». Otra capacidad innata de Goya, un hombre al que siempre le empujó la voluntad, fue la curiosidad. Un impulso que lo guió siempre por nuevas veredas artísticas, le empujó a experimentar y siempre le animó a aprender, como él mismo se encargó de dejar claro en el último dibujo que hizo: el retrato de un anciano con muletas y barba larga que dice «aún aprendo». «Goya tenía una enorme capacidad. Lo quiso asimilar todo. Se atrevió con el grabado, el aguafuerte y la litografía. Y si hubiera vivido dos años más, hubiera aprendido a sacar fotografías. Él reflexiona sobre el ser humano. Recapacita sobre qué somos. Cuando publica los “Caprichos” en la “Gaceta de Madrid” les comenta a los editores que es un trabajo de carácter universal». Pero Manuela Mena advierte de un punto que no es nada superficial: «Él no es el primero en replicar la realidad, pero sí en reinventarla en una serie de escenas que son inventadas».
El devenir de estos dibujos es una historia que corre paralela al devenir del pintor. Esta obra, valiente, arriesgada, transgredía las ideas de su época y fueron muy pocos los privilegiados que pudieron verlos cuando el artista aún vivía. Esta obra era material intelectual propio, no hecho para divulgar. Los cuadernos revelan, aparte de un notable escritor, un epigramista como ha habido pocos en nuestro país, a un ciudadano preocupado por la situación social de los más desfavorecidos. Un interés que le obligaba a esconder estos cuadernos. «Estos dibujos estaban en su taller, en su casa. No sabemos quiénes los vieron, porque algunos eran muy peligrosos, como ese que se llama “Divina razón, no dejes ninguno”. Era un trabajo íntimo, personal», aclara Manuela Mena. Por su parte, José Manuel Matilla explica que «todos los cuadernos se dispersaron, se desencuadernaron y se montaron álbumes».