“Que impere la libertad”: el discurso con el que Nelson Mandela venció al racismo
Un día como hoy de 1994, el abogado, activista y político pronunciaba estas históricas palabras mientras era investido como el primer presidente negro de Sudáfrica
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Humilde, luchador, sencillo, infatigable, justo, cercano, inteligente, valiente, carismático, admirable e inolvidable. Adjetivos que casan a la perfección con Nelson Mandela (1918-2013), abogado y activista que dedicó su vida y profesión a batallar contra el “apartheid”, alcanzando el éxito y haciendo historia al dirigir a su país hacia una realidad más justa. Un día como hoy de 1994, el mundo escuchaba unas palabras memorables por parte del político: pronunciaba su histórico discurso de investidura, tras ser elegido, por fin y democráticamente, en Sudáfrica. Fue el primer presidente negro del país y su llegada al poder puso fin al régimen racista, a las injusticias del “apartheid” y a los estragos de la discriminación que se sufría en su sociedad.
Fue el primer mandatario sudafricano en ser votado democráticamente. Doble éxito siendo sobresaliente su lucha consecuente contra el racismo, la pobreza y la desigualdad social. De Mandela no solo vencieron sus ideales, ni solo convencieron a su pueblo las promesas de vivir en una sociedad justa, sino también su personalidad y su liderazgo nato. Se convirtió en un símbolo de la lucha contra el racismo y la opresión dentro y fuera del país, de tal manera que aún hoy sigue siendo una figura clave y memorable en la historia del mundo.
A grandes rasgos, el apartheid fue un sistema de segregación racial que, desde 1948 y hasta la llegada de Mandela, legalizó el racismo hacia cualquier persona que no fuera blanca. Es decir, prohibía a estas personas ocupar puestos políticos o laborales cualificados, votar, utilizar los mismos servicios que los blancos, usar el transporte público o, directamente, compartir el mismo espacio. Ante esto, se crearon lugares separados, tanto habitacionales como laborales o de recreo, para los diferentes grupos raciales, otorgándole así a la raza blanca de un poder exclusivo y, asimismo, prohibiendo matrimonios o relaciones sexuales entre personas de diferente color.
Con esto, Mandela no fue el único que rechazaba este sistema que a tantos sudafricanos hizo sufrir. Por ello, el principal objetivo de su gobierno fue desarmar esta estructura, pero no con más violencia, sino promoviendo la reconciliación social. Un gesto de paz y humildad que hizo del líder y activista una figura aún más icónica y admirable.
La libertad, recién nacida
Todo esto se resumió en el que es su discurso más histórico e importante: el que pronunció hace exactamente 27 años con motivo de su investidura. Un día en el que “todos nosotros, mediante nuestra presencia aquí y mediante celebraciones en otras partes de nuestro país y del mundo, conferimos esplendor y esperanza a la libertad recién nacida”, comenzaba la conferencia.
En nombre de Sudáfrica y los sudafricanos, aquel día Mandela celebró la justicia en todas sus circunstancias. Festejó que “hayamos recibido hoy el inusitado privilegio de ser los anfitriones de las naciones del mundo en nuestro propio territorio”, así como el fin “de un terrible conflicto”, que hizo pedazos al país al convertirse “en la sede universal de la ideología y la práctica perniciosas del racismo y la opresión racial”, proclamó.
“Ha llegado el momento de curar las heridas”, pronunció Mandela, “de salvar los abismos que nos dividen. Nos ha llegado el momento de construir. Al fin hemos logrado la emancipación política”. Asimismo, son recordadas sus promesas y ánimos de “que haya justicia para todos. Que haya paz para todos. Que haya trabajo, pan, agua y sal para todos. Que cada uno de nosotros sepa que todo cuerpo, toda mente y toda alma han sido liberados para que puedan sentirse realizados”.
“Contraemos el compromiso de construir una sociedad en la que todos los sudafricanos, tanto negros como blancos, puedan caminar con la cabeza alta, sin ningún miedo en el corazón”, decía Mandela. De tal manera que su ascenso al poder no fue solo un mandato, sino el ejemplo y la demostración de que se puede alcanzar una sociedad justa, inclusiva y en paz. Que la dedicación y el esfuerzo siempre conllevan ganancias si el objetivo es el que el político reclamó al final de este trascendental discurso: “Que impere la libertad”.