La Argentina de la diáspora: entre el mate y los txakolis
En su nuevo filme, “El vasco”, Javi Elortegi homenajea la memoria de los emigrantes vascos
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Uno siempre tiene razones para irse pero acaba encontrando motivos suficientes para querer volver. Motivados por razones económicas o de índole política, la realidad es que, para miles de vascos tanto del País Vasco francés como del País Vasco español, Argentina siempre ha sido lugar de acogida, depósito improvisado de afecto, terreno seguro, raíz elegida. Se calcula que alrededor del 10% de la población argentina tiene ancestros vascos y que existen un total de 76 (es decir, casi la mitad) centros relacionados con la cultura vasca en el país que sacralizó a Gardel. Es precisamente en esa situación coyuntural de amalgama histórica conocida como diáspora vasca donde se ha querido remontar el cineasta vasco Jabi Elortegi para configurar las bases argumentales de “El vasco”, una historia de memoria y ancestros en la que Joseba Usabiaga se mete en la piel de Mikel, un treintañero hastiado de su vida en territorio vasco, asediado por una crisis personal de deriva constante que decide aceptar la invitación de un pariente lejano, con el que sólo ha tenido contacto por redes sociales, para ir a Argentina a trabajar en la empresa que este está montando.
“Hablando con mi socio y guionista Xabi Zabaleta de nuestras experiencias personales con la diáspora nos dimos cuenta de que había mucho que contar”, explica el director antes de concretar: “En mi caso particular, alguien se había puesto en contacto conmigo cuando hice mi anterior película diciéndome que tenía el mismo apellido que yo y que éramos familia y en el de de Xabi, había hecho la primera incursión en el descubrimiento de la diáspora y los argentinos ya le había hecho sufrir con las canciones, los bailes y todo eso -comenta mientras ríe- y dijimos vale, de estoy hay que sacar algo. El guion estuvo bastante tiempo en un cajón, no buscábamos una salida inmediata para él, hasta que el Festival de San Sebastián organizó unos encuentros con productores argentinos en donde pudimos pasárselo a algunos de ellos y hubo uno que era casi tan soñador como nosotros y dijo que quería hacerlo”, asegura.
A casa de la madre
Intentando no enfatizar demasiado en las costumbres estereotipadas de su cultura y alejándose (muy) disimuladamente de los clichés narrativos de “Ocho apellidos vascos”, Elortegi reconoce que “el arranque de la película sí se aferra un poco a los tópicos y a los clichés pero porque la comunidad argentina, pese a ser argentinos, se sienten vascos y tienen una mirada hacia lo vasco muy idealizada. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de casi tres generaciones de padres abuelos y nietos que han ido transmitiendo los valores de la cultura vasca a todos ellos y por tanto hay muchos tópicos que ellos viven e interiorizan como tales. No queríamos, eso sí, que la película se basara únicamente en tópicos, sino que hablara sobre todo de la memoria, del pasado, de esa gente que emigró y de su forma de tener el recuerdo vivo”.
Ambos asumen su condición de vascos en términos de raigambre con absoluta intrascendencia, aunque el cineasta destaca su facilidad para reírse de la explotación de sus propios arquetipos en comparación con la que tienen otras comunidades: “He nacido en el País Vasco y soy vasco. No hay una mayor trascendencia que esa para mí. Y de hecho en la película nos reímos un poco de esa idealización que hacemos a veces con los territorios de los que procedemos. Tampoco hay muchas comunidades que estén preparadas para reírse de ellos mismos y en ese sentido los vascos tenemos facilidad para hacerlo”. Joseba Usabiaga, en cambio, apela a una sentimentalismo un poco más agudo que trasciende la categoría de apego al señalar que “fíjate yo creo que los vascos tenemos mucho apego a las raíces, algo más incluso que otras regiones. Hay un refrán que dice en euskera que dice “a morir se va a casa de la madre”. Puedes estar viajando por el mundo más de cincuenta años pero siempre necesitarás morir con los tuyos”, sentencia.