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Homosexualidad en el Hollywood clásico: de Marlene Dietrich a Rock Hudson

Cary Grant, Rock Hudson o Barbara Stanwyck siempre estuvieron en el ojo del huracán del “macartismo” por su condición sexual
larazon
La Razón
  • Virginia Iriarte

    Virginia Iriarte

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Entre líneas. Existía de modo tan común como la homosexualidad se da en la naturaleza, pero en el Hollywood clásico, aquellos dorados años 30, 40 y 50, si se detectaba un atisbo, desde luego se procuía en capas más profundas que el nivel intermedio. El primer beso gay en pantalla se le atribuye a la (en América) exótica actriz Marlene Dietrich. Fue en la película «Marruecos» (Joseph von Sternberg, 1930) donde la intérprete alemana, con atuendo masculino, rozaba los labios de otra mujer. Sin embargo, ese fugaz momento no es un icono, no significa nada. Ni siquiera un punto de partida, es tan solo una anécdota para cinéfilos: eran otros tiempos y acostarse con una persona del mismo sexo podía llevarte a la cárcel en muchos de los estados del país que se tiene por la democracia más avanzada de Occidente. Que un galán capaz de enamorar a cualquier mujer en pantalla prefiriese en su fuero interno besarse con el enemigo a batir, era una cuestión que, simplemente, nadie se planteaba.
Al contrario, de trascender algo semejante, su carrera profesional estaría tan acabada como su vida personal. El Motion Picture Production Code elaborado por la asociación de productores cinematográficos de EE. UU. (comúnmente conocido como código Hays por el nombre de su presidente) determinó en 1930 qué era aceptable ver en pantalla. Veinte años después, la censura se convirtió en la ya famosa «caza de brujas» promovida por el ultraconservador senador J. R. McCarthy. Ser gay o ser de izquierdas suponía la ruina, el descrédito y el fin de la vida pública. Le ocurrió a William Haines, quien reconoció públicamente cómo prefería amar y su carrera terminó en 1935. Tuvo que escoger entre su oficio y su pareja, y se decantó por la segunda opción.
Las raras veces en que la homosexualidad se cruza en el guion, es usual tratarla como un recurso al servicio de la comedia. El más claro ejemplo es «Some like it hot» (la traducción española, «Con faldas y a lo loco», añadió un plus), la inmortal comedia de Billy Wilder. En contadísimas ocasiones se ha llevado con seriedad, como en la mítica escena de los baños entre Tony Curtis y Laurence Olivier en Espartaco, y así, fue amputada del metraje original por la censura y no pudimos ver hasta pasados muchos años. Otras veces, simplemente, el espectador debe leer entre líneas: sucede con una escena de «Los caballeros las prefieren rubias», donde debemos suponer que todos los señores que vemos en un gimnasio e ignoran los encantos de Jane Russell son gays.
Rock Hudson y Stonewall
Stephen Tropiano, profesor de Estudios de la Pantalla en el Ithaca College y autor de «The Prime Time Closet: A History of Gays and Lesbians on TV» acuña un término para la solución hallada para quienes querían seguir trabajando: «lavender marriage», que podríamos traducir por «matrimonio de conveniencia». Un prematuro ejemplo lo tenemos ya con Rodolfo Valentino y Natacha Rambova en los 20. A finales de los años 30 y ante los rumores cada vez más notables sobre la sexualidad de Barbara Stanwyck y de Robert Taylor, los ejecutivos de la Metro Goldwyn Mayer los reunieron y les propusieron un matrimonio de conveniencia para salvar sus carreras. Se casaron el 13 de mayo de 1939 y esa noche, Taylor se fue a dormir a casa de su madre. Sucede lo mismo con la pareja Danny Kaye y Sylvia Fine, Tyrone Power y Annabella y Judy Garland y Vincente Minnelli.
Orquestar idilios entre primeras espadas del celuloide como tinta de calamar sobre la realidad continúa durante los años del macartismo. Es el caso de Katherine Hepburn y Spencer Tracy. Así lo asegura Scotty Bowers en su libro «Full Service: My Adventures in Hollywood and the Secret Sex Lives of the Stars» (2012). Bowers fue marine, proxeneta, conseguidor y cotilla mítico en el Hollywood del que aquí tratamos. Aunque la mayor parte de confidencias fueron publicadas una vez que sus protagonistas habían pasado a mejor vida –afirmaba haber actuado así por respeto–, su testimonio ha sido respaldado por no pocos guionistas y directores. «Spencer Tracy era gay, aunque no quisiera admitirlo», decía Bowers en un documental basado en esas memorias.
Naturalmente, hay mucho más: afirma Bowers que él mismo propició el encuentro entre Rock Hudson y Cary Grant. El matrimonio entre Rock Hudson y su secretaria, Phyllis Gates, es otro meridiano ejemplo: casados en 1955, solo duraron dos años; los rumores de infidelidad de él –con hombres– fueron demasiado sonoros y, para algunos, una de las primeras piedras en el templo del periodismo sensacionalista. En esas fechas nació la revista «Confidential». De todos modos, Hudson no reveló que era homosexual hasta sus últimos días, allá en 1985. En las décadas de los 60 esos matrimonios fueron haciéndose menos frecuentes y ya muy escasos en los 70 a medida que el movimiento por los derechos de los homosexuales cobró impulso tras los disturbios de Stonewall.