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La Berlinale se reinventa y crece en tiempos de pandemia

Con una historia que arranca con un vídeo sexual, Radu Jude se alzó ayer con el primer premio; el japonés Hamaguchi firma otra gran cinta
Jodie Foster en 'The MauritanianJodie Foster en 'The Mauritanian
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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ncluso con una programación reducida y en formato on-line, la nueva Berlinale, liderada por Carlo Chatrian, sigue demostrando que el cambio de dirección inaugurado en la pasada edición ha sido para (mucho) mejor. En tiempos tan aciagos para la supervivencia del cine, es un placer constatar su buen pulso, su latido entusiasmado: aún hay esperanza para las salas. El Oso de Oro a la estupenda «Bad Luck Banging or Loony Porn», del rumano Radu Jude, y el Premio Especial del Jurado a la magnífica «Wheel of Fortune and Fantasy», del japonés Ryusuke Hamaguchi, demuestran el alto nivel de una sección oficial que ha hecho frente a la pandemia desde la airada militancia antisocial o desde la reivindicación de la bondad de los extraños. Lástima que el jurado se haya olvidado de la francesa «Petite Maman», esa preciosidad entretejida de relaciones maternofiliales que se redimen en un viaje en el tiempo que Céline Sciamma ha diseñado con delicada sensibilidad, y la que, a juicio de la Prensa internacional, ha sido el gran descubrimiento del certamen, la georgiana «What do We See When We Look at the Sky», de Alexandre Koberidze.
Porno casero
En una entrevista publicada en la web del festival, el jefe de programación de la 71 edición de la Berlinale, el canadiense Mark Peranson, decía que Radu Jude había conseguido hacer de un acto íntimo –un vídeo amateur porno protagonizado por una maestra de escuela y su pareja– el motor de un comentario social sobre el mundo en que vivimos. No podemos estar más de acuerdo: ese vídeo subido a las redes se convierte en la excusa para que Jude, armado con mascarilla y dildo taladrador, derrumbe la hipocresía y la pulsión de linchamiento público de la sociedad rumana en un tríptico libertario, una agresiva sátira que radiografía la ira generalizada que nos corroe formulada en clave de parodia del hiperrealismo que ha hecho célebre a la cinematografía de su país, puntuada con un irreverente diccionario de conceptos y símbolos, y clausurada con un juicio sumario con tres finales alternativos.
Tres son los relatos cortos que componen «Wheel of Fortune and Fantasy», suerte de revisión nipona del cine de Hong Sang-soo –que, por cierto, ha ganado el premio al mejor guion por la estupenda «Introduction» y que ha enviado un hermoso mensaje de agradecimiento al festival: el vídeo de un caracol amenizado con una canción de su musa Kim Min-hee– en la que confluyen historias de (des)encuentros amorosos que ponen en valor la palabra como vehículo del deseo erótico, de revancha o de reconciliación. Hamaguchi orquesta duelos verbales que representan todo un mundo de magia y desdicha, con personajes fractales y situaciones que siempre toman un giro inesperado.
El palmarés de la Berlinale ha conservado ese espíritu social que le caracteriza desde la época en que la dirigía Dieter Kosslick. Así se explica el premio del jurado a «Mister Bachmann and His Class», documental de casi cuatro horas de la alemana Maria Speth que es todo un canto a la escuela pública, a la educación que apuesta por la diversidad cultural y la pedagogía solidaria. Así se explica, en parte, el galardón a la mejor contribución artística para la mexicana «Una película de policías», falso documental de Alonso Ruizpalacios que reflexiona, además, sobre cómo hablar de los poderes fácticos a pie de calle mientras se cuestionan los límites entre la realidad y su representación.
Gusanitos con queso
Repetimos: frente al premio al mejor director a la aventura bélica «Natural Light», debut del húngaro Dénes Nagy, la ausencia de «Petite Maman» nos parece imperdonable. Existe algo de la atmósfera sobrenatural de «El espíritu de la colmena» en esta película acerca de la mirada infantil sobre el duelo que hechiza a los pocos instantes de su arranque. Hay cineastas que están dotadas para hacer de un gesto un acto de épica intimidad: cuando este crítico vio cómo Nelly, la protagonista, le da a su madre unos gusanitos de queso mientras conduce, para después coronar la escena con un abrazo, se dio cuenta de que eso era suficiente para resumir toda una vida, pasada y futura, de afectos y decepciones. Y de ello habla la maravillosa película de Sciamma, mezclando tiempos y complicidades con una organicidad envidiable. Seguro que a la Carla Simón de «Verano 1993» le encanta.

Guantánamo todavía existe

Fuera de concurso, en la sección Berlinale Special, apareció «The Mauritanian» con ganas de levantar ampollas, recordándonos que Guantánamo aún sigue abierto y que la mayoría de detenidos allí lo están sin pruebas concluyentes. A Mohamedou Ould Salahi (Tahar Rahim) le costó 14 años salir de la isla, y lo hizo gracias a la obcecación de una abogada experta en derechos humanos (Jodie Foster, flamante Globo de Oro a la mejor actriz secundaria) que, y eso es mérito de la intérprete, no pretende caer bien al espectador. A Kevin MacDonald se le nota el fuste de documentalista, porque la película es un procedimental de pura cepa: asistimos al largo proceso por el cual el caso llega a los tribunales y, mientras, el coronel que ejercerá de fiscal tendrá tiempo de tomar conciencia de la corrupción sistémica de la maquinaria judicial del gobierno de Bush (y, también, del de Obama, en un apunte final que habría estado bien desarrollar). El clímax es un encadenado de torturas, humillaciones sexuales e interrogatorios infinitos que coaccionaron a Salahi para que diera un falso testimonio sobre su implicación en el 11S. Se supone que debería de afectarnos, pero llega tan tarde y es tan previsible que apenas llama la atención en un conjunto gris y tedioso.