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"Niño de fuego", documental de Ignacio Acconcia que estrena Movistar+ el 24 de enero

“Niño de fuego”: el fénix que vino del rap

Movistar+ estrena este 24 de enero un documental sobre Aleixo Paz, que tras quemarse el 90% del cuerpo en un accidente de tráfico, encontró su redención en la música

“Sed del fuego, abrasadora multitud del estío / que construye un edén con unas cuantas hojas”, escribió Pablo Neruda en su cuadragésimo segundo soneto de amor. Ese mismo proceso catalizador, el que lleva a la redención a través de las propias cenizas no sin haberse consumido casi por completo antes, es el que nos invita a acompañar al carismático protagonista de “Niño de fuego”. El documental, que se estrena hoy Movistar+ y cuenta con la dirección de Ignacio Acconcia, huye de las lágrimas fáciles y las fábulas moralizantes para hacer verbo gráfico la vida de Aleixo Paz, un joven que con apenas 9 años, sufrió un accidente de tráfico que le acabó calcinando el 90% del cuerpo.

Esta especie de “coming-of-age” poco convencional, que se explica cronológicamente desde que Paz cumple los 13 años hasta que alcanza la mayoría de edad, solo puede digerirse si se entiende su pulsión artística: apenas semanas después de accidente, el joven comenzó a escribir y a hallar en las letras su verdadera vocación. Con el tiempo, su pasión osciló hacia el rap y la composición lírica, adoptando también la estética y los modismos del género. La música, omnipresente en el filme y eje vertebrador del mismo, permite que por él se pasen figuras como GOMZ, Rosa Rosario o Nikone.

Más allá de la impresionante historia del Niño de fuego, pseudónimo del protagonista cuando tiene el micrófono en la mano, la película es una especie de relato velado de los traumas de la tragedia, esos que van más allá de la estética de un rostro marcado pero que duelen, si cabe, todavía más. Paz, que no acabó el instituto sumido en una depresión que le lleva a consumir drogas cada vez que puede, es uno más de esos jóvenes que se ven ahora sin futuro y que no saben qué será de ellos por perderse en un mundo que no crearon, pero que tampoco vieron echarse a perder. Sus periplos entregando currículums y sus cursillos rápidos de carretilla elevadora son el día a día de una camada de chavales españoles que, al menos, no tienen que lidiar con la mirada compasiva y, a veces, condescendiente que relata el protagonista: “Ese no soy yo, ese está muerto”, le espeta a su madre mientras ambos recuerdan vídeos de la infancia de Paz.

Aleixo Paz, protagonista de "Niño de fuego", junto a su director, Ignacio Acconcia
Aleixo Paz, protagonista de "Niño de fuego", junto a su director, Ignacio AcconciaLa Razón

A través de más de un lustro de rodaje, Acconcia consigue mostrar una verdad magistralmente adulterada y construir una película excelente gracias a los vacíos: el fantasma de la distancia entre los padres de Aleixo se hace grande, pero queda a la sombra de la ausencia de apoyos externos, el distanciamiento normal y progresivo de una hermana que quiere vivir su propia vida y la persecución de un sueño, el de vivir de la música, que le obliga por fuerza a no vivir del aire, dejar aparcado el mando de la “play” y bajar al barro de la incertidumbre laboral. “Es mi ópera prima y con ella he profundizado en la identidad como tema central del cine que me inspira y del cine que quiero seguir haciendo. El marco de la adolescencia para contar esta historia es muy importante, ya que entiendo ese momento como un elemento clave de búsqueda y aceptación de uno mismo”, explica Acconcia antes de añadir: “Lo filmé durante periodos intermitentes a lo largo de 5 años y pude ser testigo privilegiado de ese tránsito mágico que es la adolescencia, con todos los conflictos propios de esa etapa, pero con el agravante trágico del cuerpo mutilado y limitado siempre presente”.

Quizá la lección fílmica más importante de “Niño de fuego”, más allá de las metáforas “superacionistas” que quiera buscar cada cual y que no caben en una película de delicada factura y pulsión realista, se materialice a través del viaje del propio Paz, que parte de la ira para acabar en la estación del “os pido perdón”. Ese tránsito, el del fénix que se encontró a sí mismo en el rap para dejar la vía de la autodestrucción, es el gran mérito cinematográfico del documental. De hecho, si uno mira más allá de las cicatrices del Niño de fuego, quizá encuentre la historia de una madre penitente, la de la culpa inevitable de un padre o, incluso, la de un niño que tuvo que asistir a su propio entierro.