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Etología
Descubren que la música pudo nacer millones de años antes que nosotros
Un estudio de la Universidad de Viena sugiere que los chimpancés comparten algunas de las habilidades fundamentales que hacen posible la música humana

Es curioso lo mucho que hemos aceptado algunos procesos evolutivos y lo mucho que seguimos rechazando otros. En su momento, la formación de un ojo tan complejo y sofisticado como el humano parecía imposible de entender a través de la evolución. Hubo incluso quienes lo utilizaron como argumento contra la selección natural. Ahora, en cambio, conocemos suficientes pasos intermedios como para comprender que la evolución de nuestros ojos no solo es posible, sino bastante razonable. La evolución cultural, en cambio, todavía se nos resiste. ¿Nace el Magnificat de Bach parcialmente a partir de una pulsión por la supervivencia? ¿Es Hamlet, en parte, la consecuencia de una fuerte selección sexual de nuestros antepasados? Decir que sí parece casi un insulto hacia el arte y quienes lo hacen posible.
Parece más elevado sugerir que, como especie, respondemos a unos valores estéticos objetivos, que trascienden a nuestra percepción y que son esencialmente independientes a los mecanismos que rigen la supervivencia de los individuos más adaptados. El argumento del ojo se ha convertido en el argumento de la estética y, mientras tanto, las ciencias siguen recogiendo ejemplos de animales con comportamientos proto-artísticos, podríamos decir. Actividades que, si bien podemos resistirnos a llamar música, comparten con ella las suficientes características para que nos replanteemos el origen del Let it Be de los Beatles o de las Danzas Polovtsianas de Borodin. De hecho, un nuevo estudio sugiere que la música pudo aparecer 6 millones de años antes de que aparecieran los humanos, cuando ni siquiera habían nacido los primeros homininos, como los Australopithecus.
Chimpancés tamborileros
Un nuevo estudio de la revista Current Biology sugiere que, al menos, las habilidades a partir de las que emerge nuestra música ya estaban presentes en el último ancestro que compartimos con los chimpancés. Aunque no sabemos con precisión cuándo vivió este antepasado común, estimamos que fue hace 6 o 7 millones de años. Y, aunque hay otras especies que muestran sentido del ritmo, como cacatúas o leones marinos, es probable que lo hayamos desarrollado de forma independiente. Ahora bien, cuando vemos que está presente en un pariente tan cercano como son los chimpancés, tiene sentido suponer que hemos heredado esas características de un antepasado común que ya las presentaba.
Lo que han encontrado estos científicos de la Universidad de Viena (Austria) son unas reglas y modas relacionadas con la percusión. En palabras de la investigadora principal: "Nuestro estudio anterior mostró que cada chimpancé tiene su propio estilo único de percusión y que el tamborileo ayuda a mantener informados a los demás miembros del grupo sobre dónde están y qué están haciendo. Lo que no sabíamos era si los chimpancés que viven en grupos diferentes tienen estilos de tamborileo distintos y si su percusión es rítmica, como en la música humana." Y, efectivamente, así ha sido.
Haciendo justicia
Sería poco honesto dejar a responsabilidad del lector la interpretación de este tamborileo. Podríamos imaginar que toman ramas y golpean con ellas como si fueran baquetas, marcando ritmos complejos. Sin embargo, la realidad puede parecer decepcionante a simple vista: el tamborileo consiste en un chimpancé que redobla con sus palmas sobre la raíz de un árbol. Una acción que, de forma aislada, puede parecer falta de significado, pero que cobra sentido al analizar su contexto y lo extendida que está entre individuos de distintas poblaciones y subespecies.
Tras analizar el sonido, los investigadores descubrieron que el ritmo no es aleatorio, sino que guarda similitudes con el de nuestra música y que los pequeños intervalos entre golpes son uniformes. Parte de la sorpresa de estos investigadores ha venido de las diferencias entre individuos, ya que cada chimpancé ha mostrado tener un estilo propio y reconocible de percusión y que, incluso, pueden trazarse grandes diferencias entre el tamborileo de distintas subespecies. Por ejemplo, los chimpancés occidentales espacian sus golpes de forma más regular y estos son mucho más rápidos, mientras que los orientales alternan intervalos cortos y largos entre golpes, creando patrones más variables.
Hay un camino larguísimo entre estos palmoteos al solo de batería de Moby Dick, de Led Zeppelin, sin duda, pero esa no es la cuestión. Madrid y Moscú también están muy lejos, pero podemos tomar un coche y recorrer esos miles de kilómetros por la carretera, de forma continuada, sin recurrir a otros transportes, simplemente como una progresión natural. ¿Es ese el caso de la música humana? No podemos saberlo con certeza, pero estudios como este nos ayudan a imaginar esa red de carreteras capaz de conectar nuestras expresiones culturales con el resto de este mundo material en el que vivimos.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Este no es el primer comportamiento musical detectado en especies no humanas, ni mucho menos. Tampoco es el primer estudio que propone un origen prosaico para las habilidades que han hecho posible el arte. La importancia del estudio es más sutil: está en que ha encontrado patrones y diferencias que nos hacen pensar en reglas y modas, más allá de arrebatos aleatorios.
REFERENCIAS (MLA):
- Current Biology, Eleuteri, et al., “Chimpanzee drumming shows rhythmicity and subspecies variation.” https://www.cell.com/current-biology/fulltext/S0960-9822(25)00448-8 DOI: 10.1016/j.cub.2025.04.019
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