La pasión de Javier Marías: salir del cine, salir de la vida
El escritor, fallecido a los setenta años, tuvo una estrecha relación con el mundo del séptimo arte, primero como guionista y extra, y luego como autor a adaptar
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De una forma u otra, entreverado con la materia misma de sus novelas y relatos, siendo motivo de ensayos y artículos, e incluso en su entorno familiar más inmediato, el cine formó siempre parte íntima de la obra, la vida y la personalidad de Javier Marías. Su padre, el filósofo Julián Marías, fue tanto o más seguidor de David Lean, Chaplin y Keaton que de Ortega o Unamuno; su hermano, Miguel, es uno de los críticos de cine más veteranos de nuestro país. Y su tío, Jesús Franco, lo fue también —tío— de todos los que amamos el cine de género más loco y degenerado: el Tío Jess, para quien el escritor gustaba contar cómo había trabajado ocasionalmente, llegando a hacer de extra en alguno de sus Fu-Manchú, junto a su primo, el también interesante cineasta Ricardo Franco. Es decir: Javier Marías pertenecía a una generación profundamente marcada por la impronta del cine como arte e industria, en toda su variedad, pero especialmente por el cine clásico de Hollywood.
Esto es así hasta el punto de que el propio lenguaje cinematográfico se integra a menudo en su narrativa, unas veces de forma sutil, a través de su construcción y recursos estilísticos, otras, a través de la cita directa: Mañana en la batalla piensa en mí, con sus referencias a Recuerdo de una noche de Leisen o Campanadas a medianoche (ese Welles asistido en el rodaje por, precisamente, Jesús Franco); Todas las almas, que el autor mismo explicaba influida por El río de Renoir y Vértigo de Hitchcock; o Berta Isla, cuya protagonista, Berta, como tantos otros de sus personajes, es una fanática del séptimo arte, cuyo discurso está trufado de referencias y guiños a películas, actores y directores. Por citar algunos ejemplos. Exegetas de su obra hay que no dudan en referirse a sus novelas como “películas contadas”.
Nada muestra más y mejor la pasión de Marías por el cine que las muchas páginas que le dedicó en ensayos publicados tanto en prensa como en revistas especializadas, como Nosferatu o Nickel Odeon, recopilados en el imprescindible libro Donde todo ha sucedido: al salir del cine. Aunque nunca se consideró crítico como su hermano, no le faltaba madera para ello. Lástima que uno de los novelistas más originales e internacionales que ha dado nuestro país en la segunda mitad del siglo XX, pese a su cinefilia y prosa impregnada de cine, apenas conociera adaptaciones de su obra: dos colaboraciones con Ricardo Franco, de las cuales solo el corto Gospel (1969) se basaba en texto suyo —en la otra, El desastre de Annual (1970), ejerció como guionista—, y, mucho después, El último viaje de Robert Rylands (1996), adaptación de Todas las almas. Finalmente, una curiosidad:
la japonesa Onna ga nemurutoki (2016), del veterano director chino-estadounidense Wayne Wang, según el relato “Mientras ellas duermen”. Tiene uno la sensación de que, al salir de escena Javier Marías, no se va sólo un novelista, sino también otro pedazo de una forma de ver y entender el cine en vías de extinción.