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Nueva pista sobre los restos de Lorca: Fueron trasladados por la familia fuera de Granada, según su amiga Emilia Llanos

Un libro de Lola Manjón recupera las memorias hasta ahora incompletas de una de las mejores amigas del poeta con nuevos datos sobre el posible destino final de sus restos
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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En 1955 las heridas de la Guerra Civil todavía no habían cicatrizado. Había miedo a hablar, incluso a que las comunicaciones sobre el tema pudieran ser interceptadas por las autoridades de la época. Especialmente delicado era indagar sobre el asesinato de Federico García Lorca, un misterio que seguía sin aclararse en la ya avanzadísima posguerra. Tuvo que ser un extranjero llamado Agustín Penón el encargado de empezar a hacer preguntas incómodas a los testimonios que aún quedaban en la ciudad de la Alhambra, en algún caso hasta el punto de encontrar aliados que poco a poco se fueron abriendo, revelando los muchos secretos que llevaban escondidos. Una de esas personas se llamaba Emilia Llanos y no solo contó lo que sabía por su propia experiencia, sino que también expuso lo que había investigado –a instancias de Penón– por su cuenta y riesgo.
Penón estuvo en Granada entre febrero de 1955 y septiembre de 1956. Nunca volvió, pero mantuvo el contacto con algunas de sus principales fuentes, como es el caso de Emilia Llanos. A instancia suya, ella empezó a redactar una suerte de memorias inconclusas en la que fue volcando recuerdos titulados «Suspiros del pasado» algo que, en efecto, es así. Llanos, que no era para nada escritora, fue narrando en esas páginas lo que recordaba, aunque de manera desordenada y sin ningún rigor cronológico. Esas cuartillas manuscritas se las envió a Penón, pero el investigador nunca las publicó porque nunca llevó a imprenta sus indagaciones sobre la muerte del autor de «Poeta en Nueva York». El miedo y sus dudas al pensar que algunas de sus fuentes podía correr peligro o el hecho de que esas pesquisas no se hubieran concluido hizo que todo ese material quedara inédito.
Tras la muerte de Penón, la maleta con sus papeles pasó a su amigo William Layton quien, a su vez, dejó todo este legado en manos del hispanista Ian Gibson para que lo estudiara. En 1990, Gibson publicó una selección del trabajo de Penón en el volumen «Diario de una búsqueda lorquiana (1955-56)» donde se incluía, a la manera de epílogo, algunos pasajes de estos «Suspiros del pasado». No ha sido hasta ahora, de la mano de Lola Manjón, otra investigadora lorquiana, que esas memorias pueden leerse por primera vez íntegras en el muy documentado volumen «Relaciones. Emilia Llanos. Federico García Lorca», publicado por Comares en su colección La Veleta.
En octubre de 1955, mientras Agustín Penón se instaló en Alfacar, cerca del lugar en el que Lorca había sido asesinado, para investigar sobre su tumba, Emilia Llanos escribió para él algunos de los recuerdos vinculados a lo que ella sabía sobre el tema. El pasaje, inédito hasta ahora y redactado a mediados de los años cincuenta, aporta algunas pistas controvertidas sobre el posible destino final del poeta. «Hoy no he querido decirte que estoy pasando unos días intranquilos, no sé si recuerdas que te conté que estando en San Francisco [se refiere al Parador de Turismo de San Francisco que abrió sus puertas en Granada en junio de 1945] me dijo el Sr. chileno que, según contaba un escritor inglés, la familia García Lorca había sacado los restos de Federico y llevado fuera de Granada, pero que el novelista español lo desmintió y diciendo [sic] que estaba enterrado en un pozo, entre dos pueblos de Granada». En un margen del manuscrito, Emilia indicó que «el novelista español» no era otro que Pío Baroja, aunque no hay constancia alguna de visita a Granada del autor vasco en ese tiempo. Tampoco hay ninguna indicación, por parte de la autora de estos manuscritos, sobre quiénes eran «el Sr. chileno» y el “escritor inglés”, aunque en este último caso sería tentador pensar que se tratara del hispanista Gerald Brenan que en 1949 investigó sobre el final de Lorca.
Pero Emilia Llanos siguió escribiendo: «Yo no di importancia a este rumor del extranjero, pero me quedé helada cuando hace unas noches el magistrado amigo mío me dijo: “¿Por qué va usted tanto a Víznar si me han dicho que la familia ha traído un permiso especial y con todo sigilo se ha llevado los restos en una maleta?”». Llanos reconocía a Penón que no creía que esto fuera cierto, pero recordaba lo que le dijo Rafael Fernández Mejías, dueño del hotel en el que el investigador estaba alojado: «que habían sacado algunos cuerpos y tenían ropa...».
En 1957, Penón estaba en Nueva York, pero mantenía el contacto con Emilia. La fiel amiga le exponía en una carta del 12 de marzo de 1957 que «el terreno del olivo quiere venderlo “El Alegrías”, el dueño de la fonda donde tú fuiste en Alfacar», una manera de referirse a la zona en la que el poeta podía estar enterrado. El 7 de julio volvía a escribir sobre el tema: «Ya no nos interesa adquirir los terrenos del olivo. El que estaba allí ya no está. ¿Comprendes? Hace mucho tiempo se supone que está en Madrid con la familia. Eso me ha contado una persona enterada. ¿Qué impresión te hace esta noticia?»