“La vida era eso”: Petra Martínez pone rostro a la generación de la libertad robada
David Martín de los Santos firma una de las mejores óperas primas del año sobre una generación entera de mujeres que no pudo disfrutar de sus libertades más básicas
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Cuenta David Martín de los Santos, debutante en el largometraje de ficción pero con sobrada experiencia en el documental y en la producción, que la primera vez que se le ofreció el papel protagonista de “La vida era eso” a Petra Martínez, esta se negó. No estaba cómoda con la desnudez que exigía una escena en concreto de la película y, harta de malas experiencias en ese cine al que nunca acabó de entregarse por culpa de su arraigo teatral, dio por zanjada la conversación. De los Santos, convencido de que ella debía ser la María de su película, una mujer que tuvo que emigrar joven a Bélgica y que escribió mirando de lejos a su propia madre, se puso en contacto directamente con la actriz: “David me llamó y me hizo creer en su guion. Me explicó el porqué de las escenas, qué significaban y cómo tenían sentido en la trama. Me convenció para creer en la película”, confiesa Martínez en entrevista con LA RAZÓN.
El tiempo que ha transcurrido entre esta publicación y la propia charla, que tuvo lugar la pasada primavera, es también el síntoma de una cartelera agitada e inestable, que primero había dado a “La vida era eso” un lugar en pleno verano, luego en octubre y finalmente el próximo 10 de diciembre: “Llegó un punto en el que estaba un poquito desesperada. Solo quería que se estrenase ya, poder compartirla con mi gente y con todo el público”, explicaba la actriz protagonista hace unos días, cuando recibió la llamada de la Academia de Cine para notificarle su nominación como Mejor Actriz Protagonista, la primera de una dilatada carrera en teatro, cine y televisión.
Una generación olvidada
“Me emocionaba mucho pensar en esas mujeres que sufrieron tanto tiempo en silencio como mi personaje. Me emocionaba de verdad. Como en esa escena cuando ella quiere hacerle un arrumaco a su marido y él se aparta, como diciendo “¿Qué haces?”. Sé que eso ocurre mucho, y no es una cuestión de victimizar a nadie, pero es lo que hay. O es lo que hubo durante mucho tiempo. Es una película que, como actriz, me ha emocionado mucho. Me gusta que David ha conseguido, de mí, que estuviera muy contenida. Yo soy una exagerada, siempre, soy muy llorona, me emociono fácilmente”, confiesa Martínez sobre el proceso de inmersión interpretativa en su María. Y sigue: “Cuando de pronto ves que una actuación que te exige calma, contención, la cosa cambia. David supo darme el punto exacto de tranquilidad para poder contar qué le ocurría a mi personaje. He trabajado mucho, claro, pero ha sido muy importante cómo David ha atado esa emoción, para no hacerlo histriónico”, añade.
Más allá de la nominación al Goya, y de encontrarse con el reconocimiento en un punto tardío de su carrera, Martínez agradece la travesía que ha supuesto el filme. El camino, de hecho, fue tortuoso también durante la misma producción, que tuvo que pararse durante unos meses por motivos económicos: “Íbamos a empezar a rodar en junio de 2019, y hubo algunos problemas y la tuvimos que retrasar. Pero, hasta ahí, habíamos sacado muchas conclusiones de lo que debía ser la película. Habíamos ensayado y habíamos hecho un trabajo que se quedó de fondo, para cuando después del parón pudimos retomarlo. Era como recordar, como volver a un recuerdo, más que ponerse a trabajar desde cero. Me di cuenta de lo importante que fue ese reposo, ese dejar pasar un tiempo, aunque fuera de manera involuntaria, para poder interiorizar nuestros papeles, hacerlos definitivamente nuestros. No se puede hacer casi nunca en esto del cine, pero ojalá fuera lo habitual. Nos podíamos permitir improvisar, incluso, porque sabíamos quiénes eran realmente nuestros personajes”, cuenta antes de completar el diario de rodaje: “David quería hacer Bélgica primero y luego Almería, y terminó siendo al revés. Y, pese a eso, yo creo que fue hasta mejor, porque tuvimos la suerte en Almería de poder estar juntos todos, todo el equipo. Nos conocimos muy bien, y adquirimos dinámicas muy positivas. Si hubiéramos estado en distintos hoteles, por ejemplo, todo lo que se rodó en Bélgica hubiera estado impregnado de frialdad, yo creo. Fue todo muy cercano, casi familiar, dentro de lo profesional”.
Las que tiraron hacia adelante
Y, tras un proceso tan complicado, ¿con qué se queda Martínez como intérprete? “Sinceramente, con valorar mucho más a esas mujeres silentes que tiraron adelante. Como actriz, como intérprete, he tenido la suerte de vivir casi siempre en una cierta libertad, de todo tipo. Incluso compañeros homosexuales o con vidas fuera de la norma o de lo que marcaba la dictadura, al ser actores, pudieron vivir su vida ligeramente mejor. Pero hay un grueso de población que no, que nunca tuvo esas oportunidades y libertades. Me quedo con una idea más completa de las mujeres, que siguen existiendo, aunque sobre todo en esa generación, que no pudieron vivir de manera plena. Ni en su vida diaria, ni en su sexualidad. Y me da ternura, y cierta tristeza, de pensar en que toda una generación de mujeres no pudo vivir como quiso. Y eso ha sobrevivido en nuestra cultura, pese a que ahora haya mucha más libertad. En la ficción, a la mujer es siempre a la que le duele la cabeza, o no quiere tener sexo y tiene que poner una excusa… Me quedo con la visión, con el aprendizaje, y con todo ese poso que se ha quedado dentro de mí ya para siempre”, remata.
Así, gracias a la soberbia actuación de Petra Martínez y a un acompañamiento no menos honroso de Anna Castillo, David Martín de los Santos construye en “La vida era eso” una de las mejores películas españolas del año y, no solo eso, si no que lo hace además epatando en un cine sutil y silente, nunca ensimismado, al que le gusta reposar las escenas sin que ello suponga un vacío argumental. En la película ocurren cosas todo el tiempo, mediante gestos, miradas, palabras y hasta sonidos a través de una cortina, pero la acción es sosegada, elegante y reposada. “La vida era eso” trata sobre el camino de descubrimiento vetusto de una mujer que ha mirado a la muerte a los ojos, pero también es un análisis de la senectud en clave positiva, quizá vitalista, y una reflexión certera (e implícitamente política) sobre el machismo más arcaico, ese que a veces se quiere disfrazar de uso y costumbre. Un triunfo, al fin y al cabo.