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Las monjas que sufrieron el martirio del odio a la fe

Jorge López Teulón publica «Profanación de la clausura femenina», donde recopila unos diarios que narran lo ocurrido durante la Guerra Civil en tres conventos: las carmelitas de Cuerva, las jerónimas de Toledo y las bernardas de Talavera
San Román

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A través de la violencia, el miedo, la discriminación y el asesinato, se quiso acabar con unos cimientos milenarios. Las creencias de muchas personas, sus formas de vida o las de sus antepasados se vieron apedreadas con objetivo de ser aniquiladas. Una parte fundamental para entender la historia de una sociedad se vio amenazada, provocando un auténtico riesgo para la vida y la memoria. Durante la Guerra Civil española, se vivieron incontables atrocidades. Estando todas ellas infundadas en el odio, muchas personas sufrieron los estragos de una contienda en la que la ira no venía por parte de unos cuantos dirigentes, sino de vecinos, familiares o amigos. Y uno de esos capítulos interminables es el que ocurrió en el ámbito religioso. Ocurrió sin preguntar y sin motivo. Desde una mirada histórica y respecto a todo lo catalogado sobre la guerra, es indudable que hombres y mujeres sufrieron una persecución total por el simple hecho de creer en una religión. Sacerdotes, monjas o creyentes fueron sometidos a torturas, asesinatos o acabaron en la cárcel, dejando para la historia escalofriantes cifras de pérdidas, tanto humanas como patrimoniales. «Con todos mis respetos, el bando republicano no tenía motivos», explica a LA RAZÓN Jorge López Teulón, sacerdote y editor de «Profanación de la clausura femenina» (San Román), «se creían con autoridad moral para deshacerlo todo, con el único fin de hacer desaparecer lo católico».
Con esta obra, López Teulón ofrece un retrato justo, contrastado y cercano de lo sucedido en tres conventos de clausura: las carmelitas de Cuerva, las jerónimas de Toledo y las bernardas cistercienses de Talavera de la Reina. Traza, a través de sus diarios, una historia de persecución sin muertes martiriales, donde la angustia y la disgregación predominaron en la vida de muchas mujeres por su condición de religiosas. «Llevo investigando desde 2002», asegura, «y varios sacerdotes, especialmente don Juan Francisco Rivera Recio, historiador y canónigo de la Catedral Primada, dejó plasmados en su libro sobre la persecución religiosa buena cantidad de datos, que luego ha sido fácil corroborar con las monjas que sobrevivieron o a las que les contaron lo que ocurrió». Con esto, sabemos, por los estudios actualizados hasta la fecha, que «más de 8.000 clérigos y religiosos alcanzaron la palma del martirio. De ellos, 296 eran mujeres: monjas de clausura y religiosas de diversas congregaciones e institutos que atendían asilos de ancianos, orfanatos, hospitales o colegios». Y, todo ello, ocurrió por una única razón: «El odio a la fe», dice el sacerdote.
El libro, que forma parte de una serie de la editorial San Román titulada «Testigos de la Guerra Civil española» y que también incluye 16 páginas de fotografías, descubre, por tanto, «las penurias que en la España republicana vivieron cientos y cientos de mujeres: se les obligó a salir de sus conventos, fueron perseguidas, las llevaron con burlas a falsos fusilamientos, fueron encarceladas...», relata López Teulón. «Es muy importante recordar que –de las 296 mencionadas– tres beatas carmelitas de Guadalajara fueron las primeras en ser elevadas a los altares en 1987. Era la primera beatificación de mártires de la persecución religiosa en los años que abarcan el periodo entre 1934 y 1939, y es cierto que cada vez que alguna de ellas ha sido beatificada, se ha puesto en valor lo que les hicieron». Con esto, añade que, entre las que ya han subido a los altares, figuran 4 Siervas de María de Pozuelo de Alarcón, 23 Adoratrices, 29 Hijas de la Caridad o, últimamente, 14 Concepcionistas franciscanas. «Y al ser beatificadas hemos podido explicar su martirio», indica. No obstante, nunca será suficiente: el motivo del libro «es distinto, es dar voz a aquellas protagonistas que, al sobrevivir, nos ofrecen relatos vivísimos de angustia y martirio», continúa, «y, efectivamente, ver cómo ellas padecieron tantísimo única y exclusivamente por ser consagradas. Son historias que estaban a punto de perderse».

Un caso entre mil pesadillas

El de la edición de esta obra ha sido un trabajo minucioso, «de casi 20 años» y donde López Teulón ha contado con «algunos relatos que grabamos hace años en cinta de casete y que ahora hemos transcrito para esta publicación». Por poner un ejemplo «sobrecogedor», dice, «uno de los diarios es el escrito por las Jerónimas de Toledo. Allí narran cómo, después de entrar como salvajes al convento y destrozarlo, las reunieron en el patio principal y, antes de llevárselas detenidas, delante de toda la comunidad, fusilaron al capellán, el siervo de Dios José Lopez Cañada».
Y este es solo un caso de miles de pesadillas que se sufrieron en aquellos años. «Todas, por ejemplo, se vieron arrojadas de sus monasterios, donde la mayoría llevaba viviendo décadas», recuerda el editor. Por tanto, lo que primero hizo el bando republicano fue obligarlas a abandonar sus casas, a la vez que «forzaban a familias de los pueblos a hospedarlas en sus casas». Algunos vecinos las trataban bien, pero en no pocos casos, asegura, «buscaban domicilios de izquierdas para hacérselo pasar mal». Y, si no, a la cárcel, a servir como enfermeras o directamente a la tumba. Los republicanos «se creían por encima de ellas», hasta tal punto que se producía una contradicción: «En ese estado de libertad y perfección que era el sistema que querían imponer, a las religiosas las obligaban a no ser libres. Pues, libremente, habían decidido servir a Dios en la clausura», dice López Teulón. Luego, les robaron todo lo que pudieron, «especialmente títulos de propiedad y el dinero que hubiera», continúa, «profanaron tumbas para robar ajuares que se pensaban encontrar cual tesoros enterrados». Entonces, las pérdidas no fueron solo humanas, sino también de patrimonio. ¿Cuánto daño se hizo en este sentido? «Muchas veces, al formularme cualquier pregunta sobre este tema, lo primero que afirmo es que en nuestra diócesis de Toledo hubiese sido imposible la serie de exposiciones que ha tenido lugar en Castilla y León, conocida como las Edades del Hombre», responde el sacerdote. «Fue tanto lo que se quemó y perdió en Talavera, en Toledo o en Cuerva». Y «sí», añade, «es muy común expresar con dolor lo que tuvieron que ver ante sus ojos, no solo en lo material, sino en el patrimonio, que sufrió pérdidas incalculables. En Talavera, por ejemplo, buena parte de los conventos ardieron, pudiendo recuperarse apenas nada».
Tal y como se refleja en las fotografías que contiene la obra, si bien la pintura «San Francisco en oración ante el Crucificado», de El Greco, que figuraba en el convento de las carmelitas descalzas de Cuerva, se pudo salvar, otras imágenes, como la Virgen con el Niño, de madera policromada, fue casi destruida en la Iglesia parroquial de Olías del Rey (Toledo). Pocas imágenes quedaron a salvo. Varios conventos quedaron calcinados o inutilizados. Numerosas religiosas murieron o sufrieron. «Vieron profanadas sus vidas y su entrega», zanja el editor. Todo ello, por su condición de católicas y por su libre elección de tener fe y dedicar sus vidas a la religión.

Sorna y sufrimiento

Lo que descubre «Profanación de la clausura femenina» es solo una pequeña parcela de un inmenso paisaje. Dice López Teulón que otro ejemplo «que muestra entre la sorna y el sufrimiento» que se produjo durante la guerra es «lo que ocurrió en los conventos de Ocaña», sobre lo que actualmente está trabajando. Y cita: «Expulsadas de su convento las madres carmelitas, el 23 de julio de 1936, primero salieron las enfermas y las ancianas, a las que dos milicianas mientras las registraban, les arrancaron cruces, rosarios y escapularios, y los tiraron al suelo... cuando llegó el turno de las novicias, dijo una de las milicianas:
–Oh, ¡qué guapa! Te has de casar con mi hijo, en vez de estar encerrada, has de ir a coger algarrobas.
Otro miliciano, mirando a las otras dos jóvenes:
–Vosotras a casaros y a disfrutar de la vida, en vez de estar encerradas.
Una replicó:
–Somos esposas de Cristo.
Él con ironía contestó:
–Desde ahora quedáis divorciadas».