Feminismo antifeminista: la última revolución
El movimiento que buscaba la equiparación de la mujer con el hombre ha pasado por muchas fases. Desde la exigencia del derecho al voto y la igualdad laboral hasta por otras que han convertido al hombre en culpable de todos los males. Un nuevo feminismo critica esta última postura y ha levantado la polémica
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Hay autores que, simplemente, no tienen antecesores ni sucesores porque sus originalidades son lapidarias y trasciende a su propia época. Simone de Beauvoir pertenece a ese selecto club, ya que la singularidad de su libro «El segundo sexo», definido con decenas de etiquetas –existencialista, humanista, ilustrado, constructivista...–, llegó hasta donde nunca antes se había llegado y cuyas presumibles legatarias actuales han despiezado, malversado o seguido. Sea como fuere, más de 70 años después de su aparición, sigue siendo un clásico vigente del que –como el «Ulises» de Joyce– no se sabe a ciencia cierta si todos los que la vindican lo han leído hasta interpretarlo en toda su complejidad o citan frases que nunca llegó a escribir.
Antes, mucho antes de Beauvoir existió el llamado «feminismo de la primera ola», derivado de la Ilustración y fraguado al calor de la Revolución Francesa y ligado a la ideología igualitaria y racionalista del Iluminismo con abanderadas como Olimpia de Gouges (que terminó guillotinada, por cierto). Las mujeres luchaban por el derecho de autonomía e igualdad jurídica y de leyes, así como por la posibilidad de ejercer en otros oficios que no fueran los meramente domésticos. Le seguiría la «segunda ola» que llegaría hasta mediados del siglo XIX, con el feminismo liberal sufragista como centro neurálgico. Durante aquel periodo, y para simplificar, las mujeres lucharon por el derecho al voto y los educativos. Llegaría luego el nuevo feminismo, cuyo verdadero arranque se sitúa a fines de los sesenta del último siglo, en los EE.UU. y Europa, y se inscribe dentro de los movimientos sociales surgidos durante esa década en los países más desarrollados. Los ejes temáticos que plantea son la redefinición del concepto de patriarcado, el análisis de los orígenes de la opresión femenina, el rol de la familia, la división sexual del trabajo y el trabajo doméstico, la sexualidad, la reformulación de la separación de espacios público y privado, y el estudio de la vida cotidiana. Plantea también la necesidad de búsqueda de una nueva identidad de las mujeres que determine lo personal como imprescindible para el cambio político. En medio, por supuesto, muchas son las corrientes en las que no puede detenerse este texto por falta de espacio para su mera enumeración siquiera. Compañeras que se han dejado la piel en el camino para donarnos un mundo más igualitario y en las que es imposible centrarnos cuando nuestro objetivo es recalar en el feminismo del nuevo milenio y que no deja de fijar su mirada en Beauvoir. Porque con su libro articuló una meditación sobre significados sociales para los que aún no existían palabras y abordó espacios despoblados, con temas que, hasta ese momento, se despreciaban como ajenos a lo político. Anticipaba, así, al hacer de la reflexión sobre el cuerpo un tema central, el famoso «lo personal es político» que aún pervive.
Pensamiento «Queer»
Todo el feminismo contemporáneo no ha sido más que un diálogo con ese libro fundacional. El llamado «feminismo de la tercera ola» –el contemporáneo, con todas sus ramificaciones imposibles de enumerar: anarquismo feminista, abolicionista, transfeminismo, ecofeminismo, separatista, interseccional...– navega a favor y en contra del texto. Desde el feminismo de la diferencia de Carol Gilligan hasta la llegada del pensamiento «queer» (concepto que pasó de ser un insulto para concluir en un movimiento de disidentes de género y sexuales que resisten frente a las normas que impone la sociedad heterosexual dominante) avalado por Judith Butler y su paradigma de la corporalidad, pasando por el radical de Kate Millet, los feminismos poscoloniales y multiculturales o el negro. Como se ha dicho, una larguísima y muy dividida conversación entre «El segundo sexo» y todos sus enfoques posteriores, aunque nos detendremos en uno que parece resultar un contrasentido: el feminismo antifeminista. Si el antifeminismo se define como «la oposición a la igualdad de las mujeres y a la entrada de ella en la esfera pública» –según Michael Kimmel– o como una versión extrema del masculinismo, ¿por qué un grupo de pensadoras pueden definirse a través de un contrasentido? Ellas se apoyan en su oposición a algunos o a todos los elementos de los movimientos feministas debido a la opresión interna que se pretende de la mujer, aunque para sus detractores, su única intención es silenciar cualquier debate sobre el estado del movimiento. Sus abanderadas son Christina Hoff Sommers, Jean Bethke Elshtain, Katie Roiphe y Elizabeth Fox-Genovese y Camille Paglia, entre otras.
Infantilizar a la mujer
Paglia se declara como una feminista que busca la igualdad real de oportunidades y que se sintió inspirada por «La Primera Ola feminista» desde que tenía 16 años. Eso la llevó a demandar que se eliminaran todas las barreras que impidiesen el desarrollo de la mujer tanto en lo privado como en lo profesional. No obstante, se opone a las protecciones especiales, como la política de cuotas o procedimientos particulares que las favorecen solo a ellas durante las demandas de agresión sexual. Reivindica igualdad total ante la ley. Desde su punto de vista, estas protecciones infantilizan a la mujer, de ahí que su «feminismo amazónico» –como lo denomina- se base en el empoderamiento del individuo: las mujeres no deben retroceder a un pasado prefeminista para convertirse en sujetos pasivos del Estado–. Con «la segunda ola», se encontró en feroz conflicto por sus defensoras en torno a muchos temas, sobre todo por el odio neurótico que tenían hacia los hombres y por su hostilidad puritana (siempre en palabras de ella).
Este año se ha reeditado su obra más ambiciosa, «Sexual Personae. Arte y decadencia de Nefertiti a Emily Dickinson», aparecida en los noventa, por primera vez. Su discurso –que va in crescendo– disputa muchos dogmas del 8 de marzo, desde el «solo sí es sí» hasta la idea de que la desigualdad de género se deba únicamente a cuestiones de discriminación. La provocadora autora –que se identifica como transgénero– ha llegado a reivindicar el «derecho a ser violadas», recordando que durante los años sesenta las chicas reclamaban libertad para salir por la noche de sus residencias universitarias sin supervisión de las autoridades del campus.
Todo ello le ha valido que Gloria Steinem, defensora de los derechos de la mujer, llegara a decir: «Que se llame feminista es como si un nazi dijera que no es antisemita». Lo cierto es que Paglia es una epatadora nata: escribe sobre la sexualidad y los sexos como si cada frase estuviese destinada a convertirse en un tuit polémico y, en sus entrevistas, arroja titulares como: «Gracias a los hombres, las mujeres tenemos lavadoras». Quédese cada feminista dentro de la corriente en la que más a gusto se sienta, pero intentemos ser justas, nada extremistas y, sobre todo, no caer en el hembrismo. Todos los hombres no son malos. Incluso muchos también son feministas.