Nueva York

Alechinsky, el arte de mirar al suelo

El pintor, ayer en el Círculo, con la Medalla de Oro
El pintor, ayer en el Círculo, con la Medalla de Orolarazon

Madrid homenajea al maestro belga del informalismo y expone sus dibujos.

En los mismos días en que Cortázar buscaba a La Maga asomándose a la rue de Seine, Pierre Alechinsky indagaba entre el asfalto de París esa belleza casual que surge de las calles a poco que se agudice la mirada. Era cuestión de tiempo que se toparan uno con el otro. Entonces Cortázar le escribió estas palabras en profesión de admiración y amistad: «Él no sabe que nos gusta errar por sus pinturas, que desde hace mucho nos aventuramos en sus dibujos y cada laberinto con atención sigilosa, con un interminable palpar de antenas».

Fueron los parisinos quienes inventaron la «flânnerie» porque sólo en la ciudad más burguesa de Europa tenía sentido, por contraste, un oficio de desocupados y soñadores. Al «flânneur» no lo mueve interés alguno, ni siquiera el ocio cuantificable del simple paseador dominical. El «flânneur» es un artista de lo futil, un «botánico del asfalto» (que diría Walter Benjamin). Cortázar lo era, sin ir más lejos. Y Alechinsky, a sus 87 años, aún lo es. Buena prueba de ello es la obra reunida en la exposición «Sobre papel» que inauguró ayer en Madrid el Círculo de Bellas Artes con la presencia del propio artista belga, que recibió asimismo la Medalla de Oro de la institución de manos de su presidente, Juan Miguel Hernández de León.

Sobre una alcantarilla

La retrospectiva aglutina casi cinco décadas de trabajo (desde 1965 a la actualidad) en tinta china, acuarela y grabados sobre motivos urbanos: papel de periódico, mapas, cartografías, estampaciones de alcantarillado. Todo es reaprovechable en esta «flânnerie» de un octogenario en París, en Bélgica o en Central Park. «En Nueva York nadie se extraña si ve a otro a las cinco de la mañana tendido en el suelo sobre la tapa de una alcantarilla», señala. También Octavio Paz, al igual que Cortázar, encontró inspiración propia en la obra de Alechinsky, en su recreación de Central Park. «Cae el día, la noche se enciende,/ Alechinsky traza un rectángulo imantado,/ trampa de líneas, corral de tinta», escribió el poeta mexicano, el amigo de los pintores, el amigo de Tamara de Lempicka. «Un taxi amarillo te lleva al país de las llamas a través del Central Park en la noche».

Alechinsky sigue fiel a las manos y los colores, al aliento puramente lúdico del arte y al consejo que le dio Jean Dubuffet: «Él me advirtió de que mirando al suelo se podían ver cosas muy interesantes; las calles están llenas de imágenes muy ricas». Entre finales de los 40 y principios de los 50 militó en el Grupo CoBrA junto a Asger Jorn y Karl Appel, entre otros. Fascinado por el surrealismo, el primitivismo, la artesanía y el trazo intuitivo del niño y el enajenado, descree de la preponderancia de la tecnología en el futuro del arte. «Estamos saturados de tecnología; volveremos al arte con lápiz y colores, a ver qué queda en nuestras manos y nuestra cabeza», asegura.

Se confiesa solitario y silencioso («un pintor es una persona que vive recluida entre cuatro paredes», afirma) y el «examen» de la Prensa le genera un poco de aprensión. Si ha aceptado venir al Círculo de Bellas Artes es por el peso de su Medalla de Oro, «que no es una medalla cualquiera de un concurso agrícola», pero no quiere dar muchos detalles sobre su relación con Cortázar: «Mi mujer luego me dirá que por qué dije esto o aquello». Cuando se le pregunta por su relación con el arte español, vuelve a hacerse el tornadizo. Antonio Saura es uno de sus amigos y afines en estética. Con Miró y Tàpies compartió los dos troncos más notables de su estilo: el surrealismo y el primitivismo. Con todo, Alechinsky siempre ha rehuido las etiquetas, en sintonía en cambio «con esa modernidad precisa que se busca a sí misma en los orígenes y que intenta alejarse de la vertiente más institucional del arte», según apunta Juan Miguel Hernández de León. El pintor belga lo resume de un modo lacónico, lapidario y hasta flaubertiano: «Mi pincel soy yo».