El Pompidou y la sombra del dinero ruso
Uno de los busques insignia de la cultura francesa y del arte contemporáneo mundial, ha interrumpido la intensa colaboración que, desde 2015, mantenía con el oligarca ruso Vladimir Potanin
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Las sanciones internacionales a Rusia por la invasión de Ucrania están afectando especialmente al mundo de la cultura. Artistas, bailarines, cineastas, músicos o actores son vetados a lo largo y ancho del mundo, en una clara demostración de hasta qué punto el aislamiento cultural cde un país puede contribuir a lograr su desaparición de la red de relaciones internacionales. Rusia siempre ha sido exportadora de cultura. Y, en el contexto presente, la circulación de productos culturales rusos se ha detenido en seco. Hasta el punto de que el Centro Pompidou, uno de los busques insignia de la cultura francesa y del arte contemporáneo mundial, ha interrumpido la intensa colaboración que, desde 2015, mantenía con el oligarca ruso Vladimir Potanin.
Desde esta fecha, la fundación dependiente del multimillonario próximo a Putin ha donado a la institución parisina un total de 1,3 millones de euros, de los cuales la mayor parte se han invertido en la adquisición de 550 obras realizadas por artistas rusos o soviéticos entre 1950 y el 2000. La importancia de esta suma en la política de adquisiciones del Pompidou es bastante significativa, habida cuenta de que la entidad cuenta anualmente con apenas 1.800.000 € para sostener su política de compras.
Esta circunstancia plantea un dilema ético que, por lo general, está sacudiendo a las principales instituciones museísticas internacionales: ¿es lícito aceptar dinero «sucio» para hacer cultura, a pesar de que los espacios artísticos atraviesan un mal momento que les obliga a redimensionar a la baja su programa de actividades debido a la mengua presupuestaria? A tenor de los sucesos acontecidos durante los últimos años, la respuesta es que no. Recuérdese, en este sentido, el activismo de la fotógrafa Nan Goldin contra la colaboración económica entre la farmacéutica Sackler –fabricante del opioide que más adicciones y muertes genera en Estados Unidos– y el Metropolitan Museum de Nueva York, o la negativa de grandes instituciones como la Tate a aceptar dinero de empresas petrolíferas –causantes directas de la contaminación de la Tierra–.
Ahora, es el dinero de los oligarcas rusos el dinero que es cuestionado en un contexto definido por las sanciones internacionales a todo lo que huela a Putin. Probablemente la renuncia del Pompidou a las suculentas aportaciones efectuadas por Potanin le genere un agujero económico de envergadura, pero no cabía más opción que esta. Ningún allegado a Putin puede ser blanqueado a través del estatuto de autoridad alcanzado por los grandes centros culturales internacionales durante las últimas décadas. La guerra se está librando en el terreno de lo simbólico; y nada posee más carga simbólica que la cultura.