Ana Merino, ganadora del premio Nadal: “Si la bondad es naif, entonces está claro que yo lo soy”
La poeta logra el Premio Nadal con «El mapa de los afectos», su primera novela
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No hay manera correcta de mirar el mundo, solo la posibilidad de elegir. Por ejemplo, existen un montón de escritores angustiados buscando los mecanismos del mal, la naturaleza del dolor y el crimen, la fenomenología de la crueldad, y eso está bien, claro, porque no hay manera correcta de mirar al mundo. Pero existe también la posibilidad de centrar la atención en su contrario, en la bondad, en cómo actúa, en cómo responde ante los retos, en cómo se resiste a la victimización y busca su protagonismo. Esto es lo que ha hecho la escritora Ana Merino en «El mapa de los afectos», y lo debe haber hecho realmente bien porque le ha servido para alzarse con el Premio Nadal. No está mal si pensamos que, además, es su primera novela para adultos.
–No está mal ganar el Nadal con su primera novela.
–Siempre he creído en la multitarea, que los escritores deben explotar diferentes géneros e indagar en cada uno de ellos su capacidad expresiva. En 2009 escribí una novela juvenil. Después, una crisis existencial me llevó al teatro. Y empecé muy joven en la poesía porque allí sentía que podía calibrar mejor la emotividad. Además, he escrito mucho sobre cómic y ahora me voy a Berlín a unas conferencias. La novela es en este momento un espacio de serenidad que me permite profundizar en la verdad de los personajes.
–¿Qué le llevó a iniciar una novela coral como ésta?
–La observación. Me gusta la idea de contemplar a los demás. Seguir a unos personajes y ver cómo responden a diferentes momentos de crisis. Es como los poemas de Edgar Lee Masters, «Antología de Spoon River», donde da voz a los epitafios de los antiguos residentes de un pequeño pueblo. Llevo 25 años en Estados Unidos y en 2009 abrí un master de escritura creativa en Iowa y ese es el escenario en que imagino a estos personajes y sus vidas. Es un libro de imaginación pura.
–Parece un libro complejo.
–No, es simplemente una celebración de la literatura, un libro muy literario donde aparecen los duelos, las ansiedades, las alegrías, las valentías y la bondad de una serie de personajes en momentos críticos de sus vidas, pero que ellos no saben hasta qué punto son importantes. Y es una historia que transcurre en el tiempo, en más de 15 años, porque me interesaba mostrar cómo cambian los personajes, cómo sus perspectivas de la vida nunca son las mismas.
–¿Son personajes en la encrucijada?
–Los conocemos en ese momento en que se encuentran en el icónico poema de Robert Frost, en el que pueden elegir un camino u otro, pero el que elijan determinará para siempre su porvenir. Y no se dan cuenta porque estos momentos nunca se anuncian con luces de neón, simplemente suceden y te ves forzado a elegir.
–¿Estos americanos tienen algo que los diferencie de los demás?
–Tienen las mismas preocupaciones que cualquiera. Además, hago que la maestra de escuela que abre la narración viaje después a España para que se vea la realidad de los dos mundos, que son los mismos. Yo vivo esa dualidad y quería dejarlo reflejado en el libro.
–Y en una novela tan coral, de vidas cruzadas, ¿qué importancia tiene esta profesora?
–Me sirve como hilo conductor. Además, es una profesora de preescolar, que son personas que necesitan una psicología especial y así reivindico las bondades de la educación. Ella tendrá que trabajar con dos hermanos de una familia compleja y veremos cómo ambos reaccionarán de forma muy diferente a la misma tragedia.
–¿Y qué le interesa tanto de la bondad?
–En la mayoría de las novelas, la atención se centra en el mal y sus víctimas son vistas como meros objetos con los que los malos juegan a voluntad. Quería centrar la mirada en estos personajes reducidos a anécdota y observar cómo reaccionan ante la amenaza de estos «malos». Por eso es una reivindicación de la bondad, que es lo que hace funcionar el mundo.
–¿Entonces, todos los personajes son víctimas?
–No en ese sentido, porque en la bondad hay mucha inteligencia. Me interesaba mostrar cómo percibimos eso que se llama lo generoso cotidiano y cómo hay más victimización que víctimas, cómo lo más cómodo es no mirar a las víctimas. No les hemos dado importancia literaria y quería cambiar eso.
–¿No le asusta que la acusen de naif?
–No, porque si reflexionas sobre tu alrededor comprendes que estás rodeado de acciones repletas de bondad. Vamos, que si la bondad es naif, entonces está claro que yo lo soy.
–¿Su compañero, Manuel Vilas, también ha dedicado su nueva novela a la alegría?
–Sí, qué le vamos a hacer. Él es un vitalista indomable con recaídas, y yo soy una optimista irredenta. Y claro, la mezcla es explosiva.
–¿Y qué influencia tiene el cómic en todo esto?
–Me interesa mucho el trabajo de los hermanos Hernández, que han sido la influencia más clara para este libro. Me gusta prestar atención a la viñeta, mirar el fondo, lo que ocurre en el primer plano, y crear una correcta composición de lugar. Eso es lo que he intentado hacer aquí.