“El ciclista utópico”: Damnificación con retorno ★★★☆☆
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Autor: Alberto de Casso. Director: Yayo Cáceres. Intérpretes: Fran Perea y Fernando Soto. Teatro Galileo, Madrid. Hasta el 2 de mayo.
Integrada por Fran Perea, Ainhoa Santamaría y Javier Márquez, la compañía Feelgood sigue apostando por el buen teatro de texto sin rendirse –en la medida de sus posibilidades– a los criterios puramente comerciales que suelen imperar en el panorama privado. El propio Fran Perea y Fernando Soto son en esta ocasión los protagonistas de una curiosa obra firmada por Alberto de Casso, “El ciclista utópico”, que obtuvo en 2014 el Premio Fundación Teatro Calderón de Valladolid.
Manuel (Perea), un maestro rural con una vida que podríamos definir como familiar y convencional, atropella un día por accidente a un ciclista llamado Acebal (Soto). La evolución de la relación, bastante singular y casi desasosegante, que se establece a partir de ese momento entre estos dos personajes tan diferentes es el núcleo argumental de una función intenta retratar con acidez la interacción humana y que se desarrolla con un original tono de comedia negra, a veces un tanto surrealista.
Por un lado, el autor muestra la incapacidad del maestro –en apariencia, muy seguro, superior y altivo– para delimitar su deber moral con Acebal cuando trata de reparar el posible daño que le ha infligido al atropellarlo. Por otro lado, De Casso coloca a Manuel, y con él al espectador, frente a una de esas personas, como Acebal, en las que la contumacia y la simplicidad se conjugan de tal manera que lo convierten, bajo su aspecto inofensivo, en un verdadero peligro para su entorno. Como consecuencia del choque de estos dos caracteres, cualquiera en el patio de butacas se preguntará cuál de los dos personajes ha salido realmente más dañado del atropello.
La premisa, sin duda, es interesante; pero falta cierta hondura conceptual en el texto para que la incomodidad que provoca en el espectador termine por llevarlo a alguna reflexión de calado, cosa que no llega a ocurrir. Por otra parte, el recorrido de la acción es algo escaso, y algunas escenas resultan un poco reiterativas. Eso sí, no creo que al director Yayo Cáceres se le hayan escapado estos pequeños defectos intrínsecos al material que tenía entre manos, porque, precisamente, ha imprimido un ritmo frenético al espectáculo, ha remarcado la expresividad de los personajes (algunas veces excesiva en el que interpreta Perea) y ha dotado al espectáculo de un asombroso dinamismo escénico. Todo para que parezca que pasan muchas más cosas de las que están sucediendo. Y la verdad es que consigue muy bien dar el pego.