Europa

Nueva York

Guerrero, el amigo americano

Llegó a Nueva York en 1950 y al poco conquistó la ciudad. Una exposición en la Casa de las Alhajas desvela el trabajo de aquellos años

Un paradigma. En su regreso a España en los 60 Guerrero fue bien recibido, aunque en los 80 fue objeto de cierta incomprensión por una parte de la crítica que no entendió el apoyo de determinados artistas
Un paradigma. En su regreso a España en los 60 Guerrero fue bien recibido, aunque en los 80 fue objeto de cierta incomprensión por una parte de la crítica que no entendió el apoyo de determinados artistaslarazon

Llegó a Nueva York en 1950 y al poco conquistó la ciudad. Una exposición en la Casa de las Alhajas desvela el trabajo de aquellos años

Nació en Granada, pero cuando puso el pie en la ciudad de los rascacielos en los lejanos años cincuenta, el mundo del arte le adoptó como uno más. Quien fuera, quizá, el más americano de los pintores españoles, el más español de los pintores americanos, tanto da, compartió fiestas y más de una noche de borrachera con Franz Kline o Robert Motherwell y debatió encendidamente en las tertulias en las que la pintura se mascaba. Él, que llegaba curtido por el arte que se hacía en Europa, entusiasmado por un Matisse que le había calado hondo, sufrió un verdadero mazazo cuando vio frente a sí lo que se cocía en aquellos años en Estados Unidos. A su esposa Roxanne se lo comentó, que no sería capaz de sobreponerse a la impresión de la pintura de Pollock y compañía. Los años vividos en otro continente, su trabajo, sus influencias, su regreso a España, el color negro y la paleta más brillante también, son lo que se puede ver en la Casa de las Alhajas de la Fundación Montemadrid, una exposición que con el nombre de «The Presence of Black (1950-1966)», reúne más de un centenar de obras, algunas de ellas nunca vistas en España.

Cobra un especial significado esta monográfica porque se celebra en el mismo espacio donde se pudo ver en 1980 la que fue su gran antológica en España. Para Yolanda Romero, directora del Centro Guerrero de Granada y comisaria de la exhibición, nos vamos a encontrar con un artista «más complejo, diferente. Este periodo no se había estudiado en profundidad y ahora se va a descubrir una faceta importante suya, los artistas a los que influyó. Él sorprendió cuando aterrizó en Estados Unidos, fue capaz de dar su acento al lenguaje que se hablaba en aquellos años, que era el del expresionismo abstracto y ponerle sus colores brillantes, casi agresivos, que le llevaron a ser expuesto en los museos más importantes de Nueva York, que en aquellos años, no lo olvidemos, era la capital del arte. Se integró en el hacer artístico norteamericano de forma muy seria», explica Romero, quien desde la dirección del Centro Guerrero ha dado un impulso vital al conocimiento de la obra del artista. Los años que repasa esta exposición representan la depuración formal del lenguaje figurativo del artista (en obras como «La aparición», de 1946 o en su «Aurorretrato» de 1950 y la obra «Lavanderas», del mismo año) hasta devenir en el expresionismo abstracto y ser considerada su pintura como una de las más representativas del movimiento. En Nueva York, su galería era la de Betty Parsons, una de las punteras de la época, y el entonces director del Museo Solomon R. Guggenheim, James Johnson Sweeney, lo apoyaba sin ambages y formaba parte de las colecciones de pintura más importantes del país. No perdió, sin embargo, sus raíces ni se olvidó de España. En 1965 regresó a España, donde pasó tres años, entre Madrid (donde tenía su estudio en la calle Serrano), Frigiliana, en Málaga, y Cuenca, cerca del núcleo artístico del Museo de Arte Abstracto. Después volvió a América y tras varias sesiones de psicoanálisis en Estados Unidos recuperó, cuenta la comisaria, su interés por lo popular y lo español, sus raíces, que plasma en obras de los sesenta con nombres tan genuinos como «Albaicín», «La Chía» y «Sacromonte». Y recupera también la presencia de Lorca en una obra capital como «La brecha de Víznar» (1966).

El alumno aventajado de Rothko

En Nueva York se movió sin problemas. Mantuvo una excelente relación con Kline y Motherwell, «encajó muy bien y se relacionó con gente como Sert o Guillén. Con Rothko (en la imagen), su relación fue más de maestro a alumno», explica Yolanda Romero, quien destaca que fue un artista que consiguió situarse en lo más alto. Tan cercano y tan distinto a un tiempo a Esteban Vicente, otro español que abrazó el expresionismo abstracto en la misma época, de pincelada más poética, menos enérgica que la de Guerrero, igual de grandes ambos.

- Dónde: Casa de las Alhajas (Plaza de San Martín, 1). Madrid

- Cuándo: hasta el 26 de abril.

- Cuánto: 2 euros.