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Festivales de música

Bayreuth: nazis, montajes polémicos y el ego de Wagner

Arranca otro año más el festival predilecto de los peregrinos con debilidad wagneriana para que el Teatro de ópera de este enclave mítico, situado en Baviera y construido por el propio compositor, vuelva a llenarse

Una escena del "Parsifal" representado en el marco del festival en 2016
Una escena del "Parsifal" representado en el marco del festival en 2016Archivo

En cierto punto de su carrera musical como compositor, Richard Wagner comenzó una búsqueda de financiación propia para la representación de sus grandiosos títulos operísticos, o como él llamaba, dramas musicales. La aparición en la ecuación de Luis II de Baviera le condujo a este paraje alemán, seleccionado por el autor por diferentes cuestiones, entre las que se situaban la ausencia de una vida cultural plena en la villa, lo que le permitiría desarrollar un festival que fuese la envidia de todo el mundo. Así comienza la historia de uno de los festivales musicales más destacados del verano, punto de peregrinación anual para los amantes del repertorio wagneriano, que acuden raudos al teatro que el propio compositor diseñó según las necesidades sonoras de sus obras.

La historia de este festival no ha estado exenta de polémicas, ascensos y caídas, a causa de conflictos, pandemias y demás cuestiones internas, si bien el empeño de los descendientes del propio compositor, que han ostentado altos cargos en la organización del evento a modo de conexión histórica con su fundador, han mantenido a flote la cita. Tal es la importancia de este festival en su contexto musical, que la venta de entradas supone una auténtica odisea, con listas de espera interminables dado el reducido número de representaciones que se ofrecen y las dimensiones del teatro en el que se desarrollan.

El Teatro de los Festivales de Bayreuth ha sido testigo de grandes interpretaciones del repertorio wagneriano, algunas de ellas consideradas casi canónicas por parte de los amantes de la música de Wagner, como pueden ser, por ejemplo, las grabaciones de «El Anillo» realizadas en los años 60 por Böhm, o las más recientes de Barenboim o Thieleman. Otro de estas aclamadas grabaciones lo podemos situar en la afamada versión de 1966 de «Tristán e Isolda» que fue protagonizada por la soprano sueca Birgit Nilsson, que sigue siendo ejemplo para muchas intérpretes que se lanzan a ejecutar este complejo rol. Y, cómo no, el paso por el festival de Karajan o Kleiber. El 13 de agosto de 1876 abrió sus puertas el primer Festival de Bayreuth. Lo hizo con la «Tetralogía», aunque sus dos primeras jornadas se habían ofrecido ya en Múnich.

La gran ambición de Richard Wagner se había cumplido: lograba tener su propio teatro para estrenar sus óperas. Había dejado la capital bávara por algunas desavenencias con su gran protector, Ludwig II, y encontrado una ciudad que le venía bien, entre otras razones porque había vendido los derechos de sus partituras en muchos lander para resolver problemas financieros y necesitaba sitios en donde poderlas representar cobrando. Bayreuth era un lugar adecuado, aunque la Ópera del Margrave no reunía las condiciones para sus ambiciones.

Puso en marcha una gran operación de captación de fondos a través de amigos, sociedades wagnerianas y el propio Bismarck, quien acabó por no apoyarle. Tuvo que volver al redil de Ludwig II para lograr su sueño. Allí estrenaría «Parsifal» (1882) asumiendo él mismo la dirección escénica y tomando la batuta al final del último acto en la última de las dieciséis funciones. Treinta años habría de durar la exclusividad de «Parsifal» en Bayreuth, pero el Met consideró que en EEUU no regía aquella ley y promovió unas representaciones piratas. La primera oficial tendría lugar en el Liceo el 31 de diciembre de 1913.

Desde aquella fecha inicial de 1882 siempre ha estado el apellido Wagner ligado al festival. Tras la muerte de Wagner en 1883, fue su viuda, Cosima, la encargada de dirigirlo, debiendo hacer frente a problemas financieros. Ella misma asumió muchas de las direcciones escénicas. Al enfermar, en 1909, cedió el mando a su hijo Siegfried, que «modernizó» la escena, transformando los telones pintados en algo más corpóreo. La Primera Guerra Mundial supuso la suspensión durante diez años. A partir de 1924 se abrió a los directores musicales, escénicos y cantantes extranjeros. Entre ellos Toscanini. Un infarto en 1930 hizo que la dirección pasase a su viuda Winifred, quien centró en las tareas administrativas y se alejó de las escénicas. En su periodo aterrizó Furtwängler para rivalizar con Toscanini.

Sucesión envenenada

También es el controvertido periodo de la amistad con Hitler, quien fue padrino de sus hijos Wieland y Wolfgang. En agosto de 1944 se cerró el teatro, la casa familiar (Wahnfried) acabó en ruinas y la familia huyó tras la ocupación por los americanos. En 1951, tras la cesión por parte de Winifred de los derechos wagnerianos a sus hijos y tras un proceso de desnazificación, el teatro volvió a abrir sus puertas nuevamente bajo el mando de la familia: Wieland se ocupaba de lo artístico y Wolfgang de lo administrativo. Furtwängler, Knappertsbusch, Clemens Krauss, Keilberth, Karajan y Wilhelm Pitz, entre otros, se convirtieron en referencias. Wieland sufrió abucheos al empezar una revolución que cambió los conceptos escénicos en todo el mundo al vaciar escenarios e introducir la primacía de las luces, apoyado por una gran generación de maestros y cantantes. Grace Bumbry (1961) fue la primera cantante de color y Victoria de los Ángeles la primera artista española en Bayreuth. Una época gloriosa, que se truncó tras el imprevisto fallecimiento de Wieland por un cáncer. Wolfgang le sucedió en todo, pero no pudo igualarle en lo artístico.

La Fundación Richard Wagner asumió en 1973 el festival y sus propiedades y la familia tuvo que admitir en ella a miembros nombrados por el Estado. Tuve oportunidad de cenar con Wolfgang Wagner y su segunda mujer, Gudrun, en el propio teatro a finales de la década de los 2000. Él estaba en plena decadencia y Gudrun llevó la voz cantante durante toda la cena, como lo hacía en el teatro. La situación se volvió insostenible. Gudrun murió en 2007, Wolfgang se retiró en 2008 y el ministro de cultura alemán entregó la dirección del festival a sus hijas Eva Wagner-Pasquier y Katharina Wagner. Esta última nombró a a Thielemann como director musical, cargo hasta entonces inexistente, llegando las controversias con otros directores. Eva se retiró en 2015 y Katharina se quedó con todo, ayudada por personal administrativo y con la obsesión por emular a sus antepasados con sus propias producciones escénicas, aunque sin conseguirlo y entrando el festival en una clara decadencia. Recientemente el Ministerio de Cultura alemán ha dado su apoyo a Katharina al declarar que el festival siempre contará con un miembro de la familia Wagner. Lo que no ha precisado es en qué posición.

Este año Bayreuth reivindica a Daniele Gatti. Del 24 de julio al 26 de agosto, Bayreuth vuelve a abrir las puertas de la colina verde a los devotos que aún peregrinan cada verano para beber directamente del sagrado cáliz wagneriano. El director italiano Daniele Gatti, últimamente rechazado por la Scala hasta recalar, poco después, en una suerte de repesca, como nuevo responsable musical del «Maggio Musicale de Florencia», tendrá otra próxima ocasión de volver a reivindicarse en la inauguración del certamen de la familia Wagner, el día 25 de este mes. En una propuesta escénica de Matthias Davids, Bayreuth abrirá sus puertas, el día del Apóstol, con unos nuevos «Maestros cantores» confiados a las voces de Georg Zeppenfeld, Michael Spyres (omnipresente), Jongmin Park y Michael Nagy, en los papeles principales.

El “Lohengrin” de Yuval Sharon regresará al Festpielhaus bajo la dirección musical del espléndido Christian Thielemann, un auténtico director wagneriano, con el célebre tenor Piotr Beczała al frente del reparto. Mientras, Pablo Heras-Casado repetirá en el podio de “Parsifal” con Andreas Schager, Michael Volle y la lujosa Kundry de Elīna Garanča.

El “Tristán e Isolda”, en la producción de Thorleifur Örn Arnarsson, vuelve tras el éxito que obtuvo con este título fundamental Semyon Bychkov, una de las grandes batutas de hoy, que ahora repite con la misma pareja protagonista del año pasado, el aguerrido tenor austriaco Andreas Schager y la encantadora soprano alemana Camilla Nylund.

Una mujer con larga experiencia en los fosos internacionales, Simone Young, liderará la “Tetralogía” en la producción, ya conocida y muy polémica, de Valentin Schwarz. Repiten Thomasz Konieczny como lujoso Wotan y el todoterreno Michael Spyres en el papel de Siegmund. También comparecen en este poco ilusionante, por la parte escénica, Anillo la estupenda Catherine Foster (Brünnhilde), Klaus Florian Vogt (más que discutible Siegfried) y Olafur Sigurdarson (Alberich). En cualquier caso, al experiencia de escuchar la obra maestra wagneriana en casa de su creador, rodeado de los mejores medios acústicos, merece la pena vivirse al menos una vez en la vida. Para algunos es incluso mejor que casarse.