Literatura

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Cuando Unamuno rozó el Nobel, pero no lo logró por demasiado "mediterráneo"

El pensador, tan de moda hoy en España, estuvo entre los finalistas durante años, pero la Academia nunca se puso de acuerdo para premiarlo

Unamuno fue varios años candidato al Nobel de Literatura
Unamuno fue varios años candidato al Nobel de Literaturalarazon

Estuvo entre los finalistas durante años, pero la Academia nunca logró ponerse de acuerdo para premiarlo

Más de 80 año después de su muerte, Unamuno vence y convence. Tanto que se ha colado por todo lo alto en los cines de España (el "Mientras dure la guerra"de Amenábar suma ya 1,3 millones de euros en taquilla) e incluso, cosa curiosa, en los mítines electorales y las trifulcas congresiles de izquierda y derecha. En el mismo atril en el que Santiago Abascal (Vox) citó al pensador, Gabriel Rufián (ERC) hizo lo propio. El escritor vasco está en todos los frentes, como en el fondo siempre estuvo en vida, con y contra los unos y los otros, “con razón, sin razón y contra la razón”.

Pero ese es el Unamuno público, más citado que leído. En las bibliotecas queda el otro: poeta, ensayista, filósofo, polemista, novelista... El de las palabras pesadas, el de la rigurosa contradicción (y esto es contradictorio). El hombre que hablaba con sus protagonistas/“agonistas” y les explicaba por qué debían morir.

Aquel hombre no solo era admirado en la España de su tiempo, sino influyente y prestigioso en toda Europa. Como tal, estuvo en las oraciones de la Academia Sueca durante muchos años, muy cerca de hacerse con el Nobel de Literatura, encabezando unas listas en las que figuraban nombres que hoy son sencillamente clásicos.

Ya en 1928 fue propuesto para el premio. Pero fue precisamente España quien se opuso. Es decir, el gobierno de entonces, la dictadura de Primo de Rivera, a la que Unamuno se había enfrentado. Esta refutación del régimen militar en entrevistas y artículos de la época le valió el destierro en Fuerteventura en 1923. Para el año de su candidatura al Nobel, el pensador ya había logrado huir de Canarias rumbo a París, donde residió hasta que en 1930 se desplomó la dictadura.

En la década de los 30, en aquella II República cuyo advenimiento defendió tanto como denostó luego, su peso como intelectual creció en todo el mundo. Y es aquí cuando realmente Unamuno rozó con los dedos el Nobel. Fue en la edición de 1935, con el ruido de sables bien audible ya en España, un año antes del estallido de la Guerra Civil y la muerte del escritor.

En 2001, la Academia Sueca “desclasificó” las deliberaciones del Nobel, editó un libro en el que se incluían las opiniones sobre los candidatos de los primeros 50 años del premio, inaugurado en 1901. Gracias a ello sabemos la gran adhesión que tenía Unamuno entre universidades y personalidades del mundo y el estatus que le concedía la Academia. "Quizás sea el personaje más importante de la literatura española contemporánea", valora.

Un buen augurio. Unamuno “competía” con grandes (vistos desde hoy) de la talla de Chesterton y Paul Valéry por un galardón para el que fueron rechazados en la primera mitad del siglo autores como Tolstoi y Zola o los españoles Galdós y Baroja. Pero los académicos nunca estuvieron de acuerdo en torno a su figura o al menos en la totalidad de su obra. Valoran la “sinceridad y belleza de lenguaje y su sabiduría práctica”, el “vigor” de una pluma “a veces abstracta”.

Pero parece ser que los suecos no se aclararon del todo y que el vasco fue víctima de un “lost in traslation” cultural: “Hay que leer sus obras despacio por su extrema profundidad y difícil comprensión. Además dificulta ese entendimiento las diferencias entre la cultura nórdica y la mediterránea, por lo que no recomendamos al candidato”. Para colmo, añaden a modo de coda crítica, que es una persona “demasiado segura de sí misma”. Sí, estas cosas también influyen en el Nobel, ese premio que Borges jamás ganó por decir cosas como que “la democracia es un exceso de estadística” y que Graham Greene se cerró, dicen, por liarse con la mujer del secretario de la Academia.

Solo Herr Hammarskjöld se lamentó de la exclusión final de Unamuno: “no elegirle es no cumplir con lo dictado por Alfred Nobel en su testamento” y, además, se desquitó llamando “incompetentes” al resto de miembros de la Academia. Pero que Unamuno no ganara el Nobel de 1935 no significa que perdiera ante otro candidato. Debieron ser agrias las disputas de aquel año a juzgar por la opinión y la división en torno al español y a que aquel galardón quedó finalmente desierto. Ni Chesterton ni Valéry.

La edición de 1935 era la tercera en la que no se entregaba el Nobel, después de que en el 14 y el 18 se cancelara por la Primera Guerra Mundial. Solo una vez más se declararía desierto el premio, en 1949, pero en aquella ocasión se aplazó y lo recibió al año siguiente William Faulkner. La medalla del 35 fue a parar a nadie.

Al año siguiente, Unamuno volvía a figurar en la lista de candidatos, pero su apoyo al alzamiento probablemente alejaba sus posibilidades. Eugene O'Neill se llevó la palma, más o menos en la misma fecha en la que el autor de “Niebla” fallecía en una España rota por dentro y por fuera. Se fue sin el Nobel, pero eso, ya se sabe, no es ningún demérito.