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Historia
Los fantasmas vivos de la Primera Guerra Mundial
En 1914, la Gran Guerra asolaba Europa, y en el corazón de la vorágine se encontraban las Potencias Centrales, que, rodeadas y superadas en número, luchaban por su mera supervivencia. El multipremiado libro "El anillo de acero" revoluciona la historia de la Primera Guerra Mundial desde el punto de vista de Alemania y Austria-Hungría, de su venenoso legado y de sus ecos en el momento presente
Los líderes de las Potencias Centrales iniciaron las hostilidades en el verano de 1914 con la esperanza de un conflicto corto y decisivo. Para el emperador de los Habsburgo y sus ministros en Austria-Hungría, un ataque a su pequeño vecino Serbia castigaría a sus élites por su participación en armar e inspirar al terrorista que acababa de asesinar al heredero al trono de los Habsburgo, el archiduque Francisco Fernando, y también mejoraría la posición internacional del imperio tras décadas de humillaciones y pérdida de territorio. Los líderes alemanes calcularon que, al apoyar a su aliado, también se beneficiarían. Sin embargo, una vez desatada, la guerra tuvo su propio impulso radicalizado e incontrolable.
Cuando estalló la guerra en 1914, el horror, la confusión y la incredulidad se sintieron en toda Europa Central. Extraños rumores se extendieron como la pólvora: ante las habladurías de que agentes franceses disfrazados de mujeres portaban millones de francos de oro a través de Alemania para financiar una invasión rusa, numerosos ciudadanos asustados se armaron y bloquearon las carreteras. Los líderes unieron a la población. El Gobierno alemán, en especial, trabajó arduamente para forjar la unidad política. El káiser Guillermo II declaró con fervor: «Ya no veo partidos... solo alemanes».
La inminente invasión también consolidó la determinación de los centroeuropeos para luchar. El Ejército ruso, el más grande del mundo en ese momento, invadió Alemania y Austria-Hungría en el verano de 1914. Uno de sus objetivos clave era la parte oriental de la provincia de Galitzia –lo que hoy es el oeste de Ucrania–. Las atrocidades perpetradas durante esta invasión son inquietantemente contemporáneas. El zar y sus comandantes insistieron en que la región era «tierra primordial rusa» y los oficiales militares comenzaron a eliminar toda identidad ucraniana. Se arrestó a la intelectualidad de la zona, se cerraron periódicos y bibliotecas, y los niños fueron obligados a asistir a escuelas rusas.
Todos los grandes ejércitos continentales habían planeado ofensivas iniciales decisivas. Pero todas resultaron decepcionantes. En lugar de ser corta y decisiva, como lo imaginaron los comandantes, la guerra se volvió de desgaste y agotadora. En el frente, las trincheras y el fuego de artillería marcaron el paisaje y bloquearon el movimiento de unos ejércitos masivos y mal entrenados, tal y como ocurre hoy en Ucrania. El apetito de la guerra industrial por la mano de obra era insaciable. Unos cuatro quintos de los hombres de entre 18 y 50 años fueron reclutados en Alemania y Austria-Hungría, creando fuerzas ciudadanas.
En casa, las economías se movilizaron gradualmente para abastecer a estos ejércitos. Sus necesidades eran inmensas: forraje para los caballos, alimentos, botas y ropas para los soldados, y cantidades asombrosas de armas y municiones. Ya fueran ancianos, enfermos, mujeres o niños, todos fueron finalmente involucrados en este esfuerzo bélico. A medida que los hombres eran reclutados, las mujeres y los jóvenes intentaron reemplazarlos en las granjas y las fábricas. Igualmente crucial fue el apoyo emocional de los civiles a sus soldados. Bolsas llenas de chocolate y prendas tejidas a mano, conocidas en la jerga bélica como «Liebesgaben» –«regalos de amor»–, fueron enviados por familiares ansiosos. Durante la Primera Guerra Mundial, entre la patria alemana y el frente circularon unos 28,7 mil millones de cartas y postales.
Cuanto más se prolongaba la contienda, más se radicalizaba su violencia y se ampliaba el círculo de sufrimiento. La intervención de Gran Bretaña en agosto de 1914 sería especialmente trascendental, y no solo porque su enorme riqueza y acceso a recursos globales pudieron sostener a sus aliados en una guerra prolongada. Como potencia marítima, Gran Bretaña luchaba de manera diferente a los Estados continentales, estrangulando a sus enemigos mediante ataques económicos. El 5 de noviembre, apenas dos meses y medio después de iniciada la guerra, su Almirantazgo dio el paso sin precedentes de declarar todo el Mar del Norte como una zona de guerra cerrada al tráfico mercantil internacional. Los alimentos fueron declarados como «contrabando». Y a los civiles centroeuropeos los amenazaron de morir de hambre.
Con este bloqueo, alemanes y austrohúngaros se encontraron atrapados en un círculo de acero cada vez más estrecho. Al este se encontraba Rusia. En el norte, oeste y sur, Gran Bretaña, Francia, Italia desde 1915, más tarde Estados Unidos, y una serie de naciones más pequeñas. Al final de la guerra, estos enemigos controlaban el 61% del territorio global, el 64% de su PIB y el 70% de su población. Los alemanes reaccionaron intensificando su violencia. Lo intentaron con nuevas armas horribles: el gas venenoso fue utilizado en el Frente Occidental durante 1915. Los submarinos eran liberados para hundir barcos enemigos e incluso neutrales, con más intensidad desde 1917.
En esta guerra de asedio, el aprovechamiento de los recursos económicos se convirtió en un asunto clave para la supervivencia del Estado, y aquí también hubo una escalada. En el verano de 1915, los alemanes atravesaron el Frente Oriental y capturaron franjas del territorio anteriormente gobernado por Rusia en Polonia y el Báltico. Estas y otras zonas ocupadas, como Bélgica y el noreste de Francia, fueron explotadas despiadadamente por su mano de obra y sus recursos naturales. Los objetivos bélicos alemanes se ampliaron, ya que los líderes militares decidieron que la seguridad económica sólo podría garantizarse mediante la construcción de un imperio autárquico en Europa del Este. Dos décadas después, Adolf Hitler seguiría su ejemplo con aún mayor violencia.
Las poblaciones se agotaron. Sin embargo, bajo las condiciones de la guerra industrial, cada vez se vuelve más difícil negociar una paz. Esto no se debe solo a los crecientes objetivos bélicos alemanes. En cambio, los terribles sacrificios de la lucha encerraron a todos los beligerantes en una batalla fatal por la victoria absoluta. La movilización total fue tan financieramente ruinosa que ningún Estado podía permitirse quedar con la factura final. El horrendo sacrificio de sangre -1,2 millones de soldados de los Habsburgo y dos millones de alemanes murieron entre 1914 y 1918- no podía decirse que hubiera sido en vano. A medida que las muertes aumentaban, se volvía imperativo vindicarlas con la victoria.
Sangre derramada
Cuando finalmente llegó el colapso, después de cuatro años de amargo derramamiento de sangre y sufrimiento, fue en gran parte a través de la pérdida de fe en esa victoria. Tras las revoluciones en Rusia en 1917, el agotado Ejército alemán lanzó una ofensiva final en el Frente Occidental. A diferencia de Rusia, donde el esfuerzo de guerra se desintegró en casa, en Alemania fue el Ejército el que primero perdió la voluntad de continuar. Aunque las tropas habían atacado con grandes esperanzas en marzo de 1918, ese verano, los franceses y británicos, reforzados por nuevos estadounidenses, lanzaron una poderosa contraofensiva, y la resistencia alemana se desmoronó. Soldados agotados se rindieron en masa, lo que llevó a su Alto Mando, en pánico, a pedir un armisticio inmediato, una clara admisión de derrota.
Aunque los combates de la Primera Guerra Mundial terminaron el 11 de noviembre de 1918, su movilización emocional fue duradera. El profundo dolor y los odios encendidos por el conflicto perduraron entre las potencias derrotadas. Quienes buscaron desesperadamente y en vano encontrar significado por las vidas perdidas. La ira y el engaño se volvieron hacia el interior, desestabilizando y, finalmente, destruyendo la democracia de la Alemania de posguerra. Esta es, quizá, la lección más relevante y preocupante de este conflicto para nuestra época: cuando los cañones en Ucrania finalmente se silencien no habrá finales felices. Una vez desatadas, las emociones violentas de la guerra de desgaste mueren pronto.
UN BLOQUEO DE 800.000 MUERTOS
►El bloqueo naval británico de Europa Central está hoy olvidado, pero fue una de las armas más importantes durante la guerra de 1914 a 1918. Según el derecho internacional contemporáneo era ilegal; la Declaración de París de 1856 permitía un cordón de barcos frente a un puerto enemigo, pero nadie había imaginado una potencia que cerrara un mar entero al tráfico marítimo internacional, como hicieron los británicos con el Mar del Norte a partir de noviembre de 1914. El bloqueo británico ilustra lo total que fue la Primera Guerra Mundial. Entre el primer escuadrón de cruceros que patrullaba el Mar del Norte se encontraban antiguos transatlánticos de recreo modernizados con armas de fuego. En su día habían acogido a turistas; en la guerra, provocaron hambre y miseria. Los británicos también ejercieron coerción diplomática y comercial para negar a las potencias centrales las importaciones, incluidos alimentos. Se impusieron cuotas a los países neutrales europeos para impedirles reexportar bienes. Los británicos también compraron de manera compulsiva los productos de los países neutrales: adquirieron arenques noruegos únicamente para evitar su venta a los alemanes. El bloqueo contribuyó a la muerte de 800.000 civiles debido a enfermedades relacionadas con la desnutrición. Para presionar a Alemania a firmar un tratado de paz, persistió después del armisticio de noviembre de 1918. Solo se levantó en julio de 1919.
Para saber más...
- "El anillo de acero" (Desperta Ferro), de Alexander Watson, 760 páginas, 29,95 euros.
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