Arte, Cultura y Espectáculos

Manuel Millares, sinfonía de un hombre solo

«¿Soy una hormiga, un hombre, una oruga?». Cuarenta y siete notas como ráfagas que vuelven a ver la luz en un libro inencontrable desde 1973 y reeditado ahora en edición bilingüe. Como la edad, qué paradoja, a la que falleció Manuel Millares en Madrid

El hombre del saco. Esta técnica mixta de 1957 es una de las doce obras que se pueden ver hasta mediados de enero en Madrid
El hombre del saco. Esta técnica mixta de 1957 es una de las doce obras que se pueden ver hasta mediados de enero en Madridlarazon

Una docena de arpilleras, expuestas en la madrileña galería Guillermo de Osma, y la reedición de «Memoria de una excavación urbana», único libro de su puño y letra, devuelven a este artista extremo, intenso y denso a la primera línea

Doce arpilleras, una docena de maneras de entender el arte de Manuel Millares, nacido en Las Palmas de Gran Canaria, muerto en Madrid sin haber cumplido los cincuenta. La galería Guillermo de Osma se antoja (hasta el 15 de enero, fecha en que estará abierta la exposición) un lugar donde el tiempo se quiere detener mientras los sables láser revientan las taquillas de medio planeta y el lado oscuro se ilumina. No es fácil, dice Alfonso de la Torre, encontrar piezas de Millares; por eso, reunir este conjunto merece una visita. Obligada, diríamos, más propia de un museo porque excede lo que es un proyecto galerístico. «Es un artista de hoy. Le sucede como a Pablo Palazuelo, que pasa el tiempo y siguen siendo un motor de fuerza, son modelos a mirar. Su producción es de una altísima intensidad y densidad que llama a las emociones», asegura De la Torre, autor del «Catálogo de Pinturas de Manolo Millares» en 2004 (que se presentó coincidiendo con la gran muestra que le dedicó el Museo Reina Sofía) y uno de los artífices de esta exposición, que se convierte en casi «una experiencia mística, como diría Rothko, porque nada hay semejante al hecho de poder contemplar un cuadro. El silencio te aparta de tu vida diaria y mientras disfrutas de ese momento el resto pasa a ocupar un segundo plano». Martin Chirino, su amigo de niño, el chaval con el que creció en la playa de las Canteras cuando los dos eran adolescentes y quedaban para hablar y nadar, le recuerda con cariño y aun hoy se echa en falta: «Tenía mucho que decir y que hacer y, de vivir, habría llegado muy alto. La pena es que se haya ido tan joven. Su cultura era enorme: le interesaba todo, la pintura, la escultura, la arquitectura. Le apasionaba la música. Era completísimo. El arte se convirtió en nuestra religión», y echa la vista atrás para recordar su educación cosmopolita, la de ambos: «Hablábamos inglés perfectamente y el vivir en una isla nos permitía no participar de ese ambiente bastante más cerrado que era la España por esos años de nuestra juventud. En aquella época en Gran Canaria no habría más de 40.000 habitantes y el acceso que teníamos a los libros, por ejemplo, era más fácil. Ése fue el caldo de cultivo en el que crecimos Manolo y yo. Digamos que ya éramos por entonces vanguardistas», y deja escapar una risa controlada.

Y esa actualidad, vigencia absoluta de su obra, dice De la Torre que se observa en los años en que Millares crea sus primeras obras, «momento en que la destruccción está al alcance de la humanidad y que con el paso de los años se han convertido en preocupaciones imperecederas. Su mensaje está vivísimo». Es esa condición humana de la que habla Moreno Galván en «Millares hoy». «Es un artista central de su tiempo, por sus formas, su escritura, un centro que irradia energía: ni El Paso ni el informalismo se entenderían hoy sin su presencia», puntualiza.

Su obra surge en un páramos artístico que él y otros compañeros de pinceles convierten en vergel. Millares destaca en España, pero su proyección internacional se agiganta fuera de al piel de toro: llegan las exposiciones de principios de los sesenta en París, las individuales con Pierre Matisse, su presencia en Bienales tan fundamentales como la de Sao Paulo, en el MoMa y el Guggenheim. Sus telas y sus arpilleras dan mucho que hablar. Ésas que, precisamente ahora, mueven al contemplador al recogimiento: rotas, cosidas y recosidas una y otra vez, hechas jirones, en negro, con pequeños toques de color, con letras impresas. Arpilleras como gritos, desgarradas. ¿Cómo hubiera sido hoy su obra? Alfonso de la Torre no quiere imaginar: «La brevedad de la vida de un artista como Millares se integra en su corpus artístico. No somos capaces de imaginar, por ejemplo, a James Dean, mayor, con pelo cano y una garrota. Tampoco a Pollock».

- Poe y Lovecraft

Cuarenta y siete apuntes, cuarenta y siete trallazos, como fogonazos, «cosas raras de contar». Un número que coincide con su edad. El artista fallece en 1971 y no llega a ver publicado el libro que ahora reedita como un acontecimiento Guillermo de Osma, «Memoria de una excavación urbana», una rareza que vio la luz gracias a Gustavo Gili, gran amigo del canario. Habla Alfonso de la Torre: «El último habla del final: ‘‘En realidad todo el mundo lo sabe, mi cuerpo se encuentra a gusto allí...’’. Su estilo recuerda al de ciertos escritores del desánimo, como Poe, Lovecraft. Está presente su admiración por Van Gogh, también. Es Millares en estado puro, contradictorio, el hombre de exceso y barroquismo que parece que también quisiera regresar al silencio, con un punto goyesco. Lo que escribe y describe es su mundo, sin esperanza, colérico, que tiene ecos de ‘‘El viaje al fin de la noche’’ de Céline. Es el Millares de la atracción del horror muy emparentado con la ‘‘Memoria del subsuelo’’, de Dostoievsky, cuyos apuntes, los de ambos autores, se podrían cruzar para ver el asombroso parecido que guardan», explica.

La violencia en la tela en esa arpillera de 1957. El fondo negro, los chorretones de pintura, la gota roja. Y Millares. Los «Homúnculos», tan desasosegantes, de mediados de los sesenta. «Pez abisal», tan profundamente humano y que firma en 1968. Y «Memoria de una excavación», en tela y de palabra, que recibe al visitante, punto de partida, principio y fin. Su viuda, Elvireta Escobio, que asistió días atrás junto con su hija Coro a la inauguración, decía de Millares que «era el hombre que había conocido que más en serio se tomaba la vida». El año que viene verán la luz el catálogo razonado de su obra gráfica y el libro «Manolo Millares: la atracción del horror».

47 veces Manuel millares

«Nada iba con sentido. Sólo había un camino, pero intransitable, a tal cúmulo de hierro, la boca estrecha de cuatro baldosas levantadas, gritando piso a piso, del cuarto al tercero...»

«¿Para qué dormir?, ¿para qué navegar?, ¿para qué vivir? Siento mi peso tierra abajo y tan fácil. Será, pues, la costumbre; volar por grutas sin salida, ser Altamira y Lascaux a un mismo tiempo, despegar bisontes y caballos de recónditos parajes, hacer pegasos y centauros...»

«Soy una pieza arqueológica clavada sobre un muro, una hidria de cristal, donde se ponen todos mis afanes y las enlutadas noches. A eso he llegado de no ser más que sacho y pico y espuerta y hombre-inventario de fósiles cuaternarios, vasija de todo museo, rota vasija, hidria herida...»

«¿Ésta es mi vida? ¿Desde cuándo? ¡Que me digan desde cuándo! Manos cavadoras, vacías como llenas son el arpegio obsceno de momias ultrajadas, momias sacadas al sol del año treinta y seis, carcomidos cuaros de cartón piedra que fueran cuando Alfonso el Sabio...»

«En realidad –todo el mundo lo sabe– mi cuerpo se encuentra a gusto allí, a miles de metros bajo tierra y pienso que es el sitio del que no debiera salir jamás».

Éste es el último de sus apuntes, el que hace el número 47, la edad a la que Millares falleció un 14 de agosto en Madrid.

Un artista que cotiza al alza

Reconoce Alfonso de la Torre que las obras de Millares, después de las de los grandes españoles presentes en el circuito de subastas, son de las más cotizadas. De las doce que se exponen ahora en Guillermo de Osma no todas están a la venta, pues algunas proceden de colecciones particulares y otras son del legado de su familia. Pero baste un ejemplo reciente: en París se acaba de rematar una obra suya de pequeño formato, de 50 x 70 centímetros, en 200.000 euros. Su vida fue muy corta, pero calcula De la Torre que debió de producir un cuadro al mes. Tampoco era sencilla la técnica que utilizaba, sino laboriosa, «pues montaba las arpilleras sobre bastidores, las rompe, y cose y recose una y otra vez». Junto a estas líneas tres de las que ahora se pueden ver en la galería de Claudio Coello, 4.