«Justine», el libro que mandó a la cárcel al marqués de Sade
Esta obra recoge parte de la filosofía de su autor. Se difundiría en secreto y a él le costaría permanecer el resto de su vida encerrado
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Este no es un autor arropado en malditismos romanticoides o con el barniz literario o la orla o la impostura que el tiempo concede a los escritores que han cumplido pena de reos en prisión y han sufrido por su literatura. Esta es la historia de un infame, el Marqués de Sade, al que despreciaba, entre otros, Stefan Zweig; el individuo que en la Semana Santa de 1768, con los engatusamientos del tahúr y la labia que gastan los embaucadores calle y acera, engañó a una prostituta para que acudiera a su casa y allí la dobló, literalmente, con una tunda de azotes que la dejó sin aliento y exhausta. Este es el caballero que tomó a una dama de su tiempo en matrimonio, para después «juguetear» por prostíbulos y otros antros amancebamientos donde la práctica del amor derivaba en humillaciones y maltratos. El eco del Marqués de Sade lo recibimos envuelto en un aura que, cuando se examina la biografía al completo y con el detenimiento que implica la razón y la lógica, lo que resalta es un bribón de tomo y lomo; un fulano malencarado y con escasos pliegues decentes en el comportamiento. Es cierto que este libertino venía con la inteligencia alumbrada con las filosofías y los pensamientos de su tiempo, y que era un provocador nato, un tipo con talento para la palabra escrita y para descoser los corsés estrechos de su época con una literatura escandalizante y escandalizadora. Pero lo cortés no quita lo valiente y donde habitan méritos y dones no tiene por qué habitar después un hombre bueno. Es su caso.
Elogio de la virtud
El Marqués de Sade, un libertino que se pasó media vida entre muros de prisión. Más de veinte años. El tipo, con ironía, comentaba que sus entreactos se habían prolongado demasiado. En uno de esos periodos se desmarcó con un libro de asendereados azares y destino desigual. Su primera versión, más breve, más tosca, sin tanta metralla filosófica, se completó cuando él estaba aposentado en la Bastilla en 1787. Pero después acometió dos versiones, cada una mejor que la anterior y superior en páginas.
Su recepción, no resulta necesario ni consignarlo, levantó ampollas en aquella hipócrita moral de época, con mucha levita, pero también algo licenciosa. Enseguida se pidió cuentas al autor, que negó la autoría, suponemos, por no verse abocado de nuevo a un encierro. Lo que le aguardaba era un periplo penoso por celdas. Aquella Justine que se había sacado de las faltriqueras de la imaginación le iba a costar caro. Nadie le iba a perdonar este libro. Y menos una obra con unas reflexiones implícitas que no gustaron a nadie. La clave reside en la trama. Justine es una mujer que busca la virtud y en ese camino lo que encuentra, como en los mejores relatos morales, es vicio. Para el Marqués de Sade, las almas bondadosas y con aspiraciones a tocar el cielo, están condenadas a sufrir y ser arrojadas al estercolero, mientras los corruptos y los malvados saldrán adelante. Verdad que algunos tomaron como ofensa. ¿Por qué sería?