El Galdós más viajero y enamorado que nunca
Yolanda Arencibia reivindica al escritor en una biografía que ha merecido el Premio Comillas y en la que subraya su vida familiar, talante político y europeísta, y lo redescubre como escritor de discursos políticos
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Benito Pérez Galdós tomó la lengua, no como se hace hoy para contarse uno a sí mismo y su parentela, sino para enhebrar la narrativa de un país, que es su historia, sus episodios, y, de paso, profundizar en la personalidad/personalidades de la nación, que es un asunto que van dando las costumbres, los hábitos, las tradiciones, los sucesos, con sus reacciones mayestáticas, ridículas, ocasionales o cobardes. Galdós, como en una fotografía, con bufanda, galgo y gorra, ha pasado a la historia como un inmenso novelista y un sublime realista, pero estas categorías son muy poco ensanchadoras y vienen cojitrancas de amplitud, y algo gibosas y cargadas de prejuicios.
La catedrática Yolanda Arencibia cincela ahora el rostro del maestro en una biografía que ha merecido el XXXII Premio Comillas para rescatar la figura de los tópicos, que es la suciedad natural que se va adhiriendo a los escritores, filósofos y personajes cuando pasa el tiempo: se ve que el olvido de la sociedad obliga a fosilizar al genio en un conjunto de trivialidades y remedos vulgares para que trascienda en el tiempo. Así, la autora nos cuenta, en unas páginas centradas en su vida más que en su obra (aunque también se repase), que Galdós pertenecía a una familia cerrada, que tenía dos hermanos y un padre muy aventureros que dejaron relación de sus vidas y que le condicionaron el carácter y la manera de obrar y actuar. También descubre, más allá del daguerrotipo del novelista casero, que era un hombre con mucho horizonte en la mirada, «el más europeísta de su generación», que recorrió Francia, Alemania y Rusia.
Liberal, pero respetuoso
«Siempre fue un liberal, desde joven, pero respetuoso con todo a lo que se debía tener respeto. Quería España, pero no esa España encasillada de entonces. Él viajó mucho por Europa y eso le abrió la mente de una manera distinta a cualquier otro español de su época. También estuvo muy relacionado personalmente con Hispanoamérica a través de dos hermanos que tenía en Cuba. Estaba en un mundo que discurría entre España, América y Europa, lo que no solía ser tan corriente en esa época», explica Arencibia.
Estas páginas que tallan en letra el perfil de Galdós ahondan también en sus amores y en uno de los más relevantes que el novelista vivió: «Muchos medios tratan este asunto como si fuera de broma, para sacar cierta punta novelera a su vida, pero la realidad es que Emilia Pardo Bazán fue extremadamente importante para él: «A nadie le debería extrañar porque era una mujer magnífica. Ojalá hubieran estado en condiciones de ser una pareja estable, aunque creo que el alejamiento entre ellos se produjo en parte porque debía ser difícil ser amante de ella, ya que era muy conocida y atrevida. En una ocasión, Pardo Bazán le escribe y le dice: “A veces me pareces frágil”. Esta es, probablemente –continúa–, la relación más importante de su vida, junto a esa en la que tuvo a su única hija».
Defensa contra las críticas
La autora arremete contra aquellos que, en ocasiones, han criticado a Galdós y afirma que «en España nunca se perdona a un autor con éxito editorial. Es cierto que pasamos a una generación que dejó de hacer novelas realistas, y se pensó que eso ya estaba periclitado, pero es curioso que nos acordemos menos de los que lo dijero. Aquí siempre hay envidias, hijos devorando a sus padres. Lo interesante es que los escritores que fueron al exilio, como Max Aub y Cernuda, escribieron maravillas de él. Vicente Aleixandre y Lorca descubrieron que leían a Galdós y se reían manteniendo su secreto».
Yolanda Arencibia, que ha consultado archivos apenas conocidos –como el que existe en Canarias y el de la familia Marañón; ambos se mantienen prácticamente inéditos y que aportan datos muy valiosos– sostiene que él, como casi todos los novelistas de la Europa de aquel tiempo «era un autor realista, pero supo trascenderlo, ajustándolo y enlazándolo con la sociedad española, permitiendo que latieran en ella los problemas esenciales de ese periodo y sabiendo escapar, cuando hacía falta, por la fantasía». Esta es una palabra que parece destinada a ser antónimo del escritor, pero que Arencibia defiende: «Acudía a ella cuando le hacía falta. Fue un realista que comenzó haciendo fantasía, como en esa obra que cuenta cómo un señor se baja de un cuadro. Y lo último que redactó está lleno de diablos y brujas y existe un terremoto en el que se hunde toda una ciudad trasunto de Madrid, pero él también era realista», cierra la autora.