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“Cenicienta”: Camila Cabello, el hada madrina “queer” de Billy Porter y el ubicuo James Corden

Amazon Prime Video estrena este viernes una nueva versión del cuento clásico, ahora cantando pop facilón y con un discurso abiertamente feminista y emancipador
AMAZON PRIME VIDEO
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Las historias del cine de la pandemia, cuando todo pase y solo nos quedé el recuerdo de un pinchazo y sean la Wikipedia la encargada de encerrar la tragedia, probablemente se seguirán contando. Si hace unas semanas vivíamos el estreno de “Free Guy”, una de esas películas de 20th Century Fox que, por un momento, parecieron quedar en el limbo del “blockbuster” pero finalmente consiguieron estrenarse, ahora le llega el turno a “Cenicienta”. La película, una nueva versión del cuento clásico, está protagonizada por la cantante cubano-estadounidense Camila Cabello, y era una de las grandes apuestas de Sony Pictures antes de la llegada del coronavirus. El cierre de salas que acompañó al virus, además de poner en jaque la salud de todo el sector, hizo que el gigante del entretenimiento se planteara de nuevo sus prioridades y la película acabó en manos de Amazon Studios, que la estrena este viernes 3 de septiembre a través de Prime Video y para todo el mundo.
Más allá de lo técnico, que devuelve a las plataformas digitales una película concebida para las grandes salas, la nueva adaptación de “Cenicienta” venía generando revuelo desde que Entertainment Weekly avanzara los primeros detalles y alimentara una polémica tan artificial como sincera sobre los tiempos que corren. Billy Porter, el actor ganador del Emmy y el Tony, y nominado al Globo de Oro por su papel en la serie “Pose”, sería el encargado de dar vida a una nueva versión del Hada Madrina. A la sazón, poniéndole todos sus acentos: el “queer”, el negro, el inconformista, el resabido y el que está dispuesto a romper barreras en la gran pantalla vistiéndose con un vestido de gala tradicionalmente asociado a la moda femenina. No es como si no se hubiera hecho antes, quizá cuarenta años antes, pero nunca en un contexto en el que la mera decisión se pudiera interpretar (o no) como política.
Cenicienta no está tan desesperada
Sea como fuere, “Cenicienta” (”Cinderella” en su inglés original) llega esta semana a nuestras pantallas y dispositivos favoritos y lo hace como un musical de altas pretensiones y (parece) alto presupuesto. Con la voz de Camila Cabello como principal reclamo, pero con la experiencia y las tablas marca Broadway de Idina Menzel (”Frozen) o Nicholas Galitzine (”Jóvenes y brujas”), la película dirigida por Kay Cannon (”Dando la nota 3″) intenta acercarse al relato clásico de la hermanastra casi abandonada a su suerte desde un prisma más actual, con una intención feminista clara y un mensaje reivindicativo de empoderamiento que, sin desvelar nada de la trama y evitando “spoilers”, la aleja en su tramo final de versiones más conocidas como la que hizo Disney en 1965 y que, de algún modo, volvió a editar en la dichosa “acción real” hace poco más de un lustro.
Los elementos, no hay que engañarse, son los mismos: niña explotada en régimen de semi-esclavitud por una madrastra a la que le importa bien poco, hermanastras no canónicamente bellas a las que esto último les da igual y un príncipe solterón al que no hay manera de encontrarle pareja para asegurar la continuidad de la monarquía. Lo subversivo del relato, si es que cabe tal palabra, pasa porque la Ella (”Cinder Ella”) de Cabello no sueña tanto con escapar del reino del terror de la viuda de su padre como con abrirse paso como “enterpreneur” de la moda hecha a sí misma, como una especie de Amancio Ortega del post-medievo en el que nos sitúa la película. Por supuesto, para cuando el príncipe interpretado con una dualidad andrógina, no se sabe si medida, por Galitzine posa sus ojos sobre la humilde campesina, jura que nada se interpondrá entre ella y sus sueños de alta costura.
Un gran capítulo de “Glee”
Alejándonos de lo argumental, que conviene, y acercándonos a lo musical, que ya apetece menos, la “Cenicienta” de Amazon podría definirse como el capítulo con más presupuesto de la historia de “Glee”. La serie musical creada por Ryan Murphy, Ian Brennan y Brad Falchuk, que hizo las delicias del demográfico anterior al de Cabello y sus ex, las Fifth Harmony, no parece tanto una inspiración como directamente un plano arquitectónico sobre el que hacer girar la película. Números como el del “Somebody To Love”, de Queen, o cualquiera que protagonice ese portento de la naturaleza que es Idina Menzel nos recuerdan de inmediato a las barrabasadas musicales cometidas por Rachel, Finn y todos los demás alumnos del Instituto McKinley.
Sin ninguna “cover” ni ninguna canción por destrozar, quizá la aparición de Billy Porter como Hada Madrina sea el mayor acierto de una producción que no solo roba de “Glee”, si no que tampoco tiene miedo de tomar prestados los ritmos y el rap de “Hamilton”, de Lin-Manuel Miranda, o las ucronías de “Los Bridgerton”, aunque quizá ahí también haya una pequeña victoria, por quitarle la capa de caspa que sí abunda en la serie de Shonda Rhimes para Netflix. Porter, que se gusta en cada frase que suelta engalanado en naranja brillante, apenas nos deleita con su presencia durante 5 minutos para dejarnos con la miel en los labios de lo que pudo ser. Por suerte, no habrá nadie que le pida rigor histórico o racial a un ser que es capaz de convertir a un ratón en James Corden.
El británico más odiado de Hollywood, al menos desde que se descubrió que intentó bajarle el secreto el sueldo a sus guionistas e invadió los coches de unos asustados conductores de Los Angeles, vuelve a aparecer en su enésimo musical, quién sabe si para asegurarse los invitados luego en su programa, y también pone dinero de su propio bolsillo, como productor, en una serie de cameos que se hacen largos, tediosos e innecesarios. El metraje, que nos otorga dos horas bien generosas, no solo se antoja largo desde el momento en el que el pop con menos relumbrón reciente (por supuesto, del catálogo de Sony Music) empieza a retumbarnos los oídos, si no que parece retar la atención del espectador por momentos, como queriendo hacer cultura del “mash-up” y devolviéndonos a los tiempos, otra vez, de “Glee” y el profesor Schuester.