La batalla política de las vacunas
El controvertido ensayo de Gøtzsche saca a la luz cómo se mueve el mundo de las vacunas y cómo ahora los políticos las usan para hacer electoralismo
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La vacuna de la Covid-19 ha destapado al menos tres movimientos curiosos y muchas contradicciones. Por un lado están los que confunden el bien común con «lo público», que llevan décadas pidiendo el fin de la sanidad privada, pero que han visto que las vacunas han llegado en menos de un año gracias a los laboratorios privados. Después están también aquellos que ven en el virus una conspiración gubernamental, como en Alemania, y lo llaman «plandemia». Es sensato desconfiar de cualquier Gobierno, pero dentro de la racionalidad para no acabar siendo un paranoico. Y, por último, muy cercanos a los primeros, están los que ven en la industria farmaceútica un poder mundial oculto que nos maneja. Son los que desprecian la «medicina oficial» y se deciden por terapias alternativas, que suelen ser hierbas, disolución de azúcar y meditación energética.
Las vacunas se han convertido en otro campo de batalla. No es de extrañar. Los gobiernos han fallado y mentido ante la epidemia actual. Recordemos las declaraciones de Fernando Simón sobre el uso de las mascarillas o la inexistencia de la comisión de expertos. Esto genera una desconfianza que, precisamente, alienta el negacionismo y el movimiento antivacunas que tanto se trata de combatir por otro lado. Además, algunas autoridades políticas han aprovechado la oportunidad que ofrece esta coyuntura para podar la democracia y entrar en una deriva totalitaria.
A este conjunto añadimos un tercer motivo y no menos importante que todo lo anterior: el historial de la industria farmaceútica. Gotzsche lo explica muy bien en este libro, «Vacunas. Verdades, mentiras y controversia»: el negocio está en la rapidez de fabricación, por lo que muchas veces se prioriza el marketing frente a los ensayos clínicos. Al mismo tiempo, dice el autor, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las juntas de salud nacionales se basan en estudios patrocinados por las mismas farmacéuticas. Estos negocios cuentan, además, con la predisposición del político de turno en el poder que ansía la fotografía y la medalla. Dos aspectos por los que son capaces de pagar muchos millones.
Eso, precisamente, fue lo que ocurrió en el pasado, como muchos recordarán con el pánico desatado con la gripe A y, por ejemplo, el escándalo del medicamento «Tamiflu». Varios años después, en 2014, se publicaron en «BMJ Evidence-Based Medicine» los resultados de la investigación de la organización Cochrane demostrando la ineficacia de dicho fármaco. «Vendieron humo», aseguraron entonces, mientras los gobiernos pagaron miles de millones de euros.
No obstante, la inmunización resulta uno de los métodos más eficaces para erradicar las epidemias, entre otras, la del sarampión, pero, claro, esto lleva su tiempo y también sus protocolos. Las vacunas contra la Covid-19 han sido aprobadas con mucha rapidez. Sus pruebas van a ser casi a tiempo real en la población, pero es justo eso lo que tienen el pánico y la política. Las prisas por tener la vacuna para combatir el coronavirus que ha puesto en jaque el mundo, tanto entre las farmacéuticas como en los políticos, han dejado pendientes y en el aire muchas contradicciones que hay que resolver.
Millones de personas mueren cada año de paludismo, tuberculosis y otras infecciones. Cada día fallecen en nuestro país unas 300 personas por cáncer, lo que supone unas 110.000 al año, según datos de febrero de 2020. La prevención y la promoción de la vida saludable evitaría unas 55.000 muertes anuales, atendiendo a un estudio de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC). El Estado español concede menos recursos a la investigación del cáncer que la AECC, que cada año aporta quince millones de euros. De hecho, Amancio Ortega donó 310 millones en 2019 a la sanidad pública española, con la crítica absurda de Podemos, y supuso que los equipos de radioterapia avanzada para el tratamiento del cáncer se hayan multiplicado por tres en los hospitales públicos y se beneficien más de 100.000 personas.
Por otro lado, los datos del INE arrojan una media de más de diez fallecimientos al día por suicidio en España, confirmándose como la primera causa de muerte externa en nuestro país. Son más de 3.500 al año. Diez personas se suicidan al día, el doble de las que mueren por accidentes de tráfico. Hay campañas para conducir mejor, noticias sobre accidentes, pero nada contra el suicidio y ni una noticia sobre un suicidado. Y se ha dado más publicidad a la ley de eutanasia que a la importancia de la vida. A nivel global son unos 800.000 suicidas al año, tantos como los que han muerto como consecuencia de la Covid-19. No hay hospitales estrella para las personas psicológicamente vulnerables ni un plan decente de prevención y tratamiento. Ningún político quiere hacerse una foto en un psiquiátrico. Quizá ese sea el problema, la mezcla de salud y electoralismo.
- «Vacunas. Verdades, mentiras y controversia» (Capitán Swing), de Peter C. Gøtzsche. 290 páginas, 18,50 euros.