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Veranos de cine (IV)

"Chungking Express": cuando el amor de verano cabe en una lata de piña caducada

Antes de entrar en el Olimpo del cine con «Deseando amar», Wong Kar-Wai hizo verso el primer calor estival de la mano de Faye Wong y Tony Leung

Takeshi Kaneshiro en "Chungking Express"
Takeshi Kaneshiro en "Chungking Express"LR

Cuenta Quentin Tarantino, por si no se fían de uno, que la primera vez que oyó hablar de «Chungking Express» fue en un festival de cine, en Estocolmo, mientras se encontraba en el tour europeo de «Pulp Fiction».El director estadounidense, que venía de ganar toda una Palma de Oro en Cannes, quedó maravillado por «la forma en la que el cine de Hong Kong era capaz de explicar la metafísica del ajetreo, a la vez que te estaba contando una historia de amor de la manera más ligera posible». Y fue tan pesado el bueno de Quentin, o tan insistente si lo prefieren, que convenció al entonces todopoderoso Harvey Weinstein –su amigo y mecenas– para que invirtiera unas cuantas migajas en enseñarle esa película a Occidente, salvarla de un disfrute casi exclusivamente palomitero en Hong Kong y elevarla hasta lo autoral en el resto del mundo. Asegurada la distribución, no sin un tufo paternalista que se imprimió hasta en los DVD’s que el mismo Tarantino comentaba para sus versiones sajonas, la película, de 1994, presentó en sociedad al realizador Wong Kar-Wai, que ya había firmado dos películas excepcionales («El fluir de las lágrimas» y «Días salvajes»), pero que aún estaba pendiente de ascender al Olimpo del séptimo arte con su obra maestra: «Deseando amar», estrenada ya en el 2000 y, por supuesto, explotada a lo ancho del mundo por el monstruo caído en desgracia de Miramax.

Wong Kar-Wai, que había desarrollado su comedia romántica –mucho más ligera que sus trabajos anteriores– mientras montaba la tan épica como olvidable «Este contraveneno del Oeste», quería esbozar lo superfluo, de algún modo desembarazarse de la pasión que había marcado hasta ese entonces su cine y, de algún modo, expresar en la gran pantalla esa sensación de desasosiego casi adolescente que nos embriaga con el amor raudo, ese que se da en un cruce de miradas casual pero que bien podría doler toda una vida. O no. «Quería hacer una película sobre el día a día de Hong Kong y otra sobre sus noches, y la única manera que tenía de encontrar esos mundos era a través del amor. Al final, es una película sobre lo que yo siento día a día siendo de donde soy, viendo lo que veo», explicaba el maestro en una charla hace unos años, sobre lo que no pocos consideran el retrato más fiel que se ha hecho nunca del otrora protectorado inglés, siempre frenético.

Faye Wong en "Chungking Express", de Wong Kar-Wai
Faye Wong en "Chungking Express", de Wong Kar-WaiLR

Pero si hay algo que grita verano en «Chungking Express», más allá de unas citas temporales que nos llevan de la mano desde los últimos días de mayo a los últimos de septiembre, es esa sensación de libertad sobrevenida que, por momentos, parece consumir la película y que tiene aquí el rostro níveo de Faye Wong. La actriz, interpretando un papel a medio camino entre el ideal faustiano de la Manic Pixie Dream Girl y otro mucho más interesante, clandestino, contestatario y rabioso, es capaz de mirar de tú a tú a su contraparte masculina -pecado inconcebible en la «romcom» clásica de los noventa, donde la mujer era un contenedor de proyecciones- y a la vez mantenerse misteriosa en una concepción del amor que tiene mucho más que ver con lo platónico que con lo sexual, con lo icónico que con lo referencial y con lo minimalista por encima de los grandes gestos románticos que han llenado siempre el canon cinéfilo.

Al borde del precipicio

Ambigua y tramposa, hija de su tiempo para lo bueno y lo malo, «Chungking Express» es también un ejercicio de forma que se acaba vistiendo de orfebrería de fondo. La primera escena de la película, rota por lo frenético de la acción, nos anuncia un filme mucho más efectista de lo que es en realidad, pero su presentación de personajes, quizá una de las mejores de la historia moderna del cine, nos habla de un director que medita cada uno de los pasos que da por la pantalla. Y es que las tesis del filme, más allá de que si el amor cabe o no en una lata de piña caducada, pasan por cuestiones tan trascendentales como la privacidad misma, su estado sacrosanto en las sociedades tardocapitalistas, o la identidad misma de una nación, país o Estado (según les diga su corazón qué quieren llamar a Hong Kong) al borde del precipicio ontológico, harta de ser mano de obra de unos pero timorata de convertirse en súbdita alegre de otros.

A treinta años de su estreno, todavía tan refrescante como esa brisa de agosto que se arrebata de vez en cuando al caer el sol, la «Chungking Express» de Wong Kar-Wai es la película más veraniega que jamás tuvo que ver con el verano: no hay una sola piscina, nadie se come un maldito polo y no se ven sombrillas por ninguna parte, pero como que hay Dios que los sentimientos melancólicos que evocan sus carreras por la ciudad, sus estrambóticos allanamientos de morada y sus tours gastronómicos de salgo no son los mismos que nos atacan cuando vemos que se cierne sobre nosotros el temido mes de septiembre.