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Cultura

Juan Genovés: Los abrazos rotos

Libre y crítico, se opuso a la dictadura de la única manera que supo hacerlo, con su lenguaje de pinceles. Falleció en la madrugada del viernes, próximo a cumplir 90 años y con tres exposiciones en marcha.

Juan Genovés, que había nacido en Valencia en 1930, pintó hasta el último día
Juan Genovés, que había nacido en Valencia en 1930, pintó hasta el último díaMarcial Guillénefe

La noticia cae como un jarro de agua gélida en un día festivo. Qué más da. Su hijo Pablo lo colgaba en su Instagram temprano. Un mensaje escueto, como un latigazo, acompañado de una obra. En la galería Marlborough nos confirman que es así, que la madrugada de ayer ha muerto. Desde ARCO «estaba un poco flojillo», nos dicen, pero nada que hiciera presagiar este desenlace. De hecho eran varias las exposiciones que tenía previstas, tanto en Nueva York, primero, como después en Madrid y posteriormente en Londres y que ahora se retomarán, seguramente, como un homenaje al artista que estuvo trabajando en su estudio de Aravaca, en Madrid hasta el último momento.

Las últimas fotografías dan cuenta de ese apetito insaciable que tenía por pintar, por trabajar cada día, por dejar que esas multitudes de seres diminutos salieran corriendo más allá de la obra. En ello trabajaba, en esas diásporas llena de color en las que se podía ver, cuando te acercabas, pegotes pequeños de pintura que, desde una distancia prudencial se transformaban en seres.

En quince días iba a cumplir 90 años y aunque las fuerzas no eran las mismas, Genovés no dejaba quietos los pinceles, se asía a ellos con la misma fuerza de un principiante. El jueves, como si de un presagio se tratase, el Museo Reina Sofía colgaba como una de las obras del día “El abrazo”, que ahora más que nunca se torna emblemática, llena de fuerza. Una pieza que se convirtió en un icono después de 1975 y que hoy, con este larguísimo confinamiento en el que el roce, el sentido del tacto, están proscritos, cobra si cabe mayor importancia. Aquellas gabardinas de color marrón de los protagonistas, de espaldas, dispuestos al encuentro y que se reprodujo una y mil veces.

Una obra que nació como un cartel para Amnistía Internacional durante la Transición, que le dio tantas alegrías como le generó problemas y que acabó por materializarse en forma de escultura en la plaza madrileña de Antón Martín. Para Manuel Borja-Villel es «una figura central de los artistas que se mostraron en contra del franquismo a través de su trabajo, de la pintura, con imágenes populares , por un lado y en las que se mezclaban dosis de pop crítico que lo relacionaban con colectivos como el Equipo Crónica o el Equipo Realidad», comenta. Habla de esas masas anónimas «que son producto de un tiempo, que son gente sin rostro», disparadas en todas direcciones «y que hoy podemos ver tan cercanas a nuestra realidad confusa de la que una generación de entre 30 y 40 años va a salir maltrecha. Nos da la medida de la sociedad en que vivimos», y adelanta que la obra, que está en el Museo Reina Sofía, antes de finales de año, está previsto que regrese al Congreso de los Diputados.

De los cuarenta y tantos años que habían pasado desde el año 76 aseguraba en una entrevista realizada a finales de 2018 que ha transcurrido mucho tiempo, que la época que hoy vivimos es bastante diferente, aunque pone sus peros «a estos momentos dolorosos que pensé que ya habíamos dejado atrás y que vuelven con el resurgir de mil hombres salvadores de patrias. Esa dualidad de buenos y malos está gastada, o al menos es lo que yo creía. Como dicen los italianos, nos hace falta ‘‘fineza’’».

El premio de Venecia

Juan Genovés había nacido en Valencia en 1930 y es uno de los nombres clave de la escena artística española e internacional, creador relevante durante el franquismo y un emblema del periodo de la Transición. A lo largo de su trayectoria se adscribió a varios grupos plásticos, como Los Siete (1949), Parpalló (1956) y Hondo (1960). Su obra reivindicó siempre la libertad y la democracia, que se convirtieron en el ideario que vertebró tanto su pensamiento como su trabajo.

Fue uno de los artistas que España «exportó» y «vendió» al mundo en un intento tímido de aperturismo. Así lo recordaba él cuando le preguntábamos por la Bienal de Venecia de 1966: «Había un individuo que era Luis González Robles que era, podríamos decir, el seleccionador nacional. Hacía y deshacía a su antojo. Y presumía de que teníamos libertad. Estamos hablando de alguien que fue un propagandista, pero que, a decir verdad, hizo algo positivo al llevar a los artistas a Venecia y es que se empezara a hablar de un tipo de arte y de unos artistas».

Recuerda, entonces, lo que fue en aquel año, hace 54, su llegada a Italia: «Me colgaron diez cuadritos en una esquina, y a pesar de eso, de que estaba escondido, me dieron el Premio de la Crítica. Cuando llegó el momento de recibir el galardón el embajador de España se bajó del estrado para no estar a mi lado. Era el único español que había ganado algo, el único entre los premiados, pero no fue suficiente», recuerda.

Ese galardón fue el primero de unos cuantos, de un montón con los que había sido distinguido y de los que jamás alardeó, como el Premio Nacional de Artes Plásticas de España (1984), el Premio de las Artes Plásticas de la Generalitat Valenciana (2002) y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, concedida por el Ministerio de Cultura en 2005.

Militó en el arte y en el Partido Comunista. Cuando le llevaron esposado por pintar ese abrazo que hoy vuelve a convertirse en símbolo se sintió completamente vejado. Por la calle, con las esposas. Contaba también en la misma entrevista y con mucha gracia, que aquellos momentos de desasosiego y rabia también le depararon otros tan bizarros y surrealistas como que quien le estaba interrogando confundiera su apellido con el del maestro italiano Veronés. Así se dirigió a él no una ni dos veces sino todo el tiempo que duraron las preguntas, ese tercer grado del que fue protagonista. Juan Veronés había entrado en la historia del arte. Unavez, hace más de 25 años , me dijo que «las doctrinas inamovibles son una goma de borrar la inteligencia». Jamás olvidé aquel titular que hoy recuerdo.

La pincelada póstuma
Tenía Genovés una manera de reírse muy particular. Era muy acertado en sus comentarios y daba gusto escucharle. La galería Marlborough (fue el primer artista español que formó parte de ella) le tenía preparadas exposiciones con su obra última en Nueva York, Madrid y Londres (en la imagen, «Temblores» (180 x 150). Nunca había dejado de pintar. Su estudio era diáfano, tenía una luz muy blanca y no se escuchaba el caos. Cada día se colocaba delante de la pieza y dejaba libertad a las masas para que se desparramasen por los bordes, para que huyeran sin salirse de la tela. Siempre se mantuvo fiel a esa obra. Los personajes más realistas de los 70 se habían transformado con los años en seres sin sexos, qué más daba, que corrían hacia algún lado. Esas son las obras que hablarán por él desde diferentes puntos del planeta. «El motor de mi vida ha sido el miedo, la resistencia al miedo, a una autoridad que te podía quitar de en medio», decía. Vivió años duros y pintó en ellos y durante los que llegaron después. Deja un legado inmenso.