Crítica de "Mi hermano pequeño": los otros daños del exilio ★★★
Dirección y guion: Léonor Serraille. Intérpretes: Annabelle Lengronne, Stéphane Bak, Kenzo Sambin, Laetitia Dosch, Thibaut Evrard, Majd Mastoura. Francia, 2022. Duración: 116 minutos. Drama.
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Es de agradecer que Léonor Serraille, que ha concebido “Mi hermano pequeño” inspirándose en la vida de su pareja, aborde el tema de la inmigración examinando los daños colaterales que produce en una familia compuesta por una madre soltera y dos hijos, procedente de la Costa de Marfil e instalada en Francia. Lo es porque aquí cuentan más los personajes que el mensaje, tan arraigado al cine social al uso.
La estructura tripartita de la película, que abarca un periodo temporal de tres décadas, potencia la profundidad psicológica antes que la denuncia, aunque los tres puntos de vista que hacen avanzar la trama están atravesados por los temas de siempre -el conflicto entre la tradición y la cultura de adopción, el empoderamiento femenino, la explotación laboral, las diferencias de clase, el racismo-. Cuando esos temas adquieren demasiada importancia, da la impresión de que Serraille no está muy segura de la película que quiere hacer, aunque se deje arrastrar por la fuerza dramática de sus personajes (menor, ay, en el personaje del título).
En esa madre que se rebela contra el opresivo futuro que le diseña su propia cultura, que rechazará la idea de un matrimonio de conveniencia para emanciparse sexualmente, y que, en sus peores momentos, no sabe calibrar los efectos de sus decisiones sobre la vida de sus hijos, está el feroz inconformismo de la heroína de la excelente “Jeune Femme”, la película que le valió a Serraille la Cámara de Oro en Cannes.
En ese hijo mayor que ha de convertirse en cabeza de familia para su hermano, que digiere a duras penas la intermitente ausencia de su madre, que se enfrenta a sus primeros escarceos amorosos con una chica blanca y privilegiada, y que entra en conflicto con una disfuncional figura paterna, está el corazón del filme, que baja enteros en su último tramo, cuando llega al hijo menor. A esas alturas la distancia entre la madre y sus vástagos parece insalvable, y a pesar del grado de intimidad que procura la fotografía de Hélène Louvart, hay una cierta desafección en un final que debería ser más intenso.
Lo mejor:
La construcción de los personajes de la madre y el hermano mayor.
Lo peor:
En el tramo final la película pierde fuelle.