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La exposición definitiva sobre Stanley Kubrick: vigencia de un universo infinito

El Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge una gran muestra de carácter inmersivo sobre la figura del cineasta y propone un recorrido monográfico por más de las 600 piezas pertenecientes al mundo creativo del genio iconoclasta
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Los enciclopédicos y salientes ojos negros de Stanley Kubrick, enteramente bordeados por unas ojeras de animal nocturno y misterioso que nacían en el lagrimal y terminaban en ninguna parte, determinaron muy pronto su interés apasionado por lo visual. Alguien con esa mirada inescrutable repleta de geometrías, deseos y sombras solo podía dedicarse profesionalmente a observar. A pensar con la pupila. Primero a través de una cámara de fotos: cuya consecuencia más directa tras incontables caminatas por las calles de Nueva York fotografiando cotidianidad y dinamismo fue su incursión, con apenas 16 años, en la revista “Look”. Más tarde, con una de vídeo para convertirse de manera involuntaria en uno de los directores más iconoclastas del siglo XX y construirse además, tal y como señaló en su momento Martin Scorsese, como alguien que disfrutó del lujo de trabajar únicamente bajo el dictado de sus propias normas.
No formó parte de toda aquella generación televisiva formada por Sidney Lumet, Arthur Penn o John Frankenheimer –que empezaban a despuntar cuando él comenzó a rodar– ni tampoco tuvo la necesidad de entrar con posterioridad en la nómina de directores del conocido como Nuevo Hollywood. La arbitrariedad de sus movimientos como cineasta, la incontestable inteligencia de su perspectiva como creador y la libertad ordenada de sus decisiones trazaron los contornos de un universo propio, particular y exclusivo que, si bien no partía de ideas estrictamente suyas (ya que la mayoría de sus películas son adaptaciones literarias), sí conseguía contagiarse de una personalidad reconocible y excepcional y asentarse sobre un procedimiento creativo repleto de minuciosidad -heredada de su temple como virtuoso ajedrecista- y metodología, que muchas veces desembocaba en una obsesión patológica por la perfección de los encuadres y la recreación de ambientes: si el objetivo era, como ocurre en la hermosísima “Barry Lyndon”, captar con fidelidad la luz del XVIII y esa luz procedía de las velas, el por entonces director de fotografía John Alcott y su equipo tenían que adaptar lentes de gran apertura y filmar sin aderezos ni apoyos lumínicos los interiores, sirviéndose únicamente de la luz de las velas.
Más de un millón y medio de personas han abrazado la idea de sumergirse en la arquitectura de ese universo simétrico creado por el autor a través de la exposición “Stanley Kubrick. The Exhibition” y ahora el Círculo de Bellas Artes de Madrid se convierte en otra de las paradas del itinerante recorrido para ofrecer la extensa y portentosa cronología fílmica y personal del maestro. Esta exhibición monográfica con vocación sempiterna acoge más de 600 piezas de Kubrick entre fotografías, planes de rodaje, atrezzo, guiones, claquetas, ilustraciones y una cuidada selección de material audiovisual con inolvidables escenas transformadas con la ayuda del tiempo en iconos como la tortuosa reconversión moral de Alex DeLarge durante la sucesión final de torrentes visuales de violencia, la sonrisa sociópata de Jack Torrence asomando entre los dientes mientras el hacha se clava en la puerta del baño ante la expresión desencajada de Shelley Duval o el reconocimiento salvaje y degradante de los soldados que lleva a cabo el sargento Hartman al comienzo de “La chaqueta metálica”, una de las lecciones más sobresalientes del director sobre la contradicción de los códigos bélicos y un gran ejemplo de reinvención del género junto con “Senderos de gloria”.
Vertebrada en dos partes, la muestra alberga un primer espacio ubicado en la Sala Goya en donde los elementos expuestos se adentran en la mente de Kubrick mediante un evocativo paseo por sus primeros pasos en la industria del cine, su histórico rodaje en los alrededores de Madrid con “Espartaco” a pesar de su explícita reticencia a los viajes y a los desplazamientos en general (y ese desembarco del equipo americano y del propio Kubrick en el Hotel Castellana Hilton para organizar todo el operativo digno de una escena típicamente berlanguiana) o el esqueleto de prometedores proyectos que no llegaron nunca a ver la luz como “Napoleón”, cuya extensa biblioteca atiborrada de libros biográficos y archivos que poseía el realizador para llevar a cabo todo el proceso de documentación puede verse aquí, con engaño óptico incluido.
En el segundo espacio, ubicado en la Sala Picasso de la primera planta, la sensación inmersiva se multiplica por cien gracias a la recreación compartimentada en diferentes estancias de algunos de los títulos de culto del cineasta, cuya cantidad, recordemos que fue discreta (13 películas en total conforman toda su filmografía), pero suficiente, minuciosa y magistral como “2001: Odisea en el Espacio”, “Lolita”, “Barry Lyndon”, “La naranja mecánica”, “La chaqueta metálica”, “El resplandor” o la incombustible “Eyes Wide Shut”. Qué gran oportunidad para descifrar la mirada de un artista que era lo suficientemente insensato como para creer en el cine. Un artista que, se anticipó al presente, sin necesidad de llegar a conocerlo.