Historia

Bruselas

Carlos V reina en Flandes

La ruta de Carlos V en Bélgica
La ruta de Carlos V en Bélgicalarazon

Cuatrocientos cincuenta y siete años después de su muerte, la memoria del emperador heredero de Carlomagno que anticipó cinco siglos el ideal de una Europa unida sigue muy presente en varias ciudades de Flandes y en la propia capital de Bélgica.

Carlos V pasó casi la mitad de su vida en los Países Bajos y más de un tercio de sus 58 años, en Bruselas y Malinas. Cuatrocientos cincuenta y siete años después de su muerte, la memoria del emperador heredero de Carlomagno que anticipó cinco siglos el ideal de una Europa unida, entonces en torno al concepto de Cristiandad, sigue muy presente en varias ciudades de Flandes y en la propia capital de Bélgica. Rastrearla es un apasionante viaje a través de la historia en el que los guiños al rey borgoñón son más frecuentes de lo que cabría imaginar. El recuerdo del emperador Carlos asoma en edificios emblemáticos, fiestas populares, tradiciones ancestrales y hasta en la renombrada cerveza belga, a la que el soberano era tan aficionado.

Gante, la localidad natal de Carlos V, debería ser la primera parada, pero para entender su dimensión histórica hay que adelantarse unos cuantos años a la fecha de su nacimiento, el 24 de febrero de 1500, y acercarse a un pequeño municipio de 30.000 habitantes, Lier (a 15 km. de Malinas y 45 de Bruselas). Allí se casaron -en la impresionante iglesia de San Gumaro- los padres de Carlos, Juana de Castilla y Felipe el Hermoso, un 20 de octubre de 1496.

Paseando a orillas del canal del Nete desde el centro, uno se tropieza enseguida con la antigua Corte de Malinas (Hof van Mechelen), donde los recién casados pasaron su noche de bodas, posteriormente reconvertida en cervecería, fábrica textil y colegio y que en los próximos años acogerá en su interir ocho viviendas de lujo. A sus espaldas, al otro lado de la calle Aragón, junto al puente del mismo nombre por donde seguramente accedieron los novios al templo, se levantaba la Posada del Abad, el Abtsherberg, un albergue cisterciense donde se celebró el banquete nupcial. Sobre ese mismo puente se arremolinaron tantos curiosos la noche de bodas que, según la tradición, la estructura cedió y buena parte de ellos terminaron a remojo en las fría aguas del Nete. Juana, que había llegado a Flandes desde Laredo, pasó tres días en la ciudad y nunca más regresó. Quien quiso conocer el lugar donde se casaron sus padres fue un adolescente Carlos, quien en 1516 (un año antes de partir para España para jurar como rey de Castilla y Aragón tras la muerte de Fernando el Católico y la incapacidad de su madre) visitó Lier y rezó en la iglesia de San Gumaro.

¿Por qué Lier? Quizá la pequeña localidad se benefició de la rivalidad entre Gante y Brujas, por un lado, y Amberes y Bruselas, por otro o, simplemente, fue determinante, como afirman en Lier, la influencia de Henry de Bergues, obispo de Cambray, quien fue el encargado de oficiar la ceremonia, y que pertenecía a una de las familias más poderosas de la ciudad.

Otra casualidad, ésta con nombre y apellidos, Maximiliano de Austria, hizo que el futuro emperador, su nieto, naciese en Gante, y no en Bruselas, donde se encontraba la Corte borgoñona. Allí había conocido Maximiliano a María de Borgoña y el rey de Romanos se empeñó en trasladar a Gante la Corte para el feliz acontecimiento. Todavía hoy, en la ciudad abundan las referencias a Carlos, aunque Gante le recuerda, sobre todo, por la dolorosa expedición de castigo que Carlos V encabezó personalmente en 1540 para sofocar la rebelión de sus paisanos.

Los ganteses (como pasó también en España) estaban hartos de financiar con sus impuestos las guerras del emperador, quien tras sofocar la revuelta y restringir sus privilegios, obligó a una representación de los estamentos de la ciudad a desfilar en procesión, vestidos de penitentes, con una soga al cuello como muestra de arrepentimiento. Todavía hoy, los ganteses se ciñen un soga con los colores de la ciudad (blanco y negro) en sus fiestas grandes de julio en recuerdo de ese episodio, orgullosos de ser conocidos como los “stroppendragers” (los que llevan la soga). Y, normalmente, la estatua de Carlos V en Prinsenhof (donada, por cierto, por la ciudad de Toledo) amanece con una cuerda al cuello, como si la ciudad obligase cada año al emperador a pedir perdón a sus paisanos por la sangrienta represión. La lista de los ajusticiados está esculpida en la Puerta Oscura (Donkre Poort), el último vestigio del antiguo palacio imperial donde nació el hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso. A la entonces princesa le sorprendieron las primeras contracciones en un convento carmelita, todavía en pie en el número 6 de Vrouwebroersstraat, en el barrio de Patershol, reconvertido en sala de exposiciones (Provinciaal Cultuurcentrum Caermersklooster).

Bautizado en la iglesia de San Juan, hoy catedral de San Bavón, la capilla donde el futuro emperador recibió las aguas bautismales alberga hoy la principal joya de la ciudad, la Adoración del Cordero Místico de Van Eyck.

Pese a todo, Gante ha sido generosa con Carlos. Su rostro asoma, además de en la Prinsenhof plein, en la fachada del Ayuntamiento, en la popularmente conocida como Casa de las Cabezas Coronadas y en el moderno puente imperial sobre el Lieve.

En Malinas, donde fue educado el joven príncipe a cargo de su tía Margarita de Austria, entonces gobernadora de los Países Bajos, el escudo de Carlos V sigue luciendo en el viejo palacio renacentista situado a unos metros de la iglesia de San Pedro y San Pablo. No muy lejos de ahí, en el Grote Mark, la plaza Mayor, el Ayuntamiento (la todopoderosa Lonja de Paños en tiempos del niño Carlos) alberga una chimenea con el escudo del emperador y uno de los doce tapices que mandó tejer para conmemorar la batalla de Túnez. Olvidado durante dos siglos en un desván, a ese letargo debe, paradójicamente, la nitidez de sus colores.

La ciudad de su niñez también recuerda a Carlos de forma más lúdica a través de su cerveza más universal, la Gouden Carolus, orgullo de la cervecera Het Anker, en la calle Kranken, que en tiempos del emperador fabricaba una de sus cervezas favoritas, la Mechelsen Bruynen.

Otra ciudad flamenca, Brujas, ocupaba un lugar muy especial en el corazón de Carlos V. En la iglesia de Nuestra Señora, reconocible por su imponente torre de 115 metros de altura, está enterrada su abuela materna, María de Borgoña, y en su primer testamento, redactado en 1522, el joven Carlos dispuso que, si fallecía en Flandes, quería ser enterrado junto a los restos de su abuela, donde según la tradición también reposa el corazón de Felipe el Hermoso.

Las estatuas de Carlos y de su hijo Felipe II contemplan la plaza Burg desde la fachada gótica del Ayuntamiento y, a sólo unos metros, la sede del antiguo Franconato de Brujas (Brugse Vrije) cobija una espectacular chimenea de madera de roble, mármol y alabastro que es un retrato de familia de Carlos V, a quien Lanceloot Blondeel dedicó la obra en 1528 en agradecimiento a que, dos años antes, liberase a Flandes de todo vínculo feudal con la Francia de Francisco I. En la misma sala se exhíbe un busto de terracota de un joven Carlos.

Ya en Bruselas, en las entrañas del Palais Royal y la Plaza Real se pueden visitar los restos del palacio de Coudenberg (que toma el nombre de la colina que domina la ciudad), destruido por un incendio en 1731, la antigua Corte donde el emperador pasó más tiempo que en ningún otro lugar. Del Aula Magna, donde en 1515 juró como nuevo señor de los Países Bajos y donde, medio siglo después, abdicó en su hijo Felipe II, tan sólo se conservan las cocinas y los servicios inferiores, así como sus cuatro chimeneas.

Pero si hay un lugar en la capital belga donde la memoria del emperador está muy presente ése es la catedral de Santa Gúdula, cuyas vidrieras son un álbum de familia de Carlos V. En su fachada sur, un friso de K esculpido en la piedra sobre la puerta sur por la que solía acceder al templo da una pista de quién es el destinatario de ese adorno: Karolus. Aquí se celebraron en 1558, encabezados por Felipe II, los funerales por el emperador, una procesión fúnebre sin precedentes en la ciudad.

Y en la Grand Place, dos estatuas de Carlos y de su abuela María presiden la fachada de la antigua Lonja del Pan en agradecimiento por las concesiones otorgadas a este gremio. Desde hace unos años, además, Bruselas celebra por todo lo alto el Carolus V Festival, una sucesión de festejos que reivindican la figura del emperador como precursor de la Europa Unida y que tienen su plato fuerte en la conmemoración del Ommegang (desfile de bienvenida) de la ciudad a Carlos V y Felipe II en 1549.