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Teatro

Estreno

El cura que dejó la Iglesia para vivir el sueño americano

Alfredo Sanzol sube a escena en el Valle-Inclán «El bar que se tragó a todos los españoles», un montaje inspirado en la historia oculta de su padre

De izda. a dcha., David Lorente, Francesco Carril, Jimmy Roca y Albert Ribalta; al fondo, Jesús Noguero
De izda. a dcha., David Lorente, Francesco Carril, Jimmy Roca y Albert Ribalta; al fondo, Jesús NogueroLuz SoriaCDN

Alfredo Sanzol (1972) hace bueno eso de que, vayas donde vayas, siempre habrá un navarro que contará a otro navarro la vida y milagros de un tercer navarro. De esta forma, el director madrileño-pamplonica hace buena patria de sus orígenes y lleva al escenario del Valle-Inclán una historia inspirada en su padre que transita entre la realidad que vivió un cura que, en 1963, se marchó a Texas huyendo de la vida religiosa y con el único deseo de «vivir mucho y rápido» –se dice en la obra–, y la ficción que el actual director del CDN (primera gran pieza que lidera durante su etapa al frente del centro) ha imaginado para levantar una imponente pieza de tres horas que recorrerá las barras de medio mundo: Pamplona, Texas, California, Roma, Dinamarca, Madrid...

Advertido por su madre, Sanzol no tarda en decir que «todo son creaciones» y que «los parecidos con la realidad son detalles». Hace especial hincapié en Carmen Robles (interpretada por Natalia Huarte): «¡No es mi madre!, que me ha pedido que lo aclare. No se quedó embarazada de un cura antes de casarse, que en su época eso era un problemón, pero, evidentemente, si quiero que los personajes tengan los pies en la tierra necesito referencias». Y de ahí surge esta telefonista de Internacional que sirve de homenaje a la progenitora y a sus compañeras de trabajo. «Me dedico a la ficción, no a la biografía», puntualiza el director de «El bar que se tragó a todos los españoles» (en cartel hasta el 4 de marzo).

El cura que dejó la Iglesia para vivir el sueño americano
El cura que dejó la Iglesia para vivir el sueño americanoLuz SoriaCDN

Pese a la importancia de Carmen Robles en la trama –tendrá que conquistar al viajero, o dejarse conquistar por él–, el protagonismo indiscutible es para ese muchacho que cruza el charco en medio de la crisis por salirse del sacerdocio, Jorge Arizmendi (Francesco Carril). Una figura, a todas luces, inspirada en una faceta de su padre que Sanzol no descubrió hasta ser mayor: «Nunca nos contó que iba a ser cura. Nos enteramos por otras personas y, durante su vida, nunca hablé con él del asunto», reconoce. Ahora, a los 48 años, asegura que «me he dado cuenta de que su silencio tenía cierta importancia y esta obra es una manera de restituir aquello y darle dignidad a una parte de su historia que decidió no contar».

Así, Nagore (Camila Viyuela) se convierte en el «alter ego» del director y, desde la mesa de un bar, comienza a narrar una historia con la que se adentrará en su pasado junto a su tío Evaristo (Jesús Noguero), hermano del protagonista. A los 12 años, Jorge Arizmendi deja su casa para ingresar en el seminario, pero pronto el argumento salta en el tiempo y se traslada hasta ese Estados Unidos de los 60 envuelto en plena lucha racial y por el que aparecerá hasta el ilustre Martin Luther King. Un país en el que para un hombre blanco de media edad es fácil sentirse libre, pero en el que «todo es demasiado grande, hasta los conejos», comenta el protagonista.

Durante su viaje, Arizmendi irá rebotando de bar en bar –siempre de emigrantes españoles– y conociendo diferentes personajes que, en parte, van contando los recuerdos de Sanzol Senior. Como el de ese matrimonio de rancheros que, esto sí es verídico, se encapricharon del navarro: «Estuvieron a punto de dejarle sus tierras en herencia porque era clavado al hijo que habían perdido», explica Sanzol.

Será en las barras de Texas en las que Jorge, a sus 33 años, se adentrará en una nueva vida lejos de los rezos y donde dejará de ser ese «caballo» al que «cuando lo he hecho bien se me ha premiado y cuando lo he hecho mal se me ha castigado –dice el personaje– (...) Lo de antes no es mi vida, es un dolor que se cura amando la vida». Una pasión que llevará a los protagonistas a encontrarse con todo tipo de situaciones, desde una fiesta de disfraces con MLK y el rey Baltasar a un asalto en el que la Policía está compinchada, pero también una trama digna de «El padrino» en la que los asuntos en el Vaticano se solucionan a las malas o la charla de un ginecólogo «nazi», en palabras de Carmen Robles, que no comprende cómo alguien ha podido quedarse embarazada sin pasar antes por la vicaría.

Escena de «El bar que se tragó a todos los españoles», de Alfredo Sanzol.
Escena de «El bar que se tragó a todos los españoles», de Alfredo Sanzol.Luz SoriaCDN

Para Sanzol, «es importante eliminar la parte cotilla de las historias e ir a los impulsos vitales para hacer que trasciendan las experiencias personales, las que nos hacen formar parte de una comunidad. El viaje de mi padre es el de miles de hombres que dejaron la vida sacerdotal para enfrentarse al abismo de construir una vida desde cero». Una suerte de Ulises, aunque con la piel de un cura navarro que decide comerse el mundo, que para el director es «un gesto de carácter épico» de un hombre que define como «un emigrante un poco exiliado».

Por su parte, Carril encuentra paralelismos entre el viaje de Jorge y «el viaje que, como sociedad, nos toca en este momento. La obra habla mucho de cómo hacer belleza de las heridas y es algo que me ha servido para construir el personaje», explica quien de pequeño, reconoce, también se sintió «fascinado» por el mundo eclesiástico y ritual. Solo Carril y Huarte interpretan un único papel dentro de un elenco de nueve que se desdobla en más de 50 figuras y en el que el sublime escenario de Alejandro Andújar se va descomponiendo hasta generar varias decenas de lugares diferentes.

  • Dónde: Teatro Valle-Inclán, Madrid. Cuándo: desde hoy al 4 de abril. Cuánto:20 y 25 euros.

LOS CIMIENTOS QUE PISAMOS

Explica Sanzol que la obra se podría englobar en ese género del «dolor de España» que se remonta a cuando Quevedo firmaba aquello de «miré los muros de la patria mía». Ahora, dice, busca cuestionarse «qué es España y qué es ser español. Conocer los cimientos sobre los que pisamos. La historia de Jorge Arizmendi es la metafora de la lucha por la libertad en tiempos de la dictadura. La función tiene que ver con la herida que dejó en mi generación el franquismo».