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Cuando el Vaticano "canonizó” a Buñuel y Pasolini

Román Gubern hace memoria en “Un cinéfilo en el Vaticano” (Anagrama) sobre su participación en la comisión de la Santa Sede para celebrar los 100 años del cine en 1995

Enrique Irazoqui en una escena de "La Pasión según San Mateo"
Enrique Irazoqui en una escena de "La Pasión según San Mateo"larazonLa Razón

Decía Milan Kundera que, en comparación con las historiadas catedrales católicas, las desnudas iglesias protestantes se antojaban no más que un cobertizo para guarecerse de la lluvia. Los luteranos, los calvinistas, no creían en la imaginería tradicional «papista». Como en cierta manera sucede con los mahometanos, para ellos era, es, imposible y herético representar la divinidad. «Las relaciones del cristianismo con la cultura de la imagen padecieron durante siglos complicadas turbulencias», señala Román Gubern al inicio de su pequeño y disfrutable ensayo memorialístico «Un cinéfilo en el Vaticano» (Anagrama).

El análisis compendiado de varios siglos de historia en torno a esa cuestión, desde la pintura religiosa hasta la llegada del cine y la prohibición de Pío X de este espectáculo, es un aperitivo erudito en un volumen que tiene la virtud de llevarnos hacia el interior del siempre enigmático Vaticano de la mano de un laico que tuvo la fortuna de participar en la comisión de la Santa Sede creada por Juan Pablo II para celebrar en 1995 el centenario de la primera proyección cinematográfica de los hermanos Lumière.

Luis Buñuel, durante el rodaje de «Nazarín», con Jesús Fernández, que dio vida a Ujo
Luis Buñuel, durante el rodaje de «Nazarín», con Jesús Fernández, que dio vida a Ujolarazon

Los objetivos de esta comisión eran, grosso modo, dos: la elección de un santo patrón del cine (la televisión y la prensa ya contaban con los suyos) y la elaboración de una o varias listas con películas de probados valores espirituales, morales, artísticos y religiosos. Algo así como un canon vaticano para los cien años del séptimo arte. Gubern era a la sazón director del Instituto Cervantes en Roma cuando recibió la convocatoria del arzobispo Joseph Foley y su delegado, el español Enrique Planas. Una encomienda sorprendente, pues se trataba del único laico de la comisión, con ideas que no parecían encajar en el Vaticano. Tiempo después, cuando por una serie de desencuentros Gubern presentó su dimisión, monseñor Foley le aclaró que «tú no estás en la comisión por error. Cuando te llamamos sabíamos perfectamente quién eras».

Soviéticos y protestantes

Lo cierto es que, vista a la luz de las numerosas polémicas (ex comuniones incluidas) de la historia del papado en relación al cine, la lista que acabó saliendo de aquel proceso, no carente de encendidos debates, es sorprendente. Entre las 14 cintas con «valores religiosos» aparecen, como relata Gubern, «dos películas del director soviético y de raíz religiosa ortodoxa Andréi Tarkovski y dos del protestante danés Carl Theodor Dreyer; un filme es obra de un director que se declaró ateo (Buñuel) y otra de un marxista confeso (Pasolini)».

Buñuel había sido excomulgado y prohibido en numerosos países por «Viridiana» (1961), pero más de tres décadas después el Vaticano lo «canonizaba» en su lista mediante la inclusión de «Nazarín» (1959). Sorprendente (desde la óptica del ala dura vaticana) sería la inclusión de «El evangelio según San Mateo», de Pasolini, el siempre polémico cineasta homosexual muy vituperado en su época por filmes tan radicales como «Saló». El caso de Liliana Cavani, incluida por «Francesco», también es curioso. Aunque siempre había gozado de un gran peso en el Vaticano, su bizarra «El portero de noche» escandalizó a sus más férreos defensores de la Curia.

Junto con la lista de «valores religiosos», se publicaron las de «valores morales y humanos» y «valores artísticos». En esta última, destaca la inclusión de cintas de género como «2001. Una odisea del espacio» (Kubrick), «Nosferatu» (Murnau) y «Metrópolis» (Fritz Lang). Además, otro viejo conocido del Vaticano, Federico Fellini, que levantó una polvareda en la Iglesia por el estreno de «La dolce vita», aparece glosado gracias a «Felini 8 ½» y «La strada».

El canon del cine religioso del Vaticano

(Lista de películas con “valores religiosos” elegida por el Vaticano para el centenario del cine en 1995)
“Andrei Rublev” (1966), Andréi Tarkovski (URSS)
“La misión” (1986), Roland Joffé (Reuni Unido)
“La pasión de Juana de Arco” (1928), Carl Theodor Dreyer (Fracia)
“La vida y pasión de Jesucristo” (1905), Ferdinand Zecca y Lucien Nonguet (Francia)
“El Evangelio según Mateo” (1964), Pier Paolo Pasolini (Italia)
“Thérèse” (1986), Alain Cavalier (Francia)
“Ordet (La palabra)” (1955), Carl Theodor Dreyer
“Sacrificio” (1986), Andréi Tarkovski
“Francesco” (1989), Liliana Cavani (Italia)
“Ben-Hur” (1959), William Wyler (EE UU)
“Nazarín” (1959), Luis Buñuel (México)
“El festín de Babette” (1987), Gabriel Axel (Dinamarca)
“Monsieur Vincent” (1947), Maurice Cloche (Francia)
“Un hombre para la eternidad” (1966), Fred Zinnemann (EE UU)

El objetivo de declarar un santo patrono del cine, sin embargo, no se logró. Gracias a una metedura de pata del propio Gubern, la que propició que presentara su dimisión, rechazada luego, las deliberaciones se filtraron a la Prensa española. «Esta información fue reproducida, según sabría más tarde, por la Prensa francesa y británica y dio pie a propuestas divertidas de algunos medios, como las de nombrar a san Buñuel o san Pasolini», rememora.

Lo cierto es que la cosa andaba entre San Francisco de Asís, San Juan Bosco y San Maximiliano Kolbe. Un artículo de «Il Corriere della Sera», en cambio, propuso aquellos días a la recién fallecida Moana Pozzi, estrella del cine pornográfico italiano. Esta espiral extravagante hizo que el Vaticano decidiera aparcar la idea de señalar un santo patrón y que la iniciativa surgiera desde la propia profesión. Hoy en día, San Juan Bosco es el patrón del séptimo arte.

Como recordábamos al principio, la hostilidad del Vaticano marca los primeros años de la invención del cinematógrafo. Para Pío X, señala Gubern, «las películas solían exhibir sugestivas escenas pasionales que excitaban a los espectadores, víctimas de impactos emocionales que se imponían a su razonamiento, desarmando su sentido crítico y sus defensas morales. Además, ese espectáculo visual congregaba en una sala oscura a hombres y mujeres mezclados y rozando sus cuerpos». Señala el autor que en 1921 se intentó segregar por sexos en España, pero la medida nunca tuvo éxito. Sea como sea, desde el origen, el cine se fijó en la Pasión de Cristo y en las escenas bíblicas. Algunas cintas del género lograron gran aceptación y reproducción, mientras que otras tuvieron que lidiar con la censura aunque en principio se basaran más o menos fielmente en las Escrituras.

Los secretos de la Filmoteca vaticana
Todo lo que proviene del Vaticana concita intriga entre el gran público. Un buen caudal de libros y películas se han confeccionado en torno a los misterios de este mini-estado y lugares tan célebres como la Biblioteca vaticana. Pues bien, menos conocida aún pero ciertamente real es la existencia de una filmoteca en la Santa Sede. En el año 95, era el español Enrique Planas el encargado de esta institución. Él fue uno de los valedores de Román Guibern en el Vaticano, pero ni aún así pudo el crítico y estudioso catalán despejar la leyenda sobre un archivo secreto de cine de la URSS: «Se aseguraba que a sus depósitos había ido a parar la filmografía de propaganda antirreligiosa y atea puesta en marcha por el leninismo en los orígenes de la ahora existinta Unión Soviética. Dejo constancia de que nunca la vi». La Filmoteca vaticana se creó en 1959 y, según el testimonio de Gubern, amén de un gran fondo, contaba con «una sala de proyección con capacidad para cincuenta butacas y dotada de un equipo técnico de primerísima calidad».