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Javier Tolentino: “La pasión es algo que no se encuentra en los diez primeros días de trabajo”

El periodista y crítico de cine sustituye los micros por las cámaras tras más de veinte años en las ondas y se estrena en la dirección con el documental “Un blues para Teherán”, presentado recientemente en el Festival de Málaga
SurtseySurtsey
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Para una persona que lleva más de veinte años entregándose sin concesiones a la divulgación radiofónica de la cultura y más concretamente al arbitrario y apasionante universo de la información cinematográfica, transicionar a director de cine parece, en determinadas ocasiones, la deriva natural. En el caso particular de Javier Tolentino, esta metamorfosis artística ha llegado de mano del estreno de un documental creado desde y para las entrañas de la música. Después de dejar Radio Nacional y abandonar la amalgama sentimental de una vida ligada a los micrófonos, el presentador de “El séptimo vicio”, programa especializado en cine de autor, presenta “Un blues para Teherán”, un hermoso viaje al corazón antropológico de la música en Irán. Hablamos con él sobre las problemáticas de rodar en el país persa, de lo inspiracional y melancólico que puede llegar a resultar un toque de trompeta y de la libertad de sentirse en casa cuando trabajas en un medio que no te censura.
- ¿Han merecido la pena estos cinco años de trabajo?
- Pues mira esta aventura comenzó en 2015-2016 pero afortunadamente no todos los días de tu vida te estás dedicando a la película, mientras tanto, como es mi caso, haces radio o escribes algún libro. Pero es verdad que este proyecto nace a partir de 2016 y dos años le costó a la productora poder conseguir los permisos y los visados necesarios para poder filmar en Irán. ¿Ha merecido la pena? Completamente. Es algo que tienes en tu interior, que nace de ahí y cuando vez que por fin se convierte en el proyecto deseado y que además a los compañeros de este oficio nuestro les sorprende y les agrada, te das más que por satisfecho.
- En un momento determinado del documental, una joven iraní asegura que para ella el canto es la forma más sincera que ha encontrado para expresar emociones profundas. En su caso, al haber jugado de manera constante y consciente en varios terrenos culturales, ¿a través de qué disciplina diría que logra manifestarse de una forma más completa?
- En todas las facetas de la cultura consigo sentirme curioso, vivo, con ganas. La pasión es algo que no se encuentra nada más salir de la facultad de periodismo o ni siquiera durante los diez primeros días de cualquier trabajo. Lo más importante que tenemos en nuestra vida es la posibilidad de encontrar un lenguaje con el que expresarnos. Una vez que lo encuentres te vuelves muy libre, porque te comunicas desde ese discurso tuyo.
- Me comentaba Mahammad Rasoulof recientemente en una entrevista que plantearse la posibilidad de hacer una película en la clandestinidad hace quince o veinte años hubiera sido muchísimo más difícil que ahora, pero aún así sigue a la espera de dos sentencias condenatorias y es probable que acabe entre rejas por algo tan insurrecto como hacer cine. ¿Puede un director extranjero rodar en Irán sin complicaciones?
- Farhadi estuvo rodando en España siendo iraní, Herzog en América Latina o Kiarostami en Japón. Con esto quiero decir que la capacidad de adaptación del cineasta es algo bastante frecuente. En mi caso particular la verdad es que me sentí estupendamente bien rodando en Irán, dentro de los personajes o los territorios que Doriam eligió para rodar. Gente que no tenía nada que ver con la política, con la universidad, ni con el periodismo. Era simplemente gente que tenían su cultura y su lenguaje integrados de manera ancestral, incluso aunque no supieran ni leer ni escribir como en el caso del pescador.
- Sin embargo esa virtud adaptativa del director que menciona, en el caso de un país como Irán, se traduce directamente en una imposición...
- Claro. En este rodaje sin ir más lejos, hubo algunas dificultades. Siempre que sacábamos las cámaras en las plazas o en las calles los soldados, policías o chivatos del régimen podían requisarnos la filmación, llevarnos a comisaría, registrarnos lo que habíamos rodado e incluso incautarlo. De hecho hay algunas imágenes que nos las decomisaron. Dos años para conseguir los visados, vuelvo a recordar. Y nos hemos quedado con una parte del proyecto por rodar porque Irán no nos ha dado el visado. Aunque hermoso y enriquecedor, es un país problemático.
- ¿Cuál ha sido su relación con la música?
- Te diría que una de las más importantes que he establecido en mi vida, pero sobre todo en mi profesión. No se pueden entender los 22 años del programa de radio de “El séptimo vicio” sin la música. La propia emisora es una cadena musical básicamente y para los fans que no son puramente megalómanos, sino también amantes de la literatura o del cine -como sería el caso de este programa-, la música es más del 50%. Después, a título personal, no puedo vivir sin ella y por eso cualquier proyecto que yo haga difícilmente se alejará de un musical como es el caso de “Un blues para Teherán”, que en el fondo no deja de ser un musical porque la música vertebra y estructura todo el discurso cinematográfico de la propia cinta. De hecho, esta película nace por una canción. Por un tema llamado “Beirut” del trompetista libanés Ibrahim Maalouf. Desde el primer día que lo escuché supe que quería hacer una película basada en ese adaggio, en esa tristeza, en ese toque de trompeta. Un periodista radiofónico de España que viaja a Irán en busca de sus canciones más antiguas.
- Erfan, este protagonista sofisticadamente soñador e inexperto en cuestiones relativas al amor, ¿es un idealista o un insensato?
- Insensato para nada. Muy muy sensato (risas). El problema es que él vive en un país en el que la burocracia, la administración y la falta de libertad complica la creación. Has citado antes a Rasoulof, pero podemos hablar también de cómo Yafar Panahi nos recibe en un momento del descanso de nuestro rodaje en Teherán, nos llama, nos invita a su casa, porque no puede salir a vernos porque está bajo arresto domiciliario y en ese momento te das cuenta de que él es consciente de lo que está haciendo. Él además es un gran admirador de la cultura, es actor, director, músico, escritor, conoce muy bien la cultura española, europea, latina…Aquí podría ser un auténtico genio dentro de la cinematografía, pero difícilmente lo puede expresar en su país porque para construir un discurso cultural necesitas libertad.
- ¿Ha percibido en alguna ocasión que estaba desarrollando sus pasiones en el sitio equivocado?
- Yo empecé mi andadura en Radio 3 pero en una determinada ocasión me hicieron una propuesta muy interesante en Radio 1 y de inmediato supe que las relaciones con el poder pueden llegar a condicionar mucho tus expectativas de trabajo, cuando en las emisoras lo importante y más esencial es -o al menos debería ser- la información. Volví rápidamente a Radio 3 porque supe que ese no era mi sitio, que tendría problemas incluso para hacer un programa de cine como así fue. Levanté un programa que se llamaba “De cine” pero pronto descubrí que hasta cubriendo información cultural dentro de emisoras más generalistas o con menos nivel de libertad que otras, iba a tener problemas. Evidentemente salí corriendo porque no estaba en el sitio adecuado.
- Volvió a casa entonces.
- Y felizmente además. Pero nunca volveré a hacer radio. Jamás me han censurado en Radio 3, ningún director me ha dicho nunca lo que tenía que hacer y cuando tú pruebas un medio en el que te sientes completamente libre y das por finalizado ese periodo de tu vida, sabes que no vas a volver a experimentar algo parecido porque ya has estado en el mejor sitio en el que podías estar.