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Bandoleros, unos héroes populares

En nuestro país tienen una enorme raigambre. Son los bandoleros. Se escondían en pasos montañosos para robar a quienes se atrevían a cruzarlos. Su leyenda ocupa cuentos y coplillas
«Asalto de ladrones», de Goya, donde retrataba a estos personajes populares
«Asalto de ladrones», de Goya, donde retrataba a estos personajes popularesColección Juan Abelló

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“Soy jefe de bandoleros, / y al frente de mi partida / nada mi pecho intimida, / nada me puede arredrar. / Que es gente toda bizarra / y práctica en la carrera; / el peñón de la Gomera / puede si no declarar./ Y el que quiera hacer ensayo.../ ¡a caballo! / trabucazo y a cargar.” El bandolero, al que cantan estos populares versos, es una de las figuras arquetípicas de más honda raigambre en el imaginario popular de nuestro país. Ciertamente los hubo en otras partes de Europa, notablemente en regiones de tránsito más montañosas y aisladas, allí donde tradicionalmente no llegaba el control militar. En nuestro país, históricamente se sitúan sobre todo en los pasos desde Castilla a Andalucía, en la Sierra Morena, y con las regiones del norte y del este, notablemente en los pasos desde Aragón y Valencia a Cataluña. Se ve el fenómeno en la historia de los Balcanes, en la Italia meridional y en otros muchos lugares de Europa y las Américas. Los episodios de bandolerismo son ampliamente atestiguados, en paralelo con otros momentos históricos paneuropeos –pienso en los “kleftes” griegos, por ejemplo– en sociedades de frontera y en momentos de conflicto.
[[DEST:L|||Los bandoleros se relaciona también con nuestra historia política, en momentos de conflicto bélico]]
En el imaginario popular, además, representan el mito romántico de la resistencia difusa a la autoridad. Recordamos ya en el Quijote la figura del célebre Roque Guinart. Existió incluso un tipo de literatura popular sobre el asunto, comedias de bandoleros, romances, baladas y canciones. Los llamados "romance de guapos" y los pliegos de cordel eran especialmente queridos entre el pueblo, que tomaba a los bandoleros como héroes populares contra la injusticia social y los abusos de los poderosos. Son ejemplos de la comedia de bandidos autores clásicos como Lope de Vega, Vélez de Guevara con “El niño diablo” o Mira de Amescua o Cubillo de Aragón, con “El bandolero de Flandes”. Pero la temática se amplía a lo largo del siglo XVIII con obras como las de Gabriel Suárez “El asombro de Jerez y terror de Andalucía” y “El bandido más honrado y que tuvo mejor fin” entre otras muchas.
Pero el bandolerismo típico de la cultura mítica española se relaciona también con algunos lances de nuestra historia política, en momentos de conflicto bélico, civil o dinástico. En la edad moderna hay que relacionarlos especialmente con la crisis de 1640, en Andalucía y Cataluña, y el periodo que comprende desde la Guerra de Sucesión hasta las Carlistas, pasando por la de Independencia. No en vano, el surgimiento de las tropas policiales de tipo rural se relaciona precisamente, entre otras causas, con los intentos de controlar el territorio en regiones especialmente difíciles: los mozos de Pedro Veciana, o escuadras de Cataluña, por encargo de Felipe V, o la Guardia Civil, con el duque de Ahumada, bajo Isabel II. La lucha contra los bandoleros, que fue especialmente intensa durante el siglo XIX, tuvo momentos estelares que fueron recogidos por la literatura desde sus comienzos, con la citada comedia de bandoleros.
Pero fue el XIX sin duda el siglo de los bandidos: la organización de milicias autogestionadas de guerrilleros a partir de 1808 dejó muchos grupos armados que luego prosiguieron su actividad. A esto se unió la formación de bandas paramilitares que apoyaban al carlismo en décadas posteriores. Además del trasfondo armado de la llamada guerrilla, que trataremos en páginas posteriores, hay que aducir siempre el trasfondo social en este fenómeno, al que se debe gran parte del apoyo y fascinación popular que llegó a cosechar. Mítica es la nómina de bandoleros célebres, con filiaciones –y sobrenombres, pues todos tenían su mal nombre de guerra–, como Luis Candelas, “el Lero”, José María Hinojosa Cobacho, “el Tempranillo”; los Siete Niños de Écija, Perot lo Lladre, Joan de
Serrallonga, José Ulloa, “el Tragabuches”, “el Vivillo”, Andrés López, “el Barquero de Cantillana”; Luis Muñoz García, “el Bizco de El Borge” o, uno de los últimos grandes, Francisco Ríos González, “el Pernales”, abatido por la Guardia Civil en 1907. Su presencia en la ficción ha sido constante, en las recreaciones de autores extranjeros, como Potocki, Mérimée, Davillier o Irving, hasta llegar a las modernas series de televisión como Curro Jiménez (TVE) o Serrallonga (TV3). Muchas veces la ficción –como el pueblo– perdonó sus atrocidades a este héroe paradójico que fue el bandolero y que acaso representaba un ideal de libertad, autosuficiencia y anarquía en un tiempo y un contexto muy arduos: “De todos soy respetado / cual si fuese un soberano, / nadie se atreve en el llano / mi capricho a contrariar. / Que vengan guardias civiles, / que vengan carabineros, / mis trabucos naranjeros / los harán escarmentar, / y no querrán más ensayo, / ¡a caballo! / trabucazo y a cargar.”

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