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El año en el que el cine se rindió a la mujer

Inclusión: se rompieron las barreras del género para epatar en la diversidad
Chris Pizzello / POOLEFE
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Los titulares son irrenunciables y los galardones hasta inapelables. En 2021, todos los premios importantes de la industria del cine los recogió una mujer: el Oscar a la Mejor Dirección fue para Chloé Zhao por «Nomadland» (también Mejor Película), la Palma de Oro del Festival de Cannes para Julia Ducournau por «Titane» y el León de Oro del Festival de Venecia para Audrey Diwan por «El acontecimiento». Si a ello sumamos que una es una inmigrante china en EE.UU y otra es una hija de libaneses asentados en Francia, el retrato del triunfo cinematográfico en el año que se acaba, más allá del valor que quiera darle cada uno a sus producciones, es el del mundo diverso, global y hasta compartido en armonía de nuestra era. Si a ello sumamos que las tres directoras no han crecido precisamente en ambientes en los que hubiera que juntar céntimos para llegar a la barra de pan, a más de alguno se le desmonta el chiringuito de justificaciones.
Sea como sea, y más allá de la cuna de cada cual, el 2021 se escribió en femenino y fue, a todas luces, el año en el que el cine viró su género hegemónico hacia ello. Se hizo mujer, si lo quieren poner en terminología ultra. O, al menos, se hizo todo lo mujer que permitió la pandemia. De hecho, si acudimos al galardón del público, ese que se entrega entrada en mano, hay que irse hasta el duodécimo puesto de la taquilla mundial («Black Widow», Cate Shortland) para encontrar una firma en femenino. El maldito virus no solo se cargó la distribución mundial (un poco menos la patria, en un fenómeno todavía pendiente de estudio), sino que aceleró también el cambio de paradigma: Netflix, Amazon y sobre todo Warner Bros., a través de HBO Max, sacaron la guadaña en detrimento de las salas, que vieron acortada o fijada por contrato la ventana de explotación de las películas, volviéndolas casi inmediatamente disponibles en los servicios de «streaming».
En esa ola de cambios, con el planeta cine orientándose a Venus, nuestro Festival de San Sebastián decidió meterse a paisajista de geranios: siguiendo la tendencia en el viejo continente, la institución que dirige José Luis Rebordinos entró de lleno en el jardín del género anulando el mismo para sus premios de interpretación. El feminismo viejo protestó, pero la aquiescencia del nuevo dejó sin efecto el cambio en el mismo año en el que se honraba a un Johnny Depp varias veces acusado de maltrato. Aprovechando que no había sentencia, Donosti le homenajeó y, si queríamos caldo, nos dio dos tazas: no solo triunfó una mujer en el primer premio sin género, sino que lo hicieron dos ex aequo, Jessica Chastain y Ofelia Hofmann.
Antes de las campanadas, pero hasta con más interés mediático, asistimos atónitos a la última revolución de género con la «Matrix Resurrections» de Lana Wachowski. Muerta y enterrada su identidad masculina, la única directora trans que ha estrenado un «blockbuster» en 2021 –por lo que sea, a Hollywood ahí se le acaba la diversidad– ha vuelto para reírse de todos, del Trump al que el séptimo arte enterró rápido, de los que veían en su película de 1999 una oda al onanismo reaccionario y también de los que ven los feminismos como un fin y no como un método. Casualidad o no, la mejor película del año («El poder del perro») también la firmó una mujer, veterana como Jane Campion, a la que no se le ocurrió otra cosa que comparar los años de abusos de Hollywood con el Apartheid. Lo que ha hecho junto a Benedict Cumberbatch es inapelable, pero no le conviene fiarse porque en cualquier momento la podemos cancelar, bendito y manoseado verbo mediante.