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“Entre valles”: fábula rota de la Rumanía vaciada

Radu Muntean dirige un apabullante cuento con moraleja sobre los prejuicios y el choque cultural entre lo urbanita y lo bucólico
SYLDAVIA CINEMA
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Tres amigos se preparan para entregar su fin de semana al prójimo. Con tracción en las cuatro ruedas y varios kilos de víveres, se deciden a adentrarse en las montañas del noroeste de Rumanía, una de las zonas más pobres del país. Tras una discusión ciertamente evitable, su coche se queda atrapado en el barro, cuesta arriba y sin un alma en kilómetros a la redonda. La noche, el frío y la altura de la región de Întregalde se ciernen sobre ellos mientras la discusión, y los problemas, van a más. Desde esta «divertida» premisa parte Radu Muntean para contar su original «Entre valles», película rumana que pasó por el último Festival de Cannes (en la Quincena de los Realizadores) y que se estrena hoy en nuestros cines. «Hace unos años, un amigo militar me informó acerca de estas expediciones a la montaña. Se suele tratar de voluntarios que suben a repartir agua, alimentos y ropa a las poblaciones más alejadas de los núcleos urbanos. De hecho, cada año juegan una especie de papel de Papá Noel con la gente de las montañas por lo difícil que es acceder en invierno. Es una especie de reunión también, porque reina el buen ambiente y normalmente se trata de grupos enteros de amigos que quieren ser generosos. Esa mezcla era muy interesante para mí, porque me permitía explotar y abordar el concepto de la caridad, cuestionarlo, quizá. Cuando supe que quería hacer la película, montamos dos expediciones para conocer de primera mano el terreno y poder empezar a escribir el guion», explica Muntean a LA RAZÓN.
Sobre su película, un artefacto inteligentemente tramposo en el que el objetivo principal es jugar con las expectativas del espectador, Muntean puntualiza: «Cuando ruedo, intento huir todo lo posible de las etiquetas. Ni siquiera en la segmentación por partes. Intento pegarla a la vida, que no deja de ser una mezcla de muchas sensaciones. Hay drama, hay comedia, hay miedo. No es útil tomarse demasiado en serio a uno mismo como director y siempre hay que contar con cierta distancia. Se trataba de jugar con las expectativas del espectador a través de sus prejuicios. Los prejuicios de la gente de ciudad con la de campo y viceversa, y los del propio espectador que, al ver a tres personas perdidas y abandonadas a su suerte en un coche, puede pensar que es thriller o incluso terror», completa.
Juego de espejos
Aprovechando el juego de espejos del guion de «Entre valles», ese que en realidad intenta desnudarnos a través de cómo tratamos a los demás, Muntean pasa rápidamente del thriller más puro, más tenso, al retrato humano e, incluso y por momentos, al teatro del absurdo. Todo discurre a través de los lugareños que van acudiendo en peculiar socorro de los amigos perdidos en la montaña, y en especial del «mendigo» al que da vida Luca Sabin, actor no profesional: «Jamás habría alcanzado ese nivel de autenticidad con alguien que lleve tres décadas haciendo este trabajo. Es imposible. Y además, sabía que tenía que ser alguien que conociera la montaña, que fuera de la zona. Como su personaje, Sabin trabajó en un aserradero durante cuarenta años. Con los actores profesionales hicimos muchos ensayos en Bucarest, para solo incorporar a Luca (Sabin) una vez en el rodaje. Quería una dinámica natural. Le pusimos un pinganillo y yo le daba instrucciones de hacia dónde debía ir la escena, qué quería de su personaje. Soy un director un poco pesado, porque suelo hacer unas veinte tomas en las escenas largas, pero él entendió desde un principio qué quería de su personaje», confiesa Muntean.
«Fue muy complicado acceder con los equipos a la zona del rodaje. Sobre todo por lo impredecible del clima, que podía cambiar de un momento a otro y dejarnos enterrados en barro. Y luego está el tema de la continuidad, que era una pesadilla. Pero aun así creo que nos vino bien el reto. Acostumbrado a rodar en Bucarest, en estudios o pisos enormes, fue bonito salir de mi zona de confort como director”, explica Muntean desde la épica. Para cuando conseguimos salir del atolladero junto a unos ya maltrechos protagonistas y la nieve ilumina la mañana, la experiencia tiene su cúspide en una especie de reflexión y epílogo, humanista y cercano al hiperrealismo clásico, redondeando la apabullante brillantez del metraje: «No contábamos con la nieve, y de hecho complicó mucho el rodaje, pero nos regaló un final espectacular», se despide el director.