cine
Blanqueando a Blancanieves
Previamente rodeada de polémica, llega la nueva «Blancanieves» de Disney, adaptada a la medida del nuevo Hollywood inclusivo del siglo XXI
Inasequible al desaliento, año tras año, Disney ha decidido que ni las críticas ni los fracasos de taquilla van a impedir que convierta todas sus obras maestras de animación en mediocres películas de algo a lo que cada día cuesta más llamar «imagen real». Ahora, le ha llegado el turno al clásico de los clásicos: «Blancanieves y los siete enanitos» (1937). El primer largometraje «oficial» en la historia del cine animado. Un filme elogiado por Chaplin y Eisenstein. Ganador de un Oscar honorífico por su capacidad innovadora, que abría un nuevo campo de expresión para el arte y la industria cinematográficos. Un Oscar acompañado de otros siete más pequeños en representación de los siete enanitos, que hoy es de esperar y suponer estén escondidos en un oscuro trastero de los estudios, donde nadie pueda apreciar la profunda incorrección del concepto mismo de tal premio.
Un filme que según Rachel Zegler, protagonista de la nueva versión que se estrena hoy, está «anticuado» y donde el príncipe es «un tío que prácticamente la acosa». La primera pregunta que se le viene a uno a la cabeza es si la actriz de origen colombiano y polaco (lo que en Hollywood viene a ser una actriz latina a día de hoy) ha visto la película. Por si algún lector no, recordemos que el príncipe besa a una Blancanieves a la que cree muerta. Necrofilia, puede. Acoso, no señoras. Da lo mismo: la nueva «Blancanieves», sin enanitos en el título y sustituidos en la película por sus dobles virtuales digitales, es decir: animados (¿dónde demonios está la imagen real ahí?), ha llegado y su intención es, como siempre, borrar el recuerdo de la obra maestra que suplanta, cual vaina sin alma.
Polemiza, que algo queda
Desde que comenzara su rodaje hace ya casi tres años, la nueva «Blancanieves» que dirige el experto en hombres araña y comedias románticas Marc Webb, ha estado rodeada de polémica. Normal. No se trata solo de que la heroína de origen germánico (los Hermanos Grimm, ¿recuerdan?) sea ahora hispana (en una solución al cincuenta por ciento, que es la que más gusta en los USA), sino de mucho, mucho más. Desde el primer momento se habló de una nueva princesa empoderada, de los cambios en su encuentro con el príncipe, para evitar confusiones entre besar a una princesa muerta y acosar a una viva y, por supuesto, de eliminar a los enanos. Algo que en el mundo de la gente pequeña no sentó especialmente bien.
Peter Dinklage, la estrella de «Juego de Tronos» y otros muchos estupendos títulos, hizo saber su disconformidad al comentar que si bien la princesa «aria» podía ser sustituida por otra menos «pura», los enanos tenían que seguir siendo los de siempre. Con perdón de la expresión, se quedó corto. Mucho más lógicas son las protestas de varios de sus colegas, como Jason «Wee Man» Acuña, protagonista entre otras de la comedia «Elf-Man» (2011), quien tiene claro que se trata de una estafa laboral: «Están quitando trabajo que la gente pequeña podría tener como gente pequeña. «Blancanieves y los siete enanitos», es para los enanos». Lo mismo opina Dylan Postl, protagonista de «El tour de los Muppets» (2014) y «Leprechaun: el origen» (2014): «Yo no puedo ir a por los papeles de un George Clooney o un Harrison Ford porque no están hechos para mí. Pero estos papeles de enano son para personas de mi estatura… Piensen además en los especialistas y los dobles necesarios, estamos hablando de un montón de actores de mi estatura que no podrán acceder a papeles importantes».
En un efecto perverso, típico de la deriva de la inclusividad exclusiva del wokeísmo desatado, las buenas intenciones conducen, como las baldosas amarillas, a un mundo de Oz tan engañoso y falaz como el del Mago. Disney asegura que ha consultado a todas las asociaciones de gente pequeña para crear un retrato comprensivo, humano, realista e inclusivo de los enanos digitales que protagonizan su película. Pero al mismo tiempo deja en el paro a los actores pequeños que podrían haberlos interpretado. «Hay actores, actores enanos», remarca Postl, «que viven esperando el sueño de aparecer en una gran producción como el remake de Disney y ahora, a causa de lo que dijo Peter Dinklage el año pasado, ese sueño les ha sido arrebatado, gracias al «progresismo».» Puede que Disney haga tus sueños realidad, pero al parecer no los de todos.
Blanqueando paradojas
Lo que Disney está enarbolando en este segundo decenio del siglo XXI es una especie de paradoja de las paradojas, que intenta convertir la realidad en fantasía y la fantasía en una realidad que, por supuesto, nada tiene que ver con el mundo real. La productora que hiciera de la animación una forma de expresión cinematográfica de relevancia artística, comercial pero también estética y narrativa, se empeña en traicionar ese mismo logro reconvirtiendo sus clásicos animados en híbridos de actores y actrices de carne y hueso acompañados por animales antropomórficos y seres fantásticos recreados con realismo de valle inquietante por medio de la animación digital más avanzada. El resultado: si los animales de «El libro de la selva», «El rey león» o la propia «Blancanieves» son virtuales, y los enanos de «Blancanieves» también… ¿Está poniendo al mismo nivel el maltrato animal y a los animales mismos que el trabajo de los actores enanos y a la gente pequeña en sí? ¿No hay un solo cerebro con sentido común juntando a todos los ejecutivos de Disney en una habitación pequeña?
Lo mismo ocurre con los demás tópicos inclusivos o políticamente correctos metidos con calzador progresista en la película. Una «Blancanieves» que no lo es, un beso que no existe, una princesa empoderada cuya misión es, en palabras de la actriz y cantante de R&B, Brandy, amiga de Zegler y quien interpretó a «Cenicienta» (1997) en el remake televisivo protagonizado solo y exclusivamente por estrellas de color, que «...toda niña colombiana pueda verse a sí misma en el papel de una princesa Disney» (al parecer, las niñas polacas quedan excluidas). Peter Kunze, historiador del cine especializado en Disney, toca la fibra sensible cuando comenta que «...poner una latina en una narrativa germánica sin contextualizar ciertos elementos de lo que significa ser latina, hace potencialmente muy poco por abrir el camino a más historias latinas y solo presenta nuevos cuerpos en historias viejas como si fuera algo progresista». No hablemos ya de enanos, cuyos cuerpos son sustituidos por píxeles. Pronto lo seremos todos.
Si Disney o Hollywood quisieran abrir camino a narrativas latinas y negras, asiáticas o de cualquier otra etnia o cultura lo tendría muy fácil: hay cientos, miles, quizá millones de cuentos, de obras literarias, de películas, en definitiva, de historias que contar por primera vez o que volver a contar después de décadas de olvido, con héroes y princesas de otras razas, etnias y culturas. Claro que ninguna de ellas provocaría la misma polémica, curiosidad y morbo. Probablemente ninguna vendería tanto como esta reinvención de la vieja técnica del black face, perfeccionada por la tecnología punta digital, para explotar una y otra vez las mismas viejas historias y personajes. El secreto de la nueva «Blancanieves» ya se ha desvelado.
Después de su pase previo en Estados Unidos la crítica es casi, casi unánime: ¿Qué importa toda la polémica? ¿Qué importan los absurdos de este paradójico «blanqueo» inclusivo del clásico de 1937? Lo que importa es que la película, dicen, es buena. Muy buena, según algunos. Cuesta encontrar una opinión divergente, aunque la hay: Karl Kaka, de la web Future of the Force comenta en Twitter (o sea en X) que «Rachel Zegler es una pobre Blancanieves, los cambios en la historia y las canciones son terribles, algunos efectos especiales no son tan especiales y la película no funciona para mí. Es una vergüenza enorme.»
Da lo mismo, lo fundamental, según la inmensa mayoría de críticos que la han visto, es que por encima de todas sus inconsistencias, de los escándalos y peleas dentro o fuera de la pantalla (y no hemos hablado de Gaza e Israel), «Blancanieves» es tan solo buen cine. Puede. Como «El nacimiento de una nación», «El triunfo de la voluntad», «Lo que el viento se llevó»… O «Canción del Sur».