El Cid de carne y hueso y sin los adornos de su leyenda
El autor de “El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra”, analiza este estreno y comenta los grandes aciertos que han tenido esta producción, como la figura de Urraca y el contexto histórico
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El reto principal de esta serie de Amazon Prime será tomar el relevo de la soberbia película de «El Cid» y lograr introducir en los espectadores a un Campeador diferente al concebido por quienes se dejaron seducir por aquel otro con toques de western épico. El viernes se estrenó la primera temporada de cinco entregas de esta serie, en los cuales contemplamos los primeros pasos, titubeantes pero firmes, de un héroe de leyenda: Rodrigo el Campeador. En estas entergas es necesario situar al espectador en un escenario complejo y cambiante, en un mundo leonés y castellano de los primeros años de la década de los 60 del siglo XI, habitado por reyes y caballeros, príncipes y princesas, magnates y obispos, y unos musulmanes divididos en taifas que necesitan de los cristianos para sobrevivir en un mar agitado y convulso. Un niño llamado Rodrigo Díaz llega a la corte del rey de León para empezar a ser instruido en la noble y difícil profesión de caballero, para intentar convertirse en uno de los guerreros de élite del momento, aquellos que están en condiciones de marcar las diferencias en el campo de batalla, aquellos que gracias a esa dignidad podrán vivir una vida marcada por el privilegio y la gloria, pero también por el riesgo de muerte permanente.
Esta primera temporada debía ser necesariamente una presentación, un primer acercamiento a reinos cristianos y musulmanes, a personas y personajes, a tramas y escenarios. En ese sentido «El Cid» cumple con su cometido, con el fin de situar al espectador ante un universo complejo para el espectador del siglo XXI. Es necesario que el público comprenda la urdimbre de un cosmos en proceso de transformación, penetrado por la guerra y la violencia, el inmovilismo social y una frontera difusa entre lo cristiano y lo islámico.
Política militar
Nos encontramos ante un reino de León ostentado por Fernando I, que será llamado el Magno, un monarca que en el plazo de no muchos años ha incrementado poder y territorios gracias a la muerte de su yerno y su hermano mayor en sendas batallas campales, Tamarón (1037) y Atapuerca (1054). Gracias a una mezcla de habilidad política y militar ha dejado de ser conde de Castilla, para convertirse en rey de León y someter a vasallaje a otros reinos cristianos y musulmanes. Conquistador de Coimbra y Viseo, sentará unas bases de las que uno de sus hijos se beneficiará en el futuro, marcando de alguna manera un camino que será también transitado por el Campeador. En esa corte leonesa donde comienza a formarse un joven Rodrigo Díaz destaca la infanta Urraca, figura histórica bastante distorsionada por cantares y romances, la primogénita de un matrimonio conformado por Fernando I y por Sancha de León, mujer bien valorada por los testimonios más cercanos a su existencia, que la destacan por su prudencia, su belleza, su capacidad consejera y el ascendiente que siempre ejerció sobre uno de sus hermanos, Alfonso, quien en el futuro sería Alfonso VI, conquistador de Toledo, «Emperador de toda Hispania», uno de los reyes más importantes en la Historia de España. Es llamativo que ese Alfonso terminara por llamar Urraca a una de sus hijas, aquella que terminaría por ser la primera reina privativa en la historia europea, en unos momentos en los que el gobierno femenino era intensamente cuestionado.
Uno de los grandes méritos y atractivos de esta primera temporada es la reivindicación de un personaje como Urraca, tal vez mucho más importante en su tiempo de lo que hoy día podemos llegar a entender si no es tras una labor de estudio y comprensión del momento histórico. El personaje, construido con tino e inteligencia por los creadores, es magistralmente interpretado por una joven actriz llamada Alicia Sanz.
Los reinos taifas
En ese tiempo la Iglesia ejercía un poder efectivo a través de sus obispos, consejeros directos y soporte moral e ideológico de los reyes y señores. El reinado de ese Fernando I se caracterizó, entre otras cosas, por iniciar una alianza con Cluny, orden monástica regida a la manera feudal por unos abades que fueron llamados «papas negros», por el color de su hábito y por rivalizar en poderío y ascendencia con los papas de Roma. Clave en esa alianza fue el pago anual de cantidades de oro procedentes del cobro de parias, iniciándose un sistema tributario al que el rey Fernando supo y pudo someter a algunas taifas andalusíes.
Los reyes de taifas, envueltos en luchas contra otras taifas, necesitaban a reyes, señores y caballeros cristianos para su propia supervivencia, aunque ello les costara un tributo anual que pagar a sus protectores. La Iglesia no veía con malos ojos ese modelo de relación, porque al tiempo que el oro andalusí fluía, iban produciéndose conquistas territoriales a los musulmanes, aprovechando los cristianos aquel estado de debilidad de los taifas de al-Andalus. Sin embargo, los aires de la reforma gregoriana, del fortalecimiento del papado, irán señalando la necesidad de entablar con los musulmanes relaciones cada vez más hostiles. Algunas de esas cuestiones son sugeridas en la serie, que necesitaba introducirnos en esos matices imprescindibles para entender el periodo.
Los musulmanes son bien presentados. Superiores en conocimientos científicos, médicos y técnicos, y en costumbres higiénicas, a los cristianos, ricos en sabiduría, pero pobres en recursos militares, necesitados del auxilio remunerado a esos caballeros cristianos cubiertos de hierro y efectivos en el campo de batalla.
Es interesante el contraste entre musulmanes y cristianos, porque en su caracterización apreciamos trazas de las fuentes de la época. En ese mundo es donde Rodrigo Díaz inicia su andadura, entrenándose para convertirse en uno de esos caballeros que necesitan los reyes cristianos y los sultanes andalusíes. Lo vemos ejercitarse en el difícil manejo de un equipo militar compuesto por caballo, lanza, espada, escudo y loriga, una pesada túnica de cota de malla que podía pesar alrededor de 20 ó 25 kilos. Lo vemos demostrar desde temprano destreza en su empleo y una energía que le acompañará en vida. Destacando desde joven como experto en el combate individual, como paladín en duelos singulares, comenzará a disfrutar de la amistad y protección del infante Sancho, el mayor de los hijos varones del rey Fernando y la reina Sancha, y que será el primer rey de Castilla. Escudero del príncipe Sancho, lo servirá en sus campañas bélicas, adquiriendo sus primeros contactos con la guerra. De ese Rodrigo, cuya capacidad de aprendizaje es elogiada por su señor Sancho, dirán cronistas cristianos y musulmanes que se ayudaba de la observación del vuelo de las aves. Así, esa capacidad para la ornitomancia es una de las características del personaje que se nos ofrecen en esta primera temporada. Observación y aprendizaje, destrezas militares y ornitomantes, atracción hacia lo islámico y cierta dosis de lo que los musulmanes llamaban «baraka» (protección divina), pero también una mentalidad fuerte que le lleva a superarse, prefiguran a un Rodrigo Díaz muy bien encarnado por Jaime Lorente, quien consigue fusionarse con el personaje.
Estas son solo unas breves notas de una primera temporada que merece y merecerá análisis y comentarios más profundos. Es una muy buena noticia que se haya estrenado una gran superproducción española en la que el protagonista es el famoso caballero de Vivar, Euno de los personajes más conocidos y atractivos de la Historia de España. Ojalá esta primera temporada goce de aceptación y mucho éxito, para que podamos seguir disfrutando de otras.