Mohammad Rasoulof: “Enfrentarse al totalitarismo de Irán tiene consecuencias”
El manifiesto cinematográfico y político contra la opresión que constituye “La vida de los demás”, aterriza por fin en salas españolas tras su éxito en la pasada Berlinale
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Desde la intimidad de una habitación llena de libros y con el espíritu domesticado por la resistencia tras pasar más de diez años luchando contra la persecución sistemática del gobierno de su país, el cineasta iraní Mohammad Rasoulof recibe a LA RAZÓN mediante una videoconferencia con motivo del estreno de su última película, “La vida de los demás”. Un despliegue de coralidad narrativa (impuesta) que aúna cuatro historias que orbitan en torno a la pena de muerte y remiten a la filosofía de la banalidad del mal de Hannah Arendt, con la que obtuvo un Oso de Oro en la pasada edición del Festival de Berlín que recogió su hija como consecuencia directa de su arresto domiciliario. Rasoulof, que confiesa triunfante haberse librado de la mili, podría no hacerlo de la cárcel, ya que aún continúa a la espera de la resolución de dos sentencias condenatorias. Cuesta sin embargo adivinar nerviosismo o derrota en el gesto cuando, en un expresivo y sosegado persa, habla de su situación actual. Saberse incómodo para el poder no hace otra cosa que engrandecer su dignidad y aumentar su instintiva necesidad de hacer películas que señalen.
-¿Nacer en Irán actualmente implica tener que renunciar a tu libertad?
- (Medita durante unos segundos). Hoy en día, tal vez. Pero creo que ningún totalitarismo puede establecerse de un modo indefinido o ni siquiera durante mucho tiempo. Si un niño nace hoy en Irán estoy convencido de que en el curso de su vida gozará de muchas libertades, pero también tendrá que renunciar a unas cuantas, por supuesto.
–¿Cómo se rueda una película en la clandestinidad? ¿Cómo no terminar venciéndose por la desesperanza?
–Desde el principio, prácticamente desde la preproducción, sabía que sería peligroso para el equipo ampliar los días de rodaje, optar por la estructura del largometraje clásico. El único modo para mí de sacarlo adelante era dividirlo en cuatro partes, con cuatro equipos distintos, con permisos diferentes que íbamos a pedir en nombre de otros directores para simular que no era una película mía, sino de ellos. Solo cambiando la forma fue posible hacerlo. Al principio me parecía complicado, pero como añadido a la fidelidad de mi equipo, también he tenido suerte en mi carrera. A partir de mi tercera película, los cambios tecnológicos y las posibilidades digitales lo cambiaron todo. Lo audiovisual se convirtió en algo mucho más fácil, con más probabilidades en general. Me siento bastante privilegiado de vivir en una época en la que existen tal cantidad de opciones. Plantearme una película en la clandestinidad hace quince o veinte años hubiera sido muchísimo más difícil.
–En la mayor parte de los relatos que componen esta última cinta subraya el calvario que conlleva la mili para muchos conciudadanos... ¿De qué manera ha determinado su existencia el servicio militar obligatorio?
–Lo cierto es que yo me negué a ir. En tiempos de paz sacaron una ley que permitía comprar su exención, dabas dinero al Estado y te daban una tarjeta con la que podías justificar tu negativa y a día de hoy sigo teniéndola (admite entre risas). Pero tampoco es una situación a la que haya podido acogerse todo el mundo y lo que justamente quería mostrar en “La vida de los demás” es cómo esa obligatoriedad incide en la vida de las personas, cómo afecta al desarrollo de la sociedad iraní.
–¿Qué funciona mal en su país, qué motivos le empujan a rebelarse contra el sistema?
–El totalitarismo. El sistema iraní empapa todos los aspectos de mi vida: mi forma de vestir, mi modo de hablar, el contenido de lo que produzco como artista. Está presente en todos lados. Y es ese ambiente de constante opresión lo que nutre mi deseo de hacer películas.
–¿En qué momento empieza a concebir el cine como una profesión y deja de verlo como una pasión pasajera?
–La verdad es que muy pronto. A los 17 años ya sabía que quería ser cineasta y he tenido el privilegio de hacer el tipo de cine que quería hacer en todo momento. Recuerdo por ejemplo de manera muy viva la forma en la que me impactó “Kaspar Hauser”, de Herzog la primera vez que la vi siendo todavía un adolescente. Me conmovió lo suficiente como para cambiar algo en mí. También tuvo mucho que ver en mi iniciación Abbas Kiarostami y su película “Los primeros”.
–¿Puede el cine convertirse en una herramienta política mucho más efectiva que una pancarta o una manifestación?
–Pienso que no son incompatibles, pero el cine y una manifestación son dos modos de expresión completamente diferentes. Con una película se cuenta una historia, se lleva a cabo una acción de expresión cultural y en estos momentos lo que Irán necesita más que nada es una evolución cultural. El arte tiene la función de destacar los valores humanos, de transmitir belleza a través de la descripción de la realidad que vives.
–¿Cuándo fue la última vez que se sintió libre?
–Ahora mismo, en este momento. Lo que hago al final es una elección y cuando decides enfrentarte a un sistema totalitario que, como decía antes, se introduce de una manera tan absoluta en todos los aspectos de la vida, sabes que tiene consecuencias. No me han obligado a nada, soy perfectamente consciente de lo que estoy haciendo. Conozco los efectos del camino elegido y aunque me resulta difícil describir mi emoción durante este tiempo, si tengo que evocar una sensación, me quedo sin duda con la satisfacción que me produce el hecho de poder llevar a cabo mis esfuerzos para cambiar las cosas.