No solo mata el que dispara, también quien participa y calla
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Es el mes de julio de 1945 en Alemania y un fotógrafo de guerra inglés se resiste a volver a casa. Ha sido testigo de la liberación de un campo de exterminio y del hundimiento del Tercer Reich. Ahora contempla la desolación del final de la batalla en el paisaje, en las ruinas y en las miradas a menudo enloquecidas de los soldados que han sobrevivido, pero cargarán durante mucho tiempo con el horror de lo vivido. El fotógrafo quiere retratar a personas delante de sus casas.
Sin que se nos dé ningún tipo de explicación, entendemos que ese parece el camino de vuelta menos traumático a la normalidad, imposible pasar de los muertos a los vivos, sin más; y en ese viaje en busca de seres vivos para plasmarlos en las puertas de casas que extrañamente no han sido destruidas, el fotógrafo trata de entender al pueblo alemán y su papel en el genocidio. De forma muy sutil, apenas reproduciendo gestos o comportamientos que solo a veces son negativos, explicando sin decir nada, con imágenes cotidianas, que no todos estuvieron de acuerdo, aunque todos supieran lo que sucedía.
La bondad y la destrucción
Al fotógrafo le acompaña en este viaje, empleado como conductor, un joven y novato recluta que durante el camino aporta un apunte de bondad ingenua y espontánea y, también, una nota de contraste. Durante la lectura de este libro viene a la mente el recuerdo de los versos que escribió César Vallejo: «Al fin de la batalla,/y muerto el combatiente/vino hacia él un hombre/y le dijo: no mueras/te amo tanto…». La condición humana y sus contradicciones, los muertos que parecen olvidados y surgen en sueños recurrentes, la generosidad de algunos y la crueldad de otros. El deseo de fijar en la memoria de otros lo invisible, eso que solo un buen fotógrafo es capaz de ver con el objetivo de su cámara.
Las novelas de Mingarelli son enormemente cinematográficas, dos de ellas, «Cuatro soldados» y «Black Ocean», han sido llevadas al cine, y en este caso creó, de nuevo, una obra maestra construida como una sucesión de imágenes que muestra una geografía física y humana. En un escenario tan fantasmagórico de desolación y muerte en el que habitan al mismo tiempo la locura, el miedo y el hambre, el autor introduce pensamientos y deseos que son como oraciones de conmovedora belleza y consigue transformar tanto dolor en un canto a la vida, a la resistencia, a la esperanza de que la mayor crueldad no sea capaz de acabar con lo que nos hace humanos: la capacidad de sentir piedad y compasión.
▲ Lo mejor
El conocimiento del ser humano que muestra Hubert Mingarelli, lamentablemente ya fallecido
▼ Lo peor
Nada; esta obra es prácticamente redonda desde el punto de vista formal y narrativo
Sagrario Fernández Prieto