cultura
La feliz rareza de la Torre de Don Borja
En el centro de Santillana del Mar se ubica un edificio cultural que huye del ruido y de las masificaciones, "un oasis", defiende su director, Marcos Díez
En la Plaza Mayor de Santillana del Mar hay un tipo que va de aquí para allá con unos y otros. Eso sí, nunca le veréis con grupos grandes. Advierte, "máximo diez personas". No más. Sube y baja las escaleras de la Torre de Don Borja tantas veces como sea necesario para contar la historia del lugar a las visitas. Le da igual que sea de día o de noche. "Tenemos un recorrido para hacer con linternas".
Ese mismo hombre huye del ruido y de las masificaciones constantemente. Es mentarle el árbol de Navidad que en estas fechas preside la plaza y se pone "malo". Incluso da de lado a la tecnología. "Eso me lo está enseñando mi hija [de siete años], que me dice 'papá, deja el móvil'". Él, muy obediente, lo aparta y continúa con su vida familiar, ya sin impedimentos. "Es que tiene razón la niña", asume. "Lo mejor de este trabajo es el tiempo que tengo para estar con los míos".
Suena a otra época o a otro lugar, pero no. Es España y es 2024. Y ahí radica el gran valor de este ángel custodio de la Torre de Don Borja: romper con el ritmo de los tiempos, el frenesí, e ir a una con la propia filosofía del centro cultural que dirige. Ha logrado hacer de la institución un "rara avis" del siglo XXI. Él es Marcos Díez y lidera artísticamente el proyecto de la Torre, aunque muy pocos dirían que es un director al uso. Es más bien un poeta con "alma de conserje", ríe: "Mi papel es darle forma y relato al proyecto".
Muestra hechuras de rapsoda en sus maneras y en sus palabras. Define la empresa como "una feliz rareza" y todo lo hace "con calma" e, insiste, "siempre con humor". Disfruta del paseo que ha hecho centenares de veces y que esta vez repite para LA RAZÓN. Se frena ante un magnolio y vuelve a sorprenderse: "La naturaleza siempre humilla la creación del hombre".
De pronto, se asoman al otro lado de la puerta de cristal. Bajo el arco apuntado, una pareja pregunta si se puede pasar. "Lo siento, por hoy, estamos completos [somos cuatro]. ¿Les parece mañana a las 11:30?", invita Díez antes del "sí" de sus próximos visitantes.
Con el trato cerrado para el día siguiente, el director del centro se da la vuelta y asume que todo "parece un poco loco", pero es su firma. Como aprendió de un maestro, de José Hierro: "Tarde se aprende lo sencillo". Y se excusa sabiendo que tiene entre manos un edificio privado de "función pública": "Se trata de hacer las cosas bien y cuidar a la gente".
Este hijo de mecánico nunca se ha sentido tan "cómodo" como "en este puesto", asegura de un proyecto que se aleja de lo habitual. Aquí no hay un afán por llegar a más y más personas, sino de hacerlo a tantas como quieran y "de la mejor manera posible". "Que la gente que nos quiera conocer realice una visita cercana, personal y significativa, queremos cuidar cada recorrido". Casi a la carta. "No somos un proyecto cultural que venda entradas, somos anfitriones e invitamos a nuestra casa", resume el cicerone de una torre catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC) que cuenta con unos fondos "muy significativos", señala, de arte contemporáneo y libros, además de una programación de encuentros con creadores a lo largo de todo el año. "La próxima, ya en 2025 –señala–, con Manuel Vilas". Todo ello, dentro de un "edificio raro en el que se mezclan muchas cosas" y que ha pasado por muchas manos: del Conde Güell (mecenas de Dalí) a un "personaje fascinante" como la princesa de Baviera e infanta española María de las Mercedes de Baviera y Borbón; y en la actualidad, pertenece a las familias de Jesús Polanco y Pancho Pérez González.
El poeta y director de la casa se toma su trabajo casi como un juego. "¿Don Borja? ¡Yo soy Don Borja!", les cuenta a algunos. "Y luego se despiden de mí con un 'adiós, Borja'". Primero, se divierte imaginando qué puede hacer con semejante palacete y, luego, lo lleva a cabo. ¿San Valentín? "Un horror", afirma tajante. Sin embargo, aprovecha la cita para apartarse de pasteladas y propone un encuentro, pequeño, por supuesto, en el que leer "poemas no románticos de amor". ¿Navidad? Tres cuartos de lo mismo. Busca y encuentra la manera de hacer sin caer en el tópico. "Soy un poco Grinch", afirma un Díez que ha preparado una batería de "textos provocativos [de diferentes autores] que dan caña a la Navidad".
Porque la Torre de Don Borja es un proyecto "singular" –definen–, con una personalidad muy definida, en el que se entremezclan la cultura de hoy, la historia y la arquitectura. El edificio, cuyos orígenes se remontan al Medievo, es uno de los más destacados del casco histórico de Santillana del Mar. "Un oasis en medio de las conglomeraciones y las urgencias propias del verano", defienden.
Díez añade que "se da la paradoja de que Santillana puede estar en verano llena de turistas, pero, una vez que se entra al edificio, el barullo desaparece. Es como estar en un paréntesis, porque la Torre es siempre un espacio muy tranquilo y silencioso, que se recorre sin prisas y en compañía de pocos. Cada año visitan el edificio mil de personas, pero cada una de las que nos visita está charlando con nosotros durante una hora mientras conocemos las exposiciones, las bibliotecas, el jardín o los salones históricos".
Hoy, tres de sus salas las ocupan los 'Artefactos' de la exposición temporal. Aunque antes, al entrar, un Canogar, 'Amalgama El Prado' (2019), recibe al visitante con todas las obras de la pinacoteca madrileña condensadas en una sola pantalla. Es una metáfora de la actualidad: por el vídeo pasan decenas de cuadros de El Prado, sin embargo, no se aprecia prácticamente ninguna. Enfrente, la 'Radiografía' de Mickey Mouse (1998) firmada por Carlos Pazos.
Son estas dos piezas de la colección permanente de la Torre con las que se encuentra el visitante como previa al recorrido de 'Artefactos'. Allí, en ese sube y baja de escalones, se pueden encontrar trabajos incorporados a la Colección Rucandio en los últimos años de artistas como Okuda, Teresa Solar, Julio Galindo, Plensa, Vicky Civera...
Una muestra en la que su comisaria, María Luisa Martín de Argila, considera que "la escultura es el ámbito en el que las aportaciones artísticas han sido más complejas y novedosas y, por ello, permiten comprender los cambios tan profundos que se han producido en el arte contemporáneo". Así, la intenta ser un reflejo de todos esos cambios y plantea un recorrido en el que el visitante paseará dejándose seducir en el camino por artefactos muy diversos en los que están presentes la abstracción, la figuración, el cuerpo, la ironía, la forma y la construcción.
Sin duda son piezas de primer nivel, pero Marcos Díez sabe que el público no siempre entiende el arte contemporáneo. Ni siquiera sus autores saben expresar bien lo que han creado y el poeta se pone en su piel: "El problema del artista es que le pedimos que traduzca a un lenguaje verbal algo que surge de un lenguaje no verbal, son intuiciones. Y eso genera desafección con el mundo del arte", sostiene.