Viaje hasta el fondo del cine para adultos
Ninja Thyberg indaga con “Pleasure” en el funcionamiento y los entresijos de una industria que sigue generando polémica
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¿Convertir tu cuerpo en tu herramienta de trabajo es un “privilegio” o una necesidad? ¿Transformar tu intimidad y tu placer en tu particular portfolio desvirtúa tu integridad o puede llegar a resultar empoderante? Siempre fue complejo introducir sexo, dinero y voluntad en la misma subordinada. Y no digamos ya si la palabra mujer decide interactuar también en la estructura de la frase. Lo cierto es que no deja de resultar paradójico que convencionalmente siga utilizándose la denominación de “cine para adultos” para hacer referencia a un género protagonizado mayoritariamente por mujeres que simulan ser jovencitas. Mujeres que fingen inocencia, impostan actitudes ingenuas y juegan a aparentar esa pureza tan prototípica de edades pueriles para, a fin de cuentas, excitar al personal.
La industria del porno, desde su esparcimiento masivo en la década de los setenta -con especial relevancia en territorio estadounidense y del que por cierto, hizo un aprovechamiento interesantísimo y suficientemente intelectualizado James Franco a través de la fabulosa “The Deuce”- hasta su distribución y consumo actuales, no ha logrado quitarse aún ese envoltorio de sordidez, clandestinidad y objetiva cutrez que la explicitud del sexo en pantalla destinado exclusivamente a la masturbación, conlleva. En la actualidad, el vellocino de oro del deseo y la lujuria sigue estando en manos de Estados Unidos y concretamente, la zona de San Fernando Valley, a las afueras de Los Ángeles, California, constituye el corazón de la misma.
Cifras desorbitadas de beneficios que rondan los trece mil millones de dólares, (de los cuales solo 4 o 6 mil serían legales), fiestas en cuyo dress code no es bienvenida la ropa y parece haber mucho espacio para la envidia y las escaladas internas entre agentes, productores, actores y actrices y mansiones horteras y megalómanas con piscinas y reservados en los que la gente apenas habla entre sí yuxtaponiéndose a pisos impersonales para jóvenes “estudiantes” del sexo que mantienen convivencias artificiales como de proto erasmus, piden pizza para cenar como si formaran parte de un capítulo de la segunda temporada de Hannah Montana mientras piensan en el doble anal que practicaran al día siguiente y madrugan para ver quién se pone más rápido la pestaña postiza, se hace más astutamente los rizos con la plancha o promociona mejor en sus redes sociales el virtuosismo de sus prácticas feladoras, sobrevuelan los márgenes de un universo extraño, ajeno, incómodo, pantanoso.
Decidida a ofrecer una visión renovada y alejada de sus rémoras éticas que centre la mirada en la experiencia femenina, la directora Ninja Thyberg se adentra ahora en los engranajes competitivos y superficiales de la industria con “Pleasure”, una cinta bendecida en el Festival de Sundance y protagonizada por una joven sueca (interpretada por una solvente Sofía Cappel) que aterriza en Los Ángeles para disfrutar con libertad y sin prejuicios del sexo y convertirse en una estrella consagrada del porno. “Por placer” espeta tajante Linnéa, de tal solo 19 años, tras su llegada al aeropuerto cuando le preguntan en la zona control por el motivo de su viaje. Pero en su caso, ese placer reivindicado también se traduce en trabajo y en su vertiginoso y crudo ascenso a la cima, la preservación de lo primero no será suficiente para el mantenimiento de lo segundo.
“Creo que ahora mismo hay una mayor amplitud en la industria. No sé hasta qué punto una mujer hoy en día puede empoderarse trabajando en el porno tradicional pero hay que apoyarlas. Hay muchos tipos de porno, muy diferentes y cada cual puede encontrar lo que sea que esté buscando cuando lo consume, pero es cierto que de forma significativa sigue solicitándose la sumisión de la mujer en las escenas. Que se las veas a ellas siempre más pequeñas que ellos”, asegura Thyberg al otro lado del teléfono.
En cambio, cuando preguntamos a la cineasta por el condicionamiento del porno en los comportamientos sexuales de los más jóvenes, prefiere mostrarse precavida: “Soy directora no socióloga, pero lo que sí me interesaba en este caso era hacer ver que el porno mostrado de forma ética puede ser algo bueno. El problema es cuando se siguen reproduciendo en algunos casos los mismos estereotipos machista e incluso racistas que antes”, señala. Y añade: “Desde hace años me interesa el poder de la imagen y su influencia cultural, por eso observar detrás del show y las luces de la pornografía esa objetualización que se hace de la mujer me parecía una buena manera de plasmarlo”.