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Aparece una «mini Pompeya» en un cine de Verona

Son los restos de un hotel romano del siglo II d. C. que todavía conserva las pinturas originales de los muros
La Razón

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Italia. Ese lugar donde es imposible caminar sin tropezar con una obra de arte, un yacimiento arqueológico, una ruina romana, etrusca, griega o lo que sea. Ese país no está hecho de sedimentos naturales, sino de escombros de civilizaciones.
Para estudiar su relieve no necesitan geógrafos, sino historiadores. Allí la naturaleza crece entre viejos anfiteatros, restos de basílicas, capitales jónicos y antiguas estelas que evocan mitos que ya nadie recuerda. Con semejantes estratos, sus pinos deben ser los más cultos de Europa. Más que hacer la mili, a los chavales italianos los llevan a rescatar ciudades perdidas del olvido. El fusil y el uniforme ha sido sustituido por un pincel y un mono obrero.
Quizá hasta es más útil. O no. A saber. Ahora han tropezado con otro descubrimiento de cine, nunca mejor dicho. Bajo una sala de proyección de Verona han dado con una «mini Pompeya».
El lugar llevaba cerrado veinte años y de ese lugar nadie esperaba nada, salvo sacar cuatro telarañas y la promesa de especular con el solar. Pero cuando los responsables han entrado se han topado que el pasado les había salido a flote, como si se tratara de una crecida.
El hallazgo, que a más de uno le habrá fastidiado sus proyecciones económicas, ha sido tildado inmediatamente por las autoridades como único. Parece que no han encontrado cuatro denarios oxidados y dos muros desvencijados por la erosión. Lo que les ha salido en el sótano es una «mini Pompeya».
Al menos es como lo han definido ellos. Así que no valía eso de callarse, mirar para otro lado y tirar de excavadora, algo que es muy de por aquí. Han tenido informar y dar noticia a los conservadores de turno. Lo cierto es que el descubrimiento promete. A grandes rasgos, lo que hay es un hotel de época romana (sí, también ellos contaban con sus NH y sus Four Seasons de turno).
El asunto tiene más morbo porque, a la luz de lo que han dado, el alojamiento, que datan en el siglo II d. C. se quemó. Esto se ha deducido por la disposición y la manera en que han encontrado los restos y la forma que presentaba lo que debía ser el tejado, que debió desplomarse. Eso ha entusiasmado a los arqueólogos, que ya se sabe cómo son. Cualquier desgracia del pasado supone una inmensa alegría para ellos. Así que no han perdido la oportunidad y se han puesto a rebuscar a ver qué sacaban. Y lo que han visto hasta este momento les ha gustado. Allí hay de todo. Entre las cenizas se ha conservado parte del mobiliario, lo que no está nada mal porque los objetos hechos con material perecedero es lo primero que se desliza hacia el olvido. Pero no es lo único.
Han aparecido mosaicos, que nunca faltan cuando se trata de este periodo, paredes con frescos, de esos que tanto recuerdan a Herculano y Pompeya, azulejos de los bonitos, muros bien decorados y hasta el sistema de calefacción, porque no se puede conquistar el mundo si se pasa frío en invierno. Desde luego, a nadie le debe extrañar que, con tanto pasado por mantener, Italia nunca acabe de ser un país moderno.

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