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Mares de sangre y cuerpos desnudos repletos de llagas: estas son las 5 escenas más espeluznantes de “El resplandor”

Repasamos algunos de los episodios más aterradores de la antológica cinta de Stanley Kubrick para conmemorar los 40 años de su estreno
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Si algo tiene que tener una apuesta cinematográfica para engrosar esa privilegiada lista, en ocasiones justificada, en ciertos momentos extremadamente sobrevalorada, de lo que se conoce como películas de culto es su capacidad de perdurar inalterable en el tiempo. Que pasen los años y que su visionado, con independencia del sector generacional que lo ponga en práctica, se siga interrogando sobre las mismas incógnitas, siga cuestionando sus propios principios y sienta una imperiosa necesidad de cambiar de idea y remodelar todas las certezas que creía tener la primera vez que la vio. Cuando Stanley Kubrick estrenó en 1980 la primera y única incursión que hizo en toda su carrera dentro del género de terror, ni la crítica ni el público fueron capaces de percibir algunos de los rasgos característicos de la inmortalidad artística y visual que tiempo después adquiriría.
Al tratarse de la adaptación literaria de la novela homónima de Stephen King, “El resplandor” corría el riesgo de caer en la trampa de las comparaciones y hasta el propio escritor se encargó de protagonizar una de las peores cuando tras su estreno declaro aquello de: “El libro es caliente y la película es fría. El libro acaba en fuego y la película en hielo”. Un mantra que ha seguido manteniendo firme hasta hoy (incluyendo también disconformidades como la elección de Jack Nicholson para el papel protagonista o el histrionismo innecesario de Shelley Duvall, quien fue martirizada durante todo el rodaje por el director) y que sin embargo no ha logrado movilizar a demasiados adeptos ya que el simbolismo encriptado, la apasionante exploración en la naturaleza del mal y el esteticismo iconográfico de muchas de las secuencias de la versión de Kubrick la han consolidado como una de las grandes obras maestras del género.
La creación de esta escalofriante y monumental demostración de terror psicológico cumple 40 años y para homenajear la memoria del miedo y recordar por qué esta película produce tanto, hemos seleccionado algunas de sus escenas más aterradoras, desasosegantes y extremas. Conviene advertir que nuestro particular subrayado de imágenes está plagado de spoilers, de modo que todo aquel que no haya visto la película debe tenerlo en cuenta. Para todos los demás: cinéfilos, morbosos, amantes de Kubrick, fervientes seguidores del pánico, curiosos, defensores de la necrofilia, feligreses del suspense, protectores de la locura y valedores de los gritos…sean bienvenidos.
1.
De forma estratégica se repite esta escena en varias ocasiones a lo largo de la película. La primera vez que la vemos a través de los ojos de Wendy parada frente al escenario, impacta sobremanera. Las restantes inquieta a niveles estratosféricos. Un inmenso río de sangre se desborda a cámara lenta por las puertas del ascensor del Hotel Overlook inundando el pasillo. Pese a que tardó casi un año en ser ideada y planificada, tan solo hicieron falta tres días para que se rodara. Resulta oportuno rescatar las declaraciones que Leon Vitali, el asistente de Kubrick, señaló acerca de la laboriosa grabación de esta pesadilla casi performática: “Si tienes tanta presión dentro de algo como un ascensor, puede llegar a explotar si no tienes cuidado. Funcionó de una manera que nunca pensamos que funcionaría. Era un volumen tan violento el líquido rojo que venía hacia ti; todos los que estábamos de frente pensamos: “Dios mío, ¡nos vamos a ahogar!””. El obsesivo carácter perfeccionista del cineasta le obligó a salirse de la habitación antes de que se llevara a cabo la toma final por si algo salía mal. A la vista está que absolutamente nada falló.
2.
Jack acaba de confesarle a Wendy entre lágrimas de pavor que ha tenido un sueño espantoso. Les mataba tanto a ella como a Danny. Tras este episodio, Torrence se encuentra sentado en la cama de su habitación con una mirada que está empezando a tornar en demencia en el momento en el que insta a su hijo, que acaba de entrar de forma cadenciosa y desconfiada por la puerta, a que se siente junto a él. Le toma en brazos, le besa la frente y le acaricia el pelo dejando la muñeca dormida de manera desquiciada. En esta ocasión no hay sangre, no hay gritos ni ningún elemento explícitamente macabro pero la tensión y la angustia que traspasa la pantalla durante toda la secuencia es tal, que casi se echa de menos la sordidez de algún miembro amputado. El pequeño Danny duda de la capacidad de autocontrol de su padre y empieza a importunarle con preguntas:
- “Papi, ¿estás malo?”
- “No, solo cansado”, responde un portentoso Jack Nicholson con la mirada abstraída.
- Entonces, ¿por qué no duermes más?
- No puedo, tengo mucho que hacer
- Papi…¿te gusta este hotel?, insiste Danny mientras la música se vuelve oscura y violenta. Una pieza de la que el editor musical Gordon Stainforth aseguró en su momento sentirse especialmente orgulloso.
- Mucho, quisiera que nos quedáramos aquí para siempre
- Papi, nunca nos harás daño a mamá y a mí ¿verdad?
- Nunca te haría daño Danny, nunca. ¿Lo sabes verdad?, le responde Torrence con un arqueo de ceja de lo más sospechoso.
3.
La secuencia que viene a continuación está plagada de siniestra poesía. A través de un travelling extremadamente lento por los rincones de los pasillos y las diferentes estancias del hotel de Colorado, Kubrick conduce de forma magistral la figura de Jack hasta la entrada de un baño con aspecto psicodélico cuyo interior está impregnado de un setentero verde menta. La cámara enfoca la bañera del fondo durante unos segundos agónicos en los que parece que nada va a suceder cuando de repente un brazo femenino descorre las cortinas que la cubren. En su interior aparece una mujer de significativa belleza completamente desnuda que sale de la bañera y empieza a caminar de forma celestial hacia Jack. Envuelta en un halo de divinidad, la tentación de su apolíneo cuerpo se convierte en una potencial virtud de atracción sexual para Torrence, quien no resiste la tentación de besarla y apretarla contra su pecho. De repente, todo cambia. Nicholson mira enloquecido al espejo del lavabo y se da cuenta que ese cuerpo desnudo sinónimo de vida se consume entre sus manos transformándose en una piel envejecida, castigada por el tiempo y plagada de pústulas. La risa estruendosa de la ahora anciana ensordece las instalaciones y altera, aún más, la cordura de Jack.
4.
Sin duda este es uno de los ejemplos más clarificadores del perfeccionismo enfermizo de Kubrick. Hasta 40 veces tuvo que rodar el cineasta esta toma para quedarse satisfecho con el resultado pretendido. Una de las “tácticas” que utilizó con Shelley Duvall, la posteriormente traumatizada actriz que da vida a Wendy, para dotar de naturalidad y realismo su reacción fue lanzarla al vacío argumental de la interpretación. Duvall no sabía que ocurría en la escena, no conocía los movimientos ni las intenciones de Jack, por lo que las lágrimas y el pavor que indica su gestualidad son del todo ciertas. Una situación de improvisación en la que cabe preguntarse cómo de firme tiene que mantenerse la mente de un actor para enfrentarse al designio de las muecas de Jack Nicholson y a esa sonrisa de loco sin caer en la tentación de pensar que lo más ligero que puede sucederle es la muerte. Wendy baja atemorizada al salón con un bate entre las manos después de que una tormenta de nieve haya asolado los alrededores del hotel y los comportamientos de Torrence, su marido, se encuentren ya fuera de sí. En ese momento descubre junto a la máquina de escribir que ha utilizado Jack para, en teoría, construir la novela en la que se encuentra inmerso, infinidad de folios apilados en los que lejos de aparecer una historia novelesca figura una frase repetida de manera compulsiva: “Tanto trabajo y nada de diversión han convertido a Jack en un tipo aburrido”. En esas, el aludido aparece y acorrala a Wendy de forma progresiva hasta conducirla a las escaleras del salón al tiempo que la amenaza. La tensión crece por segundos. ¿Va a aparecer alguien más? ¿Va a sacar el hacha? ¿La va a descuartizar?
5.
Danny acostumbra a recorrerse los pasillos de Overlook montado en un inofensivo triciclo. Gracias a la virtuosa utilización de la steadycam, el cineasta estadounidense logra sumergir al espectador en un estado de agarrotamiento absoluto cada vez que vemos al pequeño montarse en este vehículo e inspeccionar las desangeladas partes del establecimiento. La cámara se mueve rápida y, de forma laberíntica, persigue la espalda de Danny y su enérgico pedaleo hasta que de pronto, se frena en seco al girar una de las curvas. “Danny ven a jugar con nosotras. Ven a jugar con nosotras para siempre Danny” le interpelan dos siniestras gemelas con vestidos azules al estilo Baby Doll desde el final del pasillo. El pequeño en ese momento contempla boquiabierto la escena y sin ser capaz de balbucear nada intenta descubrir si lo que ve es fruto de su imaginación o pertenece al marco de la realidad. A continuación sucede un pestañeo lo bastante aterrador como para instalarse durante décadas en la mente de los espectadores. Las niñas aparecen tendidas bocarriba en ese mismo pasillo, muertas, asesinadas con un hacha por su padre, Delbert Grady, antiguo guardián del hotel, y las paredes quedan salpicadas de muerte.