Buscar Iniciar sesión

“Cuerpo abierto”: retablo romántico de la frontera según Ángeles Huerta

La directora de “Esquece Monelos” regresa con una historia escrita entre la ciencia y la fe, lo masculino y lo femenino, lo vivo y lo muerto, de la mano de un Tamar Novas espectacular
FILMAX

Creada:

Última actualización:

Hace algo más de un lustro, Ángeles Huerta hacía acto de presencia en el cine español con “Esquece Monelos”, un documental con alma narrativa que engrandecía aquello de la no ficción. Su película, si bien explícitamente terrenal y un ejercicio contra la alienación, estaba transitada por el río del título como si se tratara del análisis de algo paranormal. La pulsión, fantasmagórica, dejaba intuir una cineasta madura y madurada, una mirada tras la cámara que parecía obsesionada con aquello que no es tan fácil observar a simple vista. Qué hay, en realidad, allí donde hay algo. Y esa misma pulsión es la que recorre “Cuerpo abierto”, su nueva película y un vehículo de lucimiento para Tamar Novas, aquí en adaptación de un relato de Xosé Luis Méndez Ferrín, escrito a principios de los noventa.
En explotación romántica del tópico del isekai, y en glorioso diseño de producción, la directora nacida en Asturias se marcha hasta la Galicia profunda para contar el choque entre ciencia y fe desde la perspectiva de un profesor recién llegado al pueblo. En gallego, en portugués y en lo que queda en medio, Huerta dibuja una película precisa, preciosa y preciosista sobre las fronteras. Las del conocimiento, las de las creencias y hasta las de las identidades mismas, de patria, de tierra, de género, incluso. Tras un complicado proceso de financiación y el flagrante olvido de la Academia al desempeño de Novas, Huerta atiende a LA RAZÓN sobre una de esas películas que, en su aparente sencillez, esconden un mecanismo de sorpresas, regalos estéticos y sonoros que bien merecen estar entre lo mejor del cine español del año.
-¿Cómo estás? ¿Nerviosa por estrenar en cines en un momento así para las salas?
-Muchísimo. Siempre, por llevar la película a cines. Es el culmen a cinco años de trabajo y un año y medio aproximadamente desde el rodaje hasta el estreno. Es un proceso, físicamente, muy exigente. También porque sé que es una apuesta arriesgada. Es una película romántica, en gallego, de época… Gótica, incluso. Sé que ahora mismo no es lo que se lleva, pero las películas no se hacen por responder a ningún tipo de moda ni nicho de mercado. Haces películas porque determinados temas acaban entrando en ti, como si fueras un cuerpo abierto. Tampoco hay otra opción y pasará lo que tenga que pasar. Somos una película muy pequeñita y confío mucho en el boca a oreja. Es una película que te trata como a un adulto y la gente siempre agradece eso y la diversidad en la oferta. Ojalá eso nos ayude.
-Hablabas de esa necesidad de contar historias, de la pulsión artística, pero quería preguntarte por el germen de la película. ¿Dónde nace “Cuerpo abierto”? ¿Ha sido muy difícil levantarla?
-La gente, muchas veces, no tiene ni idea de cómo funciona. Levantar una película independiente en España es un milagro. Y mucho me temo que, con el cambio de la Ley del Cine, más difícil va a ser. Respecto al impulso artístico, lo más importante es el relato de Xosé Luis Méndez Ferrín, que tiene todos los elementos del relato de género clásico y gótico. La idea de hacer una película arrebatada, más allá de la muerte y sobre las fronteras, las físicas y las que hay entre los vivos y los muertos, me sedujo muchísimo. Ahí vi mucho potencial estético, también. Yo quiero hacer películas bonitas de ver. No quiere decir eso que vayamos a hacer algo relamido, pero el género te lo pide. Y hay ahí muchos temas, incluso contemporáneos, como el cuestionamiento del género y la identidad, hasta qué punto es performativa esa diferencia entre lo masculino y lo femenino. Todos vivimos en un mundo muy secularizado en el que buscamos referentes, y esa es la historia del protagonista, instalándose en un mundo nada empírico. A él le pilla lejos esa conexión con lo espiritual.
Sobre levantar la película… Hoy en día es imposible sin co-producir. Y no hablo tanto de irse fuera, a otros países, sino dentro de España. Esta es una película con una pata gallega y otra catalana, porque solo con la primera no llegábamos. Este fue el único proyecto español que entró en Euroimages, y para eso hay que pelear mucho, demostrar que el proyecto tiene potencial de internacionalización. Si no te crees tu propia película, no vas a ningún sitio. Tienes que estar habitada por una especie de furor.
El espíritu de la frontera
★★★☆☆
Por Carmen L. Lobo
Las fronteras poseen algo levemente inquietante, levemente sobrenatural y oscuro, como si las leyes de los hombres (e, incluso, de Dios) no valieran nada en esa tierra de paso. Ya lo narró mejor que nadie entonces y siempre Orson Welles en la extraordinaria «Sed de mal» (1958), cine negrísimo ambientado en la línea invisible que separa México de EE UU. La historia de la debutante en el largometraje de ficción Ángeles Huerta también trascurre en otra frontera, la que separa Portugal de Galicia, y, aun cuando no guarde ningún parecido con aquélla, se intuye igualmente violenta y perturbadora. En 1909, Miguel, joven profesor, es destinado a una aldea de montaña inhóspita habitada por hombres y mujeres parcos en palabras que mantienen vivas inquietantes tradiciones ancestrales. Los alumnos hablan de muertos que regresan, de tipos con los que nos puede ni el mismo Diablo, y aunque Miguel, un hombre de ciencia, intente que esas supersticiones no influyan en los niños, todo cambia cuando conoce a la enigmática Dorinda y aparece un cadáver cuyo espíritu busca otro cuerpo para proseguir una historia de amor prohibida. Terror en estado puro y clásico, drama rural y casi western de venganzas, de forasteros sospechosos, de ahorcados sin alma al amanecer, aunque el tramo final sea un tanto atropellado, la obra consigue, sí, sobrecogernos. Porque las bestias no siempre duermen en un establo.
Lo mejor: Fusiona muy bien el cine de terror con un drama rural lleno de violencia, sexo y demencia
Lo peor: El tramo final resulta precipitado para una cinta de ritmo tan equilibrado como esta
-Quería preguntarte por el diseño de producción, que es apabullante, arrollador. Más allá de la ropa, de la ambientación, hay un “look” muy intencional en toda “Cuerpo abierto”. ¿Cómo lo encuentras? ¿Dónde están tus referentes?
-Conté con muchísimos ayudantes para sacar eso adelante. Por supuesto, sobresale la dirección de fotografía de Gina Ferrer, que entendió perfectamente lo que quería contar y cómo quería hacerlo. Buscando esas referencias románticas, anteriores al 1909 en el que está ambientada la película. Para emparejarlo con lo victoriano, que era lo que tenía Méndez Ferrín en la cabeza cuando escribió el relato. Hicimos cosas como, por ejemplo, en el momento en el que la película estalla tras el carnaval, coger las pinturas negras de Goya, en concreto “Peregrinación a la fuente de San Isidro” y la intentamos replicar en etalonaje, fotograma a fotograma, campo a campo. Buscando los cuerpos a través de la luz.
Junto a eso, que es más evidente, como el vestuario o el diseño de arte, hay un elemento importantísimo que me gustaría reivindicar. Y es el sonido. La inmersión que hay respecto a nuestro presupuesto es muy poco habitual. Cualquier película de género se tiene que poder ver con los ojos cerrados. Y aquí, hablando de lo intangible, era mucho más importante. Hablando de un siglo así, tan natural, con presencias tan etéreas, teníamos que tener especial cuidado. Y si a eso le sumas la excelente banda sonora de Mercedes Peón, estás hablando de un lujo.
-La película coincide en el tiempo con “El prodigio” (“The Wonder”), de Sebastián Lelio. Y ambas, desde el cine de época y desde el choque entre ciencia y fe, hablan de temas contemporáneos. Allí el machismo sistemático, aquí la fricción entre fronteras o la identidad de género. ¿Crees que es algo importante en el “zeitgeist”, una vez “la verdad dejó de existir”?
-Me muero de ganas de ver la película de Lelio, porque hay mucha gente que me ha mencionado ese paralelismo. Al hablar del conflicto entre fe y razón, lo primero que me sale pensar es “Ordet”, de Carl Theodor Dreyer. Ahí hay algo muy divertido, también, que es que lo primero en lo que piensa esa señora al resucitar es en comerle la boca a su marido, el agnóstico, el que tiene un vacío de fe. Le muerde, físicamente, la boca. Estamos hablando de cómo el enfrentamiento entre fe y razón siempre es supeditado al deseo, que siempre prevalece.
Volviendo a la pregunta, creo que el mérito pasa por Méndez Ferrín, que escribió este relato a principios de los noventa y ya supo adelantar todas esas cosas. Ajeno a las polémicas modernas, pero vanguardista en potencia, sobre conflictos que aún estaban por llegar. Si de lo que hablamos es de política, yo creo que esta película habla de lo ilusorio de los límites que dibujan y constriñen nuestras identidades. Más que quedarme en lo desgarrado, me quedaría con lo luminoso (…). La cultura tiene una responsabilidad de encarnar los mejores valores que tenemos. En mi película se hablan varias lenguas, con una intención comunicativa, no con la de tirarle nada a nadie a la cabeza. Somos mejores de lo que parece por las imágenes de nuestro Parlamento.
-¿Qué le pediste a Tamar Novas? Casi toda la película recae sobre él, en términos interpretativos.
-Es un tío tan bueno… Y lo que hace es dificilísimo. El arco de este personaje es muy complicado de abordar. No sé si me va a volver a pasar algo parecido, pero esta película se escribió pensando en Tamar Novas desde la primera línea. Tuvimos la suerte de que se subió casi en el segundo borrador, y además participando activamente en las ideas. Es algo que tiene que ocurrir, porque es él quien va a defender esas frases.
-¿Y ahora qué? ¿Qué viene ahora?
-El parto (ríe). La película, yo creo, se acaba solo cuando llega a las salas. Tuve alivio, al ver la buena acogida que tuvo en festivales, así que espero que pueda funcionar. Y luego, supongo, intentaré descansar un poco.