“En México más del 90% de los crímenes violentos no tienen consecuencias penales”
Hablamos con la debutante mexicana que acaba de estrenar “Sin señas particulares”, una luminosa ópera prima que ya triunfó en el Festival de Sundance
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Magdalena es una de esas mujeres que tienen cartografiado en el rostro el mapa de una vida llena de búsqueda y desencanto, el dolor –entendido como resultado de malogrados acontecimientos– de una soledad impuesta en la mirada y un interior capaz de trasudar aquello que Octavio Paz definía como “la extrañeza del mexicano”. No hay nada más tácito que los ojos de una madre que no sabe dónde está su hijo. Ni nada más desafiante que una creadora con preguntas. Fernanda Valadez tenía muchas, así que decidió hacer una película para responderlas. Aferrándose con delicadeza y naturalismo al marco de las contradicciones y delirios del México actual, la directora se introduce por primera vez en el universo del largometraje con “Sin señas particulares”. Un abrumador retrato, acunado de manera excepcional por Mercedes Hernández (Magdalena), que habla de los desaparecidos, la inmigración, la resistencia, las familias desmenuzadas que deambulan por la frontera con Estados Unidos y todas esas cosas que consiguen alejarnos y reconciliarnos con el ser humano.
Reconoce Valadez que cuando empezó a investigar sobre la violencia en México y en particular sobre las desapariciones, la percepción de su entorno se modificó drásticamente. “Por entonces, apenas abríamos los ojos ante fenómenos que expresan una profunda crisis social y humana: desapariciones y asesinatos de activistas y periodistas; violencia sin límites contra emigrantes, mujeres y minorías; descubrimiento de docenas de fosas comunes clandestinas; un número creciente de desplazados dentro del país; asentamientos que se convierten en pueblos fantasma”, enumera.
En ese momento, la cineasta decidió abandonar Ciudad de México, donde llevaba viviendo quince años para regresar a su ciudad natal, Guanajuato, “un lugar invadido por la violencia”. El subrayable éxito que jalona su recorrido por festivales tan relevantes como San Sebastián, Sundance, Tesalónica, Estocolmo o Zúrich entre otros, da buena cuenta de su calidad como proyecto. La ficción, con su magia y su diálogo, se impone. Y se ha convertido para la directora en el canal más poderoso con el que contar la evolución de esas “inesperadas violencias que nos desgarran, el esplendor solemne de nuestras fiestas y el culto a la muerte”, a las que se encomendaba el Nobel. Establecemos con la prometedora Fernanda Valadez una radiografía emocional y social del décimo país más poblado del mundo y hablamos con ella sobre la herida de las desapariciones forzadas, la porosa línea que separa a víctimas de victimarios, la importancia de la urgencia del cine y la salida de Trump de la Casa Blanca.
- ¿Qué tiene de particular la violencia de México? ¿Hay algún elemento distintivo que la diferencie de otras?
- Para responder esta pregunta déjame hablarte brevemente del proceso de la película. Astrid Rondero (co-guionista y productora) y yo empezamos a pensar en contar esta historia tras el alza de la violencia en México (que lleva más de una década). Creo que lo que entonces parecían situaciones inconexas (violencia contra migrantes, feminicidios, enfrentamientos armados entre distintos cárteles, aparición de fosas clandestinas), conforme pasaron los años fuimos entendiendo que eran parte de una crisis estructural, de la sociedad y del Estado mexicano. El crimen organizado tiene tanta fuerza que es como si fuera un estado paralelo. En realidad no uno, sino varios estados paralelos en constante lucha por el poder y los territorios. Esa lucha y la penetración del crimen en todas las áreas de la sociedad y el gobierno, producen una impunidad rampante (en México más del 90% de los crímenes violentos no tienen consecuencias penales). En todo este contexto, la sobre elaboración de la violencia, las formas tan brutales en que se asesina, son una expresión de la lucha entre las bandas, son formas macabras de comunicación y de expresión de su poder.
- Había una urgencia por hablar de ella...
- Aunque “Sin señas particulares” es mi primera película como directora, es la segunda en mancuerna con Astrid. La anterior, “Los días más oscuros de nosotras”, que produje, ella dirigió y desarrollamos juntas, nos dio la experiencia para levantar y filmar ésta. Eso es algo muy bello del cine, que se hace con un equipo. “Sin señas” vino efectivamente de la urgencia de hablar de la violencia. Tal vez no usaría la palabra “denuncia”. Siento que esta película viene de preguntas, de no entender y tratar de procesar esta oleada de violencia que no para y sobre la que necesitamos reflexionar.
- ¿Con cuántas Magdalenas se ha topado en su vida?
- Para serte muy sincera, cuando estábamos en proceso de investigación para escribir el guión, tomamos la decisión de no entrevistar directamente a los familiares de los desaparecidos. Me parecía muy delicado por el riesgo que ellos toman y la tragedia por la que pasan. No quería dar pie a que se sintieran usados, pues finalmente ésta es una ficción. Pero en México por desgracia hay miles de madres, padres, hermanos e hijos de personas que son víctimas de desaparición forzada y que luchan por encontrar a sus seres amados, por hacerles justicia y por evitar que sean olvidados.
- Cuando empieza a investigar sobre las desapariciones, la percepción de su entorno cambia.
- Hay varios eventos que me impactaron muy profundamente, entre ellos la primera masacre de San Fernando, en el estado de Tamaulipas, en la que fueron asesinados 72 migrantes en 2010. Por esas mismas fechas, había una página que se llamaba “Blog del narco”, donde se publicaban fotografías e información de muchos crímenes que tenían que ver con el narcotráfico. Posteriormente comprendimos que mucha de esa información tan inmediata provenía de los mismos cárteles. Pero en la primera época de ese blog, acudíamos a él como una manera de enterarnos de información que no siempre llegaba a los medios masivos. Astrid encontró ahí una narración anónima, en primera persona, de una masacre de los pasajeros de un autobús comercial. Quiero pensar que la narración era ficcionada, pero me impactó profundamente. Muchos de los elementos de esta película surgieron por lo que esa narración nos dejó pensando.
- ¿De qué forma se relaciona el mexicano con la muerte?
En México tenemos una tradición muy fuerte en torno a la muerte, un vínculo casi festivo, aunque las tradiciones folclóricas no justifican el actual estado de las cosas. En realidad, en México la violencia se ha normalizado de tal manera que se ha incorporado y ha modificado el ideario popular. Un ejemplo es el culto tan nutrido que existe en torno a la santa muerte. Este tipo de figuras me parecen una radiografía más clara de que la violencia en la que vivimos ha echado raíces muy profundas.
- ¿Qué inspiraciones cinematográficas o incluso literarias rondaban su cabeza cuando empezó a configurar las bases de este trabajo?
- Quisiera mencionar cuatro películas que fueron una gran inspiración: “The ascent”, de Larisa Shepitko; “Come and see”, de Elem Klimov; “Wake in fright”, de Ted Kotcheff; y “Walkabout”, de Nicholas Roeg. Además de investigaciones periodísticas sobre la violencia en México, leímos testimonios y literatura sobre otros momentos de la historia, en otros lugares, donde la violencia ha tenido el carácter de crisis humanitaria, como el genocidio de Ruanda y el Holocausto. Creo que nos preguntábamos constantemente sobre la línea a veces tan difusa y porosa entre víctimas y victimarios.
- ¿La resistencia es una cualidad adquirida o somos nosotros mismos los que la construimos a base de experiencias dolorosas?
- Yo estoy convencida que la resistencia es una característica del ser humano. Ha venido con nosotros de generaciones en generaciones. En esta película también deseaba hablar un poco al respecto de esto: la resistencia humana nos lleva a cruzar un país y a buscar a nuestros seres queridos hasta por debajo de las piedras, sin importar los peligros. En México, grupos de rastreadoras andan por las zonas más calientes, metiendo varillas en las tierras que parecen movidas. Les llaman rastreadoras porque efectivamente usan sus sentidos, incluido el olfato, para encontrar a los desaparecidos. En un Estado fallido, ellas son la imagen de la resistencia.
- ¿Qué supone a su juicio la salida de Trump del gobierno con respecto a la situación de los inmigrantes en Estados Unidos? ¿Se abre un canal más esperanzador?
- Para aquellos que ya están en Estados Unidos, quiero pensar que sí. Y también para los migrantes centroamericanos que a partir de la administración de Trump son obligados a pedir asilo desde territorio mexicano, incumpliendo con ello los tratados internacionales. Pero la relación entre México y Estados Unidos es muy complicada, y no veo un escenario donde los migrantes dejen de correr peligros y enfrentar situaciones muy adversas. Y hay que decirlo también: muchas de los peligros que los acechan están en territorio mexicano. Y eso nos corresponde a nosotros cambiarlo, aunque el panorama no es muy esperanzador por ahora.
- ¿Cómo llegas hasta la fascinante Mercedes Hernández y al resto de intérpretes?
- Antes de filmar “Sin señas particulares” filmé un cortometraje que se llamó “400 maletas”, que contenía la esencia de la historia y que me sirvió como un proceso de exploración y maduración. Invité a Meche a participar en ese corto y desde entonces estuve convencida de que ella debía protagonizar el largometraje. En el corto trabajó también David Illescas, actor que interpreta a Miguel, el joven deportado de Estados Unidos, sólo que en el corto hacía el papel del hijo (era más joven). Ambos son actores profesionales de mucho talento y experiencia. El chico que en “Sin señas” interpreta a Jesús, el hijo de la protagonista (el actor se llama Jesús también, Juan Jesús Varela), es un joven de una comunidad de Guanajuato, ciudad donde filmamos el grueso del rodaje. Lo encontramos en un proceso largo de casting en secundarias y bachilleratos rurales, y de trabajo con adolescentes en un taller de actuación. Es un muchacho muy talentoso y fui muy afortunada de que le aportara su sensibilidad y experiencias a la película.
- ¿La pandemia ha cambiado su forma de relacionarse con el cine? ¿Cree que los gustos pueden llegar a sufrir una deriva hacia temas más “amables”, “cómicos” o “evasivos” como resultado de la necesidad de escapar de esta realidad?
- Esta pandemia nos ha vuelto a todos un poco locos, pero creo que estos meses me hicieron apreciar la fortuna de poder hacer películas, y de tratar de contar en ellas las cosas que nos importan. Es probable que no todas las películas que haga (dirigiendo o produciendo,) tengan una vena tan social como ésta, pero no podría hacer una película que no me apasione, por la que sienta una gran urgencia.