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Jonás Trueba: “Los jóvenes de ahora se parecen más de lo que creemos a los jóvenes que éramos antes”

El director firma una de sus obras más ambiciosas con “Quién lo impide” y filma sin adornos la realidad y el futuro de la juventud española
El cineasta Jonás Trueba
Cipriano Pastrano DelgadoLa Razón
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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No disertan sobre la levedad del verano en la esquina de un bar de Tirso, ni se alojan en pisos de la Latina con caseros que resultan ser apasionados irredentos del cine clásico, ni discuten acaloradamente sobre la validez del test de Bechdel en el asiento trasero de una caravana, ni reproducen citas de Natalia Ginzburg para armar sus discursos sobre la construcción de los amores efímeros. En el nuevo trabajo de Jonás Trueba, los adolescentes que inundan la pantalla y vertebran el relato a través de sus miedos, sus granos, su timidez congénita, sus impulsos, sus despertares, sus adheridas gilipolleces, sus búsquedas y sus difusas preocupaciones, hacen otras cosas.
Se preparan para acometer el tradicional -y en exceso idealizado- viaje de fin de curso, incurren en los primeros sentimientos de pertenencia a un grupo, en las primeras decepciones, se van a pintar con spray debajo de los puentes mientras fuman sus primeros cigarrillos, se reúnen en casas para beber, acercarse de manera entrañable e ingenua al sexo y distorsionar su voz de forma cómica con el aire de los globos, dudan de su futuro, de sus habilidades, de sus relaciones, del sistema y hasta de su propia capacidad de cuestionar lo que son y lo que sienten. Algunos están perdidos y otros parecen saberse caminos de memoria.
Nada comparten todos ellos con ese compendio –tan característico en la filmografía del director– de personajes, escenarios y situaciones intelectualizadas, de corte rohmeriano y espíritu sofisticado que, sin alejarse de la fatalidad de lo real, entroncan siempre de manera orgánica y casuística con la parte más bella e improvisada de las cosas, de los afectos y de las calles de Madrid. Es precisamente en Bailén, una de las más céntricas, dentro de uno de esos rincones castizos con pasado y palabras adherido a su historia por los que Trueba manifiesta una querencia explícita –reflejada en su cine y en su vida: su vivienda se encuentra a pocos minutos de la pequeña terraza cerca del viaducto de Segovia escogida para el encuentro– como Las Vistillas, donde nos reunimos con él escasos días antes de que “Quién lo impide” se presentara a competición en el Festival de San Sebastián y consiguiese alzarse con el Premio a la Mejor Interpretación de Reparto y el Feroz Zinemaldia.
Los casi cuarenta minutos de conversación sin prisa entre cafés y cervezas que mantenemos con Trueba se quedan en un tiempo irrisorio al lado de las tres horas y media de duración del monumental retrato sobre la juventud de hoy –con un par de intervalos de cinco minutos de descanso para oxigenar– que constituye el documental. Esa dilatación convierte la cinta en una experiencia casi física y en una invitación a la inmersión cinematográfica, algo que progresivamente se está perdiendo y que el cineasta lamenta.
Tras más de cinco años de grabaciones, conversaciones, observaciones y visitas a institutos madrileños con alumnos procedentes de diferentes estratos sociales como el Gran Capitán, situado enfrente del antiguo enclave del Estadio Vicente Calderón, el Carlos III, por la zona de San Blas, el Larra en Aluche o el Bousoño ubicado en Majadahonda, el realizador configura con intimidad y artesanía un extraordinario tapiz generacional en el que la juventud contemporánea gravita constantemente en un péndulo plagado de incertidumbre.
Jonás Trueba es conservador, en el sentido de que le gusta conservar las cosas que merecen la pena. Podría decirse aquello de que lleva el cine en la sangre, si es que tal disciplina puede ser susceptible de mutar a sustancia líquida. Enlaza ideas con rapidez y paladea las reflexiones que le agitan antes de pronunciarlas en alto. Aunque inicialmente disimula con elegancia una timidez que más tarde mencionará al hablar de su etapa estudiantil, enseguida sonríe cuando hablamos de su apego por las personas que han participado en sus películas (lo que le lleva a repetir con facilidad casi siempre), el mantenimiento de las salas de cine como garantía de pervivencia de la experiencia inmersiva, el privilegio de alejarse de la pretenciosidad y volver a la sencillez de las cosas para contar algo o la vinculación de su familia con el mundo de la enseñanza.
- ¿Cambiaste mucho de plan durante los cinco años que duró el rodaje?
- Pues fíjate es difícil de saber eso. No sé hasta qué punto el resultado final de todo esto se parece realmente a lo pensé que sería en un primer momento. Por un lado, sí y por otro no. Sí porque es un proyecto que nace de una voluntad muy libre, ambiciosa a ratos. Nadie nos pide hacer esta película, nace sin una financiación a priori, está hecha bastante a pulmón, de manera independiente por Los Ilusos, mi productora, y al mismo tiempo surge con el propio mantra del título de la película como motor ¿no? Con ese “quién lo impide” determinando un poco sus movimientos. La ausencia de ataduras ha hecho que la película haya ido mutando, cambiando un montón. Cuando empecé, no podía imaginar esta película que ha acabado siendo. Sinceramente lo que más me ha sorprendido ha sido el hecho de poder terminarla y de que se estrene en cines. Esta película no era nada evidente, ni siquiera para mí.
- Rescatas dos caras que ya salían en “La Reconquista”. Parece que llevas mal las separaciones.
- No te imaginas cuánto. Mantengo vínculos con todas las personas con las que he trabajado a lo largo de mis películas y en este caso no iba a ser diferente. Me da mucha pena pensar en la separación y creo que he formado parte de años cruciales de desarrollo en la vida de muchos de ellos en “Quien lo impide”. Al acabar “La Reconquista” pensé “qué pena me da ahora soltar a Candela y a Pablo, perderles de vista” y sobre todo a esa edad. Pero ahora siento que los vínculos en esta película son más fuertes porque han sido más años y también porque ellos ya han pasado a ser adultos. Ha sido un viaje fuerte todo esto. Tenía ganas de seguir con ellos, de regalarles algo diferente a lo que venía de ofrecerles en aquella película en la que recreaban mis preocupaciones de adolescente, que tuvieran esta vez una participación más directa en el relato. El proyecto se fue transformando porque empezaron a entrar muchos más jóvenes amigos de ellos y alumnos de otros institutos. Ahí es cuando la peli se me va yendo un poco de las manos y se va desaforando. Mi objetivo era que la cinta respondiera a ese trabajo tan vivo y abierto que ha supuesto para todos crearla. Al final la realidad te pone obligaciones como cineasta. Sobre todo, si eres un creador que trabaja a partir de ella, como es mi caso. No hago películas basadas en la imaginación porque ni siquiera considero que tenga mucha.
- El mismo comienzo, con los chicos confinados en sus casas hablando contigo vía zoom por la situación pandémica ya es una muestra evidente de cómo la realidad se ha impuesto sobre la naturaleza de muchos relatos.
- Claro. La realidad muchas veces te escribe la película y en este caso es muy evidente que toda esta crisis de la pandemia ha venido a colarse en muchas ficciones. Me decía mi montadora el otro día, joder parecía que estábamos esperando que ocurriese esto (la pandemia) para que la película terminara de cuajar. Y lo digo por supuesto sin ánimo de sonar frívolo porque lo que ha pasado es muy grave, pero es verdad que el confinamiento le termina de dar una forma a la película, aunque no trate para nada de eso. La crisis generada por el Covid está en la realidad de hoy y define o va a definir mucho a la generación que retratamos en la peli, a los nacidos en el 2000-2001, que ahora tienen más o menos 20 años. Han recibido todo esto en un momento tan clave de su vida y de hecho te diré que la película la acabo de montar y termino de convencerme a mí mismo de que la tengo que estrenar a raíz de la pandemia. Tenía que sacar esto adelante por ellos, por hacerles un homenaje y sobre todo por intentar equilibrar esa imagen demoníaca cuando veía que constantemente se hablaba de ellos de una manera casi criminalizadora en muchos medios. Pensé bueno, al menos tengo esta peli que aportar a una generación con mucha más panorámica, más extendida y creo que más justa.
- ¿Hemos fracasado nosotros como sociedad con la juventud o ha fracasado el sistema?
- Que la juventud española está en una situación muy difícil es un hecho. No herida de muerte, pero sí sumida en una precariedad tremenda. Paro juvenil, falta de oportunidades e incertidumbre gigantesca acrecentada por la crisis pandémica. Creo que esto podemos asumirlo como un fracaso más de la clase política prolongado durante décadas que de nosotros como sociedad. La política está obligada de alguna manera a crear unas oportunidades mejores para los jóvenes. Pero también es verdad que los adultos tendemos a mirar a los jóvenes a veces con un poco de condescendencia y eso puede llegar a reflejarse en la política.
- ¿Qué clase de alumno fuiste en el instituto?
- Recuerdo que cuando entré arrastraba una timidez crónica muy compleja que me hacía ir por la vida con la cabeza agachada, sin llamar la atención y casi sin hacer ruido y creo que salí de allí mucho más hecho. Fue una etapa de mucho crecimiento para mí y tuve la enorme suerte de cruzarme con amigos muy buenos y profesores interesantes. La verdad es que tengo muy presente mi adolescencia y no como algo traumático, sino como un momento de construcción, de definición, de apertura. Es por eso que también siempre la he seguido pensando en mí y en los demás. Me parece que es un momento en la vida que está lleno de cosas que te conforman.
- ¿Los maestros enseñan o educan?
- Qué complicado este melón. No sé si el maestro tiene la labor de educar, pero desde luego no de adoctrinar. Yo he tenido bastante contacto con profes este año y hay un poco de todo. Tampoco los tenemos que idealizar, son personas normales como nosotros que intentan hacerlo lo mejor que pueden. No es una profesión fácil, especialmente agotadora y a la vez cumplen un servicio público fundamental. Hay que protegerlos y cuidarlos pero tampoco creo que haya que idealizar su figura ni que los propios profesores deban extralimitarse. Al final la educación también está en casa, en la calle, en tus amigos. Tan determinante en tu educación como un profesor puede ser un amigo. Y a veces un profesor puede ser más nefasto que nada. En la familia de mi padre hay varios profesores de secundaria y sé perfectamente el sacrificio y la vocación que supone. De hecho me encantaría que esta película la fuesen a ver profesores con sus alumnos porque tiene muchos elementos generadores de debate, de reflexión.
- Al tener la oportunidad de testear con tiempo y reposo las sensaciones, intereses y sentimientos de chicos y chicas de 16, 17, 18 años, ¿te decepciona observar que no tienen metas o que las que manifiestan al menos están casi tan borrosas como su futuro?
- Me preocupa mucho el futuro de los más jóvenes, claro. La mayoría de los chavales, incluso los que tienen la cabeza más ordenada y la suerte de contar con apoyos familiares tienen también muchas dudas con respecto a su futuro y te das cuenta de ello en cuanto rascas un poco. Es raro encontrarte con alguien a esas edades que realmente sabe lo que es y lo que quiere ser. Pero más allá de esa incertidumbre intrínseca a la edad, se les presenta una situación especialmente complicada ahora. Eso me preocupa, pero al mismo tiempo confío mucho. Al final yo pienso que la gente que vale y es perseverante tiene que poder encontrar su lugar y su vocación. Quiero creer en eso, aunque sé que a veces no es posible.
- También está muy presente el paternalismo desde el que muchas veces se analizan determinados comportamientos.
- Tiendo a pensar que los jóvenes de hoy se parecen más de lo que creemos a los jóvenes que éramos nosotros. A veces hay esta idea de que los jóvenes del siglo XXI están como en otra dimensión o no los entendemos y sinceramente no lo creo. Aunque existe toda esta cuestión de las redes sociales y del adoctrinamiento de las pantallas, al final lo importante para ellos sigue siendo la preocupación por la soledad, por el amor, por estar con alguien, por la política, por la educación que están recibiendo, por cómo se relacionan con sus amigos o con su familia. Esas son las cosas verdaderamente importantes y en ese sentido siento que la conversación sigue girando en torno a lo mismo. De hecho, con muchos de estos chavales yo me comunico muy fácilmente. Sí que puede haber cosas que a lo mejor me ridiculizan de pronto frente a ellos, como el hecho de que no tenga una red social o al revés, que ellos no tengan ni idea de quién es tal músico o tal escritor. Pero son puntos que no me dejan de parecer anecdóticos. Les siento muy cercanos a mí y, de hecho, rodando la peli, me veía en ellos y en sus miedos en muchos momentos. Los siento cercanos, los siento amigos.
- ¿Podemos dar por fariseo entonces el término “generación nini”?
- Si te soy sincero no le he prestado mucha atención al término generación nini y hasta me cuesta creer que se haya podido extender. Tenemos la manía de etiquetarlo todo para reducirlo y de alguna manera quedarnos tranquilos. Ahorrarnos el esfuerzo de saber qué pasa ahí. No me parece que este término les represente en absoluto. Es tal solo un insulto más de los muchos que reciben.
- “Quién lo impide” es un viaje a rincones de la memoria que muchos tendrán incluso bloqueados. Recordar con cierta añoranza cómo éramos, qué cosas hacíamos o de qué forma nos comportábamos con 16 años conduce irremediablemente a un término que últimamente está muy en boga y tiende a generar desencuentros y enconados debates entre sectores de la izquierda -intensificadas por la publicación del libro “Feria” de Ana Iris- como la nostalgia. ¿Es peligroso mirar con ella al pasado?
- Me alegra que me preguntes esto porque “Feria” es un libro que he leído con bastante admiración y me gusta mucho como piensa Ana Iris. Pero bueno, creo también que cada uno y sus circunstancias. Ella sabe hablar muy bien desde un lugar que conoce y establecer a partir de ahí la metáfora de una generación concreta. Entiendo y puedo llegar a compartir el enfoque este de que nuestros padres vivían mejor que nosotros. En mi caso, por ejemplo, mi familia, que se ha dedicado al mundo del cine, empezó antes que yo, podían hacer las películas antes, había más facilidades y eso es algo que he hablado con mis padres muchas veces, cómo ellos empiezan a hacer películas a finales de los 70 principios de los 80 casi sin nada pero consiguen abrirse paso con todo dentro de un panorama que se convierte en algo radicalmente distinto cuando yo entro en él. Y en cierta manera en mi caso, es verdad que es más difícil, veo a los cineastas de mi generación con mayores problemas…
Pero claro, al mismo tiempo pienso cuidado, porque esto es reduccionista. Es difícil decir “no, realmente se vivía mejor antes”. Creo que en general esa idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor es medio ridícula y nunca me la he creído. Otra cosa es que a la vez pueda haber retrocesos y elementos ahí coyunturales complejos: lo vemos en el tema pisos, alquileres, hipotecas. Y si te llevo eso al mundo del cine también lo veo muy claro. Yo empecé a rodar mi primera peli cuando comenzaba la crisis de 2008 y hemos estado haciendo cine en muchas ocasiones con precariedad desde entonces, con falta de recursos y de apoyos institucionales. Volviendo al comienzo, no sé si lo de Ana Iris es nostalgia, yo lo interpreto más como un ejemplo de rebeldía contra la estupidez. Ella habla un poco contra la pretenciosidad, contra la necesidad de ambicionar. Lo que me parece más bonito de su reflexión y con lo que yo más me quedo es con el privilegio de volver a la sencillez, a una escala más proporcionada de las cosas. Permitirnos el lujo de no inflarlo constantemente todo.
- ¿Los festivales de cine podrían servir como ejemplo de esa pretenciosidad?
- Mira, mi ideal de vida ahora mismo como cineasta sería no tener que ir a ningún festival, no depender de ellos. Poder hacer una película y poder estrenarla en salas de cine y que más o menos una cantidad de gente suficiente fuera a verla. No necesitaría esto por lo que muchos se obsesionan de que sea un éxito y bata todos los récords porque me parece innecesario. ¿Qué pasa? Que el sistema del cine en este país y en general en Europa y en el mundo ha ido inflando el apartado de los festivales muchísimo y el sistema se ha ido adaptando a eso. Si no pasas por un festival, a lo mejor no me estarías haciendo esta entrevista, no saldría en tal sitio, pierdes la opción de que te la compre una plataforma, si quieres pedir una ayuda pública necesitas los puntos que te otorga un festival… está todo muy metido en lo mismo y muy armado y engrasado. Para mi gusto, demasiado. Me gusta la idea de un lugar donde se proyectan películas, claro, pero luego la gente no tiene ni siquiera tiempo para ver tantas a la vez, la idea misma de lo competitivo me parece horrible y sin embargo tengo una película en competición y me tengo que alegrar por entrar en la terna. Pero en realidad no me gusta, me parece absurdo. Si por mí fuera lo evitaría. Después salen directores afamados recogiendo premios gritando como si fuesen Cristiano Ronaldo celebrando un gol, es una cosa delirante. Me genera muchas contradicciones el universo de los festivales sin duda.
- Apostar por una duración tan extensa en tiempos de consumo rápido y masivo también en el terreno del audiovisual es toda una declaración de intenciones. El cine como experiencia inmersiva, ¿te interesa más como director que como espectador?
- Hombre yo pienso que el cine siempre tiene que procurar tener esa parte de experiencia inmersiva. Esta película me la planteaba como una experiencia física, soy consciente de que es muy larga y eso puede ser un problema para muchos espectadores, para toda esa gente acostumbrada hoy en día a la rapidez y a ver las cosas como más apresuradamente. De pronto estás proponiendo una película que va un poco contra los tiempos…Pero bueno, esto es algo en lo que vengo pensando yo creo que desde que hago películas y cada vez más: la experiencia de la sala de cine es muy importante porque es el lugar donde hay que verlo. Creo que las pantallas de ordenador, las plataformas y todo eso sirven más para repasar lo ya visto que no tanto para la experiencia pura de lo que tiene que ser el cine. Me gusta pensar que esta peli puede convertirse en algo físico para el espectador que se meta a verla y que de alguna manera salga de la sala con la sensación de que le ha pasado mucha vida por encima.