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Ricardo Darín dignifica la memoria histórica argentina encarcelando a Videla en “Argentina 1985″

El bastión argentino protagoniza junto a Peter Lanzani el último trabajo de Santiago Mitre, una reconstrucción del trascendental proceso del Juicio a las Juntas en el que se procesó a parte de los militares de la dictadura, presentada en la sección Perlak
EFE/ Juan HerreroEFE/ Juan Herrero
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Jorge Videla, Leopoldo Galtieri, Armando Lambruschini, Orlando Ramón Agosti, Roberto Viola, Omar Graffigna, Jorge Anaya, Basilio Lami Dozo y Emilio Eduardo Massera. Antes de 1985 la pronunciación de estos nueve nombres producía auténtico estremecimiento en buena parte de una sociedad argentina bisoña aún en eso de asomarse al pasado reciente de la historia de su país desde una perspectiva condenatoria. La temperatura pública de la ciudadanía oscilaba en ese momento entre aquellos que, estando plenamente sumidos en la recuperación progresiva de las virtudes de la democracia no entendían cómo los integrantes de las tres primeras Juntas Militares de esa dictadura paradójicamente autodenominada Proceso de Reorganización Nacional no habían sido todavía condenados por la atrocidad de los crímenes perpetrados, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y la sistematización de un terrorismo de Estado que se prolongó durante siete años, y otros perfiles más acomodados en la idea de defensa de los logros militares (adscritos a una clase media alta que empezaba a despuntar) por cuyas aspiraciones de reparación no pasaba ni remotamente la idea de ver a Videla entre rejas.
Sin embargo, la capa todavía blanda de la herida y las distintas sensibilidades a la hora de ofrecer el medicamento de cicatrización correcto para cerrarla, no amedrentaron al por entonces presidente Raúl Alfonsín para activar un juicio lo suficientemente trascendente y mayúsculo en términos de dignidad institucional –inaudito desde Nuremberg y conocido como Juicio a las Juntas en el que los torturadores fueron procesados–, para que, tras años de discreta proyección histórica como inspiración de productos culturales, un director como Santiago Mitre haya decidido por fin recogerlo en términos cinematográficos a través de su “Argentina 1985″, película que obtuvo buena acogida en el reciente Festival de Venecia y que ayer aterrizó en el Zinemaldia dentro de la sección Perlak.

Nunca más

Haciendo un ejercicio de clara reivindicación del poder inabarcable de los héroes cotidianos, el director bonaerense (ganador en 2015 del Premio Horizontes en el certamen donostiarra por “Paulina”) se sirve de un humor finísimo y la veteranía incontestable de un Ricardo Darín que una vez más vuelve a estar en estado de gracia complementando la frescura de Peter Lanzani, para recrear respectivamente las figuras de Julio Strassera, el fiscal a cargo del juicio y Luis Gabriel Moreno Ocampo, el joven designado como colaborador adjunto del fiscal con el que, además de protagonizar y promover un acontecimiento histórico, llegó a entablar una estrecha conexión casi paternofilial.
“Desde el principio”, apunta Lanzani, “supe que esto era algo importante por la historia que estamos contando. La primera vez que leí el guion me tuve que ir a caminar por mi barrio durante una hora, procesando todo lo que había leído, analizando, respirando. Cuando llegó este proyecto por medio de Santi lo sentí como una gran responsabilidad”. Algo que en el caso de Darín ocurrió de forma idéntica: “se respiraba desde incluso antes de ser un guion real, la simple idea ya era vibrante. ¡El hecho de querer meterse con semejante tema, poco frecuentado por otra parte en la Argentina a pesar de haberse constituido en sí mismo como un hito brutal, era algo increíble! Este es un juicio paradigmático, no uno más. Mirado con perspectiva me doy cuenta de que el guión es una auténtica pieza de relojería, se construye a sí mismo, va abriendo distintas puertas”.
Para el bastión del cine argentino, interpretar al fiscal venía acompañado de algo capaz de trascender lo puramente interpretativo hasta el punto de reconocerse en las apelaciones de su proclama final. “En ese informe probatorio final, en ese alegato que lee Strassera, estamos contenidos todos o por lo menos la gente de bien, la gente sensible, que quiere que la justicia sea la justicia, que la verdad sea lo que rige las cosas…Creo que todos nos sentimos muy cercanos a los términos que se usan en ese alegato y yo personalmente por supuesto me siento muy identificado también con todas las cosas que se dijeron ahí. Todos al final, seas de donde seas, reclamamos justicia, dignidad, verdad, respeto, que no te atropellen, que las cosas institucionales sean transparentes y estén sobre la mesa, que no haya ocultamiento, que no haya avasallamiento sobre la ciudadanía en ninguno de sus aspectos. Es muy difícil encontrar a alguien que no se haya sentido avasallado alguna vez por alguna regla, alguna norma. Como esto, aunque sea un ejemplo tonto, ínfimo, de “pague ahora y reclame después”. ¿Qué es esto a parte de un contrasentido? No no, déjame reclamar ahora y después si corresponde, pago”, reflexiona el actor.
Uno de los vértices argumentales que pone de manifiesto “Argentina 1985″ es la cohesión generacional que se produjo, pese al ambiente enrarecido y agitado que primaba en aquel momento, y que tan bien ejemplifica el inexperto y joven equipo de abogados que crea el propio fiscal para recopilar pruebas y testimonios de gente torturada o familiares de los desaparecidos. Un grupo inspirado libremente en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas presidida por el escritor Ernesto Sábato, Darín reconoce que son precisamente estas nuevas caras actuales las que observa con inevitable esperanza: “Te confieso que creo más en la gente joven, en las nuevas generaciones, que en las anteriores. De hecho, me siento como en deuda personal ellos, porque algo seguramente debemos haber hecho mal para que todavía persista la intolerancia, la falta de comprensión, el hecho de que el debate se transforme necesariamente en una riña, en una descalificación del otro. ¿Te das cuenta de que se vuelven a repetir las mismas cosas, de que pasamos por los mismos lugares? Ojalá los jóvenes se desintoxiquen de esos comportamientos y miren hacia delante desprovistos de un arrastre de cosas que no les pertenecen ni han vivido. Ojalá tengan una mirada más unificada con respecto a la comunidad y la empatía, que va además mucho más allá de si estás pegado a la derecha o la izquierda”.
“El mundo se ha transformado -prosigue- en una cosa muy extraña. La política por supuesto, es importantísima, pero cuando uno rasca un poco, descubre que detrás de las ideas y de las posiciones políticas hay grandes intereses económicos, por lo general. Que en algunos casos responden ni siquiera a un país, sino a un holding que no tiene bandera y unos señores que están detrás de una super mega empresa son los que determinan si en el Congo los chicos van a comer o no. Todo esto te produce una especie de proceso de desencantamiento y confío en que las esas generaciones venideras más las jóvenes actuales de las que hablamos, que tienen una mirada más inteligente con respecto a lo que es el cuidado del planeta, el cuidado del prójimo, aporten una dinámica nueva. Porque las miradas anteriores la verdad es que a mí no me convencen, incluso me incomodan, porque me siento parte de esa culpa por no haberlo hecho mejor”. Una responsabilidad fácilmente reducible si las sociedad ponen en práctica de forma consciente aquello que reclama Strassera: “nunca más”.